La ballena: perdidos en un mar de falsedad
Dirección: Darren Aronofsky.
Guion: Samuel D. Hunter, basado en su propia obra teatral.
País: Estados Unidos.
Elenco: Brendan Fraser, Hong Chau, Sadie Sink, Ty Simpkins, Samantha Morton.
Palomómetro:
Más información de la película: https://www.imdb.com/title/tt13833688

En un departamento en medio de la nada se encuentra Charlie, personaje principal de La ballena, interpretado por Brendan Fraser. Su presentación es enigmática y le da énfasis a sus palabras al ocultar su apariencia. De esta forma, sus estudiantes en línea se convierten en los primeros sujetos que presencian su calidez y empatía.
La habilidad de Fraser de encontrar emociones honestas y transmitirlas por medio de unas cuantas palabras es uno de los puntos fuertes de la película. La elocuencia y emotividad con las que trabaja permiten que la honestidad y veracidad que canaliza traspasen los kilos de prostéticos en su cuerpo, la mirada prejuiciosa de la cámara o la inhabilidad de un filme de comprender la manera tan conflictiva en la que se presenta a sí mismo. A pesar de todo lo malo, Fraser se realza como un faro en medio de la desastrosa tormenta que es La ballena.
Junto con Fraser encontramos otras actuaciones que salvan el barco. Hong Chau es excelente como Liz, la amiga/enfermera de Charlie, trabajando con una destreza que transita de alegría a dolor sencillamente. Gracias a Chau, el espectador conecta con la lucha y el esfuerzo que Liz enfrenta como amiga del protagonista y como alguien que se encuentra sumamente sola. También está Samantha Morton, quien, a pesar de solo tener una escena en la película, presenta la tumultuosa relación entre Charlie y su exesposa, sus buenos y malos momentos, las razones de su distanciamiento y las circunstancias de su todavía existente conexión.
Ambas actuaciones realzan los aspectos humanos de la historia: los errores, los engaños, la amabilidad, la tristeza, la amistad y el dolor. Mientras tanto, los dos actores jóvenes de la película, Sadie Sink y Ty Simpkins, palidecen ante sus personajes, en especial Sink, quien recibe un personaje con diálogos caricaturescos, resultado de un guion disparejo.
Aunque las actuaciones sean el punto fuerte de la película, los recursos visuales provocan una acción en cadena que lleva la buena voluntad actoral al desastre. Varias tomas retratan de manera obscena acciones donde la obesidad del personaje es puesta en primera plana, sin el objetivo de crear una conexión entre el espectador y el estado actual del protagonista. De esta forma, La ballena es un drama inspirador que lleva a creer que el ser humano es capaz de preocuparse por las demás personas, mientras que el lenguaje visual no podría ser más alienante ante este punto. Mientras el guion de Samuel D. Hunter quiere indagar una experiencia positiva –aunque conflictiva – sobre superación personal y humanismo, la labor de Darren Aronofsky y su recurrente director de fotografía, Matthew Libatique, es presentar con un lente mórbido al protagonista.

La manera en que la cámara deshumaniza a Charlie llega a tal punto que parece que su objetivo es forzar una dinámica de pena entre el espectador y Charlie (“Míralo, ¿no es triste ver cómo está gordo o cómo come de manera obsesiva?”) o implementar una reflexión de terror con la situación del protagonista (“¿Acaso no es triste como está gordo porque se odia a sí mismo? No seas así”). En ningún momento, la película profundiza sobre la situación del personaje más allá de palabras que se las lleva la lluvia que constantemente aparece en cámara.
Las reflexiones positivas y empáticas sobre la vida terminan siendo piedras que se erosionan poco a poco entre el mar de prejuicios, provocando que las ideas principales del guion sean suplantadas por la idea que Aronofsky tiene de presentar empatía y humanidad de gente como Charlie. Estos dos elementos están ausentes al mostrar de manera morbosa y obsesiva no solamente el cuerpo de un personaje con obesidad mórbida, sino también cada momento en el que come, enmarcado por música sombría y close-ups que dejan en claro lo horroroso que es ver a una persona de estas dimensiones caer en tal acto. Sentimientos como este, planteados por el lenguaje visual de la película, llegan a tales extremos que es cómo si la historia se pusiera el pie a sí misma. ¿Cómo es posible que un filme cuya tesis es que la gente siempre es bondadosa muestre de maneras tan inhumanas a un personaje sin caer en cuenta de sus propias contradicciones?
Mucho me recuerda esta película a mi experiencia con Corazón borrado (Joe Edgerton, 2018), donde la perspectiva personal de una historia se pierde cuando el director quiere plantear una perspectiva ‘objetiva’ o, como es el caso aquí, crear una experiencia que apele a todo el mundo excepto al tipo de persona presentada en pantalla. De esta forma, La ballena se trata de un proyecto manejado por alguien incapaz de ver el valor de un personaje que no sea un reflejo exacto de sí mismo, convirtiendo al sujeto principal y su situación en reducciones o en objetos que pueden ser entendidos por todo el público, perdiendo historias únicas y la posibilidad de normalizar situaciones que pocas veces se ven en pantalla.
Así, La ballena rechaza la posibilidad de retratar a un protagonista no normativo bajo su propia luz, convirtiendo su falta de normatividad en un espectáculo explotador y torturador para cualquiera que se pudiera ver reflejado verdaderamente en pantalla.

Nacido en un pueblo pequeño sin cine, Carlos se enamoró del séptimo arte de manera gradual, llegando al apogeo en medio de su adolescencia. Fanático del cine de género, su pasión por el cine no conoce límites, pasando a medios televisivos y literarios, películas clásicas y modernas, ganadoras del Óscar, y las peores del año. Su segunda pasión es escribir sobre las cosas que le gustan y celebrar estas pasiones con gente que las comparta.