Barbie: bofetada de realidad en tonos pastel
Dirección: Greta Gerwig.
Guion: Greta Gerwig y Noah Baumbach, basado en la muñeca Barbie de Mattel.
País: Estados Unidos.
Elenco: Margot Robbie, Ryan Gosling, America Ferrera, Kate McKinnon, Issa Rae, Rhea Perlman, Will Ferrell, Michael Cera.
Palomómetro:
Más información de la película: https://www.imdb.com/title/tt1517268/

En el episodio “Lisa vs. Malibu Stacy” de The Simpsons (1994), Lisa se devana los sesos por lograr que las muñecas con las que juegan las niñas dejen de ser un mero estereotipo de ingenuidad escondido bajo un vago feminismo. “Millones de niñas crecerán creyendo que esta es la manera correcta de actuar,” dice entre lamentos. Lo de Lisa no era simplemente la queja de una sitcom diseñada para burlarse de las banalidades del mundo moderno, sino una verdadera crítica social. Lisa no es un caso aislado, y aunque su personalidad hilarante la llevó a luchar cual Quijote contra los molinos de viento, marcó huella. Stacy Malibu era una crítica a la muñeca más famosa, al modelo ultra idealizado de it girl: Barbie.
Cuando ese episodio de The Simpsons se emitió, Greta Gerwig era una niña de 10 años en California. Si bien nadie le ha preguntado si el episodio tuvo alguna repercusión en su opinión sobre la muñeca, sería ilógico no creer que, de manera directa o indirecta, no haya algo de eso en su Barbie. En 1994, Lisa intentó dar un golpe de empoderamiento a una industria sexista y, casi 30 años después, Greta Gerwig (y su coescritor, Noah Baumbach) toma la posta para criticar los estereotipos, pero también para rendir un justo homenaje.
La Barbie de Gerwig no es una glorificación de lo ingenuo, ni un destrozo de la figura de la muñeca, sino, más bien, un concilio, le da lo que le faltaba: una bofetada de realidad. En definitiva, una adaptación al siglo XXI.
La muñeca Barbie ha de ser uno de los epítomes del éxito del marketing. ¿Cuál es la necesidad de existir de la muñeca? ¿Por qué tantas niñas primero y personas en lato sensu después comprarían este trozo de plástico que representa todo aquello que nunca podrán ser? Ya sea una necesidad real de las personas o una creada, el éxito de Barbie ha sido innegable. Incluso, cuántos más detractores tiene, más se favorece. Se trata de una especie de engaño de la psicología inversa y Gerwig juega con eso de manera espectacular.
La película comienza con una fascinante secuencia que nos introduce al fantasioso y perfecto mundo de la muñeca. Es casi una experiencia sensorial. Por unos minutos, Gerwig le revuelve la infancia a cualquiera que alguna vez haya jugado con una Barbie o que siquiera la haya visto en una estantería. Hasta el más reticente a la misma se tiene que sentir tocado. Barbie es una figura de plástico, y como tal, hace todo aquello que se le pide sin tener capacidad para hacer un gesto feo o cambiar la sonrisa pintada del rostro. Sin emitir ningún comentario más que un “hi, Barbie”, la Barbie estereotipada (Margot Robbie) vive su rutina. Hasta acá la película parece un juego de niños.
Las cosas cambian cuando Barbie pasa de ser la protagonista de un comercial capitalista a presa de pensamientos imperfectos, humanos, adultos. Deja de disfrutar su mundo ideal y comienza a cuestionarse cosas que solo alguien con capacidades cognitivas podría hacerlo, tales como la vida misma (“¿alguna vez han pensado en morirse?”, dice en medio de una fiesta, generando el caos total) o por qué sus empeines dejan de estar en posición de stiletto. ¿Qué es una Barbie sin la perfección? Una simple mortal, no un objeto consumista, mucho menos un ícono.
Cuando el espectador empieza a caer en la trampa del mundo perfecto, el guion hace un giro de 180° para mandarnos al mundo real. Se desdibujan las sonrisas y comienza la preocupación. Si Barbie quiere volver a ser ella misma, deberá enfrentarse a un algo que no conoce y le es ajeno, no tiene otra opción, no se le da lugar al libre albedrío. Así como cualquiera se tiene que levantar por la mañana a ir a un burdo trabajo de 9 a 5, Barbie tiene que dejar de ser muñeca para ser mujer. Así, se emprende en la extraña aventura de ir al mundo real en compañía de Ken (Ryan Gosling), quien más que el chicloso love interest de alguna novela de Jane Austen, es una garrapata.

