Barbie y sus múltiples reflejos

Entre los intentos por encontrar la nueva gran franquicia basada en algo reconocible para explotar – ahora que ya se siente el cansancio con los superhéroes – y apta para la mayor audiencia posible, llega Barbie, la nueva película de Greta Gerwig con una impresionante campaña de mercadotecnia que la convierte en, quizás, una de las películas imperdibles del año. En sí, más que ofrecer una crítica fuerte contra las estructuras que nos rodean, es un ambicioso festín visual, con una historia central que busca conectar con las emociones complejas de la audiencia – incluyendo el miedo a la muerte, la angustia existencial y el sentimiento de que nunca se es suficiente.
Barbie Estereotípica (Margot Robbie) tiene una vida perfecta en un mundo de fantasía hasta que empieza a lidiar con pensamientos que la llenan de angustia. Para solucionarlo, Barbie Rara (Kate McKinnon) le indica que debe ir al mundo humano a buscar a la niña con la que está conectada y enfrentarla para recuperar su vida perfecta. Antes de salir, su novio Ken (Ryan Gosling) se une al viaje.
Como muñeca, Barbie ha enfrentado infinidad de cambios y ha significado mucho para generaciones de niñas y mujeres. Tuvo su propia casa y carro mucho antes de que las mujeres pudieran tener sus propias cuentas de banco, y experimentó infinidad de carreras exitosas, normalizando la idea de que las niñas podríamos crecer para ser cualquier cosa. De igual forma, ha promovido la idea de que había que ser perfectas para triunfar, que su cuerpo era un ideal de belleza – independientemente de su color de piel, tenía pies delicados en punta, cintura diminuta y hombros anchos hasta hace muy poco – y que, ante todo, había que ser bonita.
Parte del éxito de la muñeca es que ha reflejado lo que quieras ver en ella: un primer modelo de “mujer empoderada” o un estandarte de feminidad imposible de cumplir. Al ser un objeto, Barbie puede ser tan profunda o superficial (¡o ambas!) como queramos verla.
Con la película pasa algo similar: al centro tiene una historia coming of age existencial en donde Barbie E cuestiona su rol e importancia al enfrentar la realidad humana y sus emociones complejas, mientras que Ken experimenta la crisis de no saber quién es sin ella (sin distinguir qué es la reciprocidad que implicaría una relación de pareja sana) ni qué quiere. Estas son cuestiones profundas y difíciles de tratar que se reflejan en los personajes de Gloria (America Ferrera) y Sasha (Ariana Greenblatt), madre trabajadora agotada e hija adolescente en su propio proceso de construcción de identidad.

Asimismo, el filme es un esfuerzo de reconocer la existencia del patriarcado, sus características binarias absurdas (tanto en Barbieland como en el Mundo Real) y cómo este afecta negativamente tanto a hombres como mujeres, encasillándoles en limitantes cajitas que indican qué es lo que pueden ser acorde al sexo y género asignado.
No obstante, el filme también puede verse como un ejercicio cínico para vender más muñecas y objetos color rosa relacionados con la marca, comenzar una nueva franquicia fílmica y un nuevo “universo cinematográfico”, o suavizar a Mattel (y al capitalismo) con chistes autorreferenciales. Siguiendo esta lógica, Barbie existe en el mismo ángulo que Joker (Todd Philips, 2019), en donde se envuelve una historia específica que toca temas relevantes para las audiencias contemporáneas a través de personajes clásicos y reconocibles que le permite llegar a la mayor cantidad de espectadores posibles y asegurar su éxito económico.
Más allá de la marca y la muñeca, Gerwig tomó a este personaje y, junto a Noah Baumbach, escribió una historia cercana a sus filmes anteriores. Después de todo, Lady Bird (2017) y Little Women (2019) son historias sobre mujeres que enfrentan cambios externos mientras aprenden sobre sí mismas y comienzan a apreciar a sus madres.
Aún con sus fallas de ritmo y humor, la película me emocionó por algo muy sencillo: conecté con el arco narrativo existencial de Barbie E. Su momento ya icónico preguntando “¿alguna vez piensan en la muerte?” en medio de una fiesta colorida, junto con la escena en la que ella y sus amigas descubren con terror que sus pies se han aplanado, me llevaron de vuelta a la primaria, cuestionando por primera vez para qué y por qué existo mientras mi cuerpo mutaba en otro. Igualmente, miré con ternura la furia apenas contenida de Sasha, a la vez que reconocí la tristeza de Gloria al pensar que la infancia (propia y ajena) pasa con velocidad mientras la vida adulta es cansada y larga, con más desilusiones que alegrías. Incluso, noté la calma y estabilidad emocional de Allan (Michael Cera) y Midge (Emerald Fennell), las únicas muñecas en Barbieland con nombre propio, ajenas a las crisis de las Barbies y los Kens porque tienen su identidad establecida y no necesitan distinguirse entre los demás. Parte de madurar y llegar a la adultez es aceptar que, fuera de la infancia o de Barbieland, el cambio es inevitable y solo se detiene con un evento final: el propósito se encuentra al conocerse a una misma.
Al igual que la muñeca en sí, Barbie es tan profunda y superficial como la queramos observar y pensar, y tiene infinidad de significados porque cada quien es diferente y la ve a su modo. Su genialidad secreta recae en eso, y, para bien o para mal, seguiremos hablando de ella por mucho rato.

Crítica de cine, escritora y traductora del norte de México. Su trayectoria engloba proyectos en ONGs y la creación de contenidos creativos en agencias de comunicación audiovisual. Tiene un enfoque multidisciplinario e inclusivo que ha estado en diversas plataformas de cine nacionales e internacionales.