The Pod Generation: mercantilizando la maternidad en una sátira tenue
Dirección: Sophie Barthes.
Guion: Sophie Barthes.
Elenco: Emilia Clarke, Chiwetel Ejiofor, Rosalie Craig, Vinette Robinson, Kathryn Hunter, Jean-Marc Barr, Verona Verbakel, Sarah Gallagher, Ken Samuels.
País: Reino Unido.
Palomómetro:
Más información de la película: https://www.imdb.com/title/tt15768848/

“Ninguna mujer es totalmente libre hasta que tenga control sobre su sistema reproductivo”, es una frase atractiva de The Pod Generation, la cual resulta engañosa. Podría hacer creer que el trasfondo de la historia de la debutante Sophie Barthes es un estudio feminista de la maternidad y los derechos reproductivos de la mujer a través de una cínica visión futurística de humor seco. Sin embargo, su película abarca tanto y tan poco a la vez que desconciertan los fugaces intentos de trazar paralelismos sociopolíticos con el presente.
The Pod Generation inicia con Rachel (Emilia Clarke) embarazada, despertando en su casa gobernada por una voz tecnológica llamada Elena. Lo cierto es que esto es un sueño recurrente, dicho sea de paso, en el que Rachel visualiza anhelos y frustraciones vinculados con la idea de maternidad, o más específicamente, de la gestación. Rachel tiene una imponente trayectoria profesional, trabajando para una empresa de tecnologías múltiples y creando nuevos diseños robóticos de IA al estilo de Alexa o Siri. Su pareja, Alvy (Chiwetel Ejiofor), es un profesor de botánica que parece ser el único ser humano de este futuro no tan lejano que tiene predilección por la naturaleza y se resiste al artificialismo impuesto por la sociedad.
En un mundo en el que la tasa de natalidad ha disminuido significativamente porque las mujeres ven su embarazo como un inconveniente para seguir trabajando, surge una alternativa por parte de una corporación llamada Pegazus. The Womb Center es un lugar que ofrece a mujeres y parejas la posibilidad de gestar un embarazo de manera artificial, una especie de fertilización in Vitro que se hace en una cápsula de gestación en forma de huevo, la cual se regula a través de una tablet.
Rachel, quien recibió un ascenso en un trabajo que disfruta, y quien además ha reprimido sus deseos de ser madre, ve esta alternativa como una necesidad que aún no ha consultado con Alvy por miedo a su rechazo.
The Pod Generation entonces se transforma en un vaivén de comentarios que plantean la dicotomía entre lo “natural” y lo “artificial”, así como la ambigüedad que hay en ambos términos y las líneas cada vez más borrosas entre ellos. Si bien la propuesta es interesante y la estética minimalista está bien lograda, el resultado es insuficiente por su conformismo y tibieza. Es una película que no quiere ensuciarse las manos ni ser crítica con los elementos –el capitalismo, la deshumanización y la disyuntiva de los deseos de maternidad de la protagonista – que asoma.
En su subtexto es evidente que la película pretende ser crítica con las condiciones sociopolíticas de este futuro. Acceder a los servicios de Pegazus cuesta más de $20.000 dólares. Solo la clase alta puede darse el lujo de pagar porque sus derechos reproductivos no sean un estorbo para el trabajo. Empresas como las de Rachel están dispuestas a costearlo porque saben que será una inversión a largo plazo. Es un acto corporativo explotador enmascarado de bien intencionado.

El director de fotografía Andrij Parekh y el diseñador de producción Clement Price-Thomas hacen un trabajo notable, planteando un escenario futurista intrigante y realista, recordando el minimalismo de Her (Spike Jonze, 2013) y teniendo en cuenta que menos es más al momento de representar el futuro. Las calles están repletas de hologramas de árboles, las personas toman oxígeno en bares improvisados, los terapeutas son digitales en forma de un ojo gigante en un círculo de flores que “alberga más conocimiento que cualquier terapeuta humano”, y la tecnología incorporada en los hogares es capaz de detectar estados de ánimo.
La película transmite parcialmente la inquietud de perder el control en el camino del desarrollo tecnológico, a un punto en el que la invasión de la tecnología a absolutamente todos los espacios nos aísle de soluciones reales y todo sea protocolario, generado por una IA. El cinismo del guion confronta la idealización de la tecnología como solución a problemas que ni siquiera sabíamos que teníamos. Rosalie Craig es hilarante interpretando a la directora del Womb Center, una mujer intimidante y carismática que ofrece los servicios de Pegazus como una revolución feminista de autonomía sobre el cuerpo, alienando los horrores del embarazo de la belleza de la maternidad, la cual mientras más impersonal, mejor.
Sin embargo, la construcción de personajes es insuficiente. Emilia Clarke es encantadora, transmitiendo emociones sinceras, especialmente en las secuencias oníricas; sin embargo, su personaje resulta una incógnita por el cúmulo de decisiones erráticas y contradictorias que toma. Los deseos de maternidad de Rachel tienden a mostrarse como caprichosos y ambivalentes sin dar espacio a la introspección, pues todo es representado de manera esquemática.
Chiwetel Ejiofor tiene un personaje poco definido, un hombre con recelo a los excesos tecnológicos que dedica su tiempo libre a cuidar un pequeño jardín en su hogar, relajarse con videos de ASMR y sorprendiendo a sus estudiantes con que aún existen árboles y frutos no hechos con impresoras 3D. Su personaje tiene giros confusos una vez que la cápsula de gestación entra en la ecuación y, lentamente, se va apagando su personalidad ya de por sí vaga desde el inicio.
La propuesta es escueta porque no se compromete con ninguno de sus temas. Quedan fuera de lugar las propuestas feministas sobre la maternidad, y sus consecuencias, como una imposición patriarcal. Tampoco es profunda como crítica al capitalismo que busca hacernos creer que se preocupa por nosotros, así como los riesgos de perder la humanidad en busca del engañoso facilismo que brinda la tecnología.
Lo que queda en The Pod Generation es una sátira frustrante por su potencial y tendencia al conformismo. Su reflexión apunta a una genérica moraleja que reza “la tecnología no es mala ni buena, solo hay que saber cómo usarla”, en lugar de diseccionar a detalle los malestares acumulados respecto al incipiente avance tecnológico, la mercantilización de la vida y las cuestiones respecto a los derechos reproductivos. Asoma el potencial talento de su directora, pero es una historia que no sale de su cascarón.

Psicólogo desde 2018, cinéfilo de toda la vida. Se graduó en 2018 en Maracaibo, Venezuela. Tiene 24 años. Apasionado por el cine independiente y los documentales. Entre sus cineastas favoritos se encuentran Richard Linklater, Ken Loach, Kelly Reichardt, Michael Haneke y Céline Sciamma, los cuáles aprecia por su sinceridad y humanismo al entender a las personas con sus complejidades.
La película Boyhood (2014) le hizo darse cuenta de la capacidad de belleza que tiene el cine, aunque su fascinación por escribir y leer historias que le transporten a otros lugares viene desde su infancia. Le gustaría conocer cine de todas partes del mundo y especializarse en psicología clínica infantil, y quizá, algún día, escribir un guion inspirándose en sus ídolos del séptimo arte.