¡Aquí la cosa se pone política! Cuando Barbie abandona su mundo, aprende que en el planeta Tierra, la Barbie Presidenta no es la regla y que las mujeres luchan con una fuerza que les impide ser todo aquello que quieren ser: el techo de cristal. Así, al tiempo que aprende a patear la caja en la que vino, Ken despierta el genoma de poder que lleva dentro, se envenena de este y pierde su gracia.
Gerwig no perdona, porque, así como llevó un largo rato abofeteando el sexismo hacia el estereotipo de mujer, también lo hace con el machismo. La crítica, en definitiva, es pareja para todos los lados. De aquí en más, la película se convierte en un torbellino de emociones y pequeños guiños contra el corporativismo y los estándares sociales. Barbie es una sátira hecha a la medida de nuestro tiempo, capaz de sentarse a la mesa de Network (1976) de Sidney Lumet y Dr. Strangelove (1964) de Stanley Kubrick, solo que jugando con tonos pastel y una protagonista cuya estúpida nobleza sacaría canas verdes a cualquier ejecutivo.
A nivel técnico, Barbie es una aventura fantástica hecha con precisión y maravilla. No hay detalle que quede librado al azar. Desde la fotografía a cargo de Rodrigo Prieto, hasta el diseño de producción de Sarah Greenwood y teniendo como estandarte el vestuario de Jacqueline Durran, todos sus elementos son el fabuloso resultado de una observación precisa de una industria casi que imperial. Uno queda embobado mirándolo, como si por el curso de casi dos horas se pudiera revivir ese primer instante en el que uno fue niño y por primera vez le dejaron tomar un peluche con sus manos torpes.
En términos actorales tampoco puede pedírsele más. En un momento, la propia narradora (Helen Mirren) bromea con que Margot Robbie es la decisión perfecta de casting. Imposible negárselo. Robbie hace un balance entre caos e ironía, sabiendo que ella no es en sí la protagonista, sino la custodia de Barbie. La actriz se entrega en función de un personaje que le precede y, en esencia, la supera. Si bien el title role es la muñeca, este se debe de leer en letra grande, porque Barbies hay tantas como Mattel ha creado o los humanos han destrozado.
Un elenco casi que obsceno, meritorio, como los pequeños personajes de Sueño de una noche de verano que a veces con un gesto o momento se ganan el cariño del público. Un Ryan Gosling le abre la puerta a una serie de coprotagonistas (injusto relegarlos a supporting) que se lucen aun cuando la cámara no les da un primer plano. Exagerado sí, pero un scene stealer fabuloso, su Ken pasa de inocente a un animal que actúa por instinto y sin capacidad de razonamiento. Una America Ferrera inmejorable, en el rol más meritorio de la cinta, la Geppetto de la Pinocha de Barbie. Si uno sale del cine hasta con cariño por la muñeca es por ella, en una representación fidedigna de las inseguridades y crisis por las que ha de pasar la mujer moderna.
Cierto es que el furor de la película va más allá de la fama que puedan generar sus protagonistas (tanto delante como detrás de cámaras) porque la muñeca en sí es más grande que todos ellos y ha vivido lo suficiente como para ganarse dicho mérito. Negar eso no es ser escéptico, sino más bien caer en la ignorancia para llamar la atención. Barbie es una experiencia, una anécdota, un antes y un después. Perfecta no es, ¡por suerte! Sin duda Gerwig no aspiraba a eso.
Pedirle a Barbie que sea “cinco estrellas” es una tontería apartada para creerse cool en alguna red social cinéfila, pero nunca un espejo de realidad. Quién crea eso se miente porque la perfección no es compatible con la raza humana, ¿o acaso no recordamos el final de Black Swan (Darren Aronofsky, 2010)? Además de que no le hacemos justicia al propio final de esta cinta.

Made in Uruguay, a Valentina el corazón le pertenece a sus raíces eslavas como las que retratan Pawlikowski en Cold War y Kusturica en When Father Was Away on Business. Firme defensora del Óscar de Faye Dunaway por Network, fanática del Almodóvar de Tacones Lejanos y fundamentalista de Vanessa Kirby. Cuenta los días para que The Academy salde su cuenta pendiente con Bradley Cooper. Ah, y para entretenerse, un cartón dice que es internacionalista.