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El séptimo sello o cómo dejé de temerle a la muerte y empezar a amar a Ingmar Bergman

Escrito el 31 enero, 2023 @ECinematografo
Bengt Ekerot y Max von Sydow en El séptimo sello (1957). Dir. Ingmar Bergman. Svensk Filmindustri.

Hoy decidiste conocer el cine de Ingmar Bergman, pero no quieres ver una pesadilla existencialista capaz de oscurecer hasta el día más soleado. Luego de rechazar Fresas salvajes (1957), Luz de inverno (1963) y La hora del lobo (1968), tampoco quisiste deleitarte con una comedia o un musical, por lo que descartaste Sonrisas de una noche de verano (1957) y La flauta mágica (1975). Sucede que eres difícil de satisfacer y lo que quieres es una pieza que transmita la desesperación inherente de estar vivo y que también te haga reír. No te preocupes…Bergman te entiende e hizo una película perfecta para ti: El séptimo sello (1957).

Es sabido que Ingmar Bergman sentía una ansiedad inmensa respecto a la mortalidad. Gran parte de su trabajo se enfoca en personajes lidiando con la idea de Dios como un ente incapaz de resolver injusticias y explicar si existe vida después de la muerte física. Su cine también contiene instituciones e individuos que hablan en nombre del Creador para derramar culpa sobre cualquiera que desafíe la moral que promueven. Habiendo sido maltratado por un padre sacerdote que lo golpeaba como una forma de justificar su autoridad y expiar los pecados de su hijo, el director sueco vio en el cine la oportunidad de entender su existencia más allá de un dogma de arrepentimiento eterno e incertidumbre. El séptimo sello es prueba de ello.

 

La muerte hecha antagonista

Bengt Ekerot en El séptimo sello (1957). Dir. Ingmar Bergman. Svensk Filmindustri.

La película está situada en un punto crítico de la historia medieval. Miles expiraban ante la Peste Negra, la pandemia de la época, y las creencias religiosas del gentío no podían rescatar a las personas de una muerte desagradable y miserable. Otros sufrían por una crisis de fe sin precedentes, habiendo participado en las Cruzadas y asesinado a muchos en nombre de Dios para después no encontrar un propósito.

En El séptimo sello, la Muerte (Bengt Ekerot) es un hombre blanco cubierto en negro y un depredador invencible, así como un bromista consumado que juega con su comida. Su primera aparición ha sido registrada en los libros de historia del cine: una figura ocupando una playa con más rocas duras y deformes que arena. Su capa se abre como si de un vampiro se tratara y su víctima, el caballero Antonius Block (Max von Sydow), se cree capaz de engañar a su adversario con un reto: la Muerte se verá obligada a aumentar el plazo de su deceso si es derrotada en una partida de ajedrez.

El tema es tan lúgubre como cualquier otra película de Bergman. No obstante, a diferencia de otras de sus cintas, aquí una ironía absurda quiebra el fatalismo y genera un suspenso único en su especie. Es sabido que ningún ser humano puede detener a la Muerte, lo cual hace que el desafío de Block impulse una trama que solo puede terminar en decepción: el caballero jamás podrá derrotar a su adversario así logre aplazar el Juicio Final en repetidas ocasiones. Al encapuchado no le importa retrasarse porque su paciencia es ilimitada: mientras lo persigue, puede deleitarse con el bufé que le provee la pandemia y realizar una que otra broma a Block (como hacerse pasar por un sacerdote para que Antonius le revele su estrategia de ajedrez).

 

Una comunidad maltratada por su propia mano

Bergman compara cómo los habitantes de su historia reaccionan al apocalipsis que están viviendo y si su miedo es contagioso. El caballero está desesperado por derrotar a la Muerte, pero su sufrimiento es íntimo. Su acompañante, el cínico escudero Jöns (Gunnar Björnstrand), intenta limitar su agresividad con los demás, así sea crítico de las decisiones que tomó con su señor para enaltecerse por la guerra. Jöns está preparado para recibir a la muerte sin que le sorprenda, pues ya no cree en absolutamente nada.

Son las masas desesperadas las que representan un problema para el autor. Su desasosiego es movilizado por individuos que se esconden detrás de instituciones religiosas para corromper su propósito y movilizar el miedo a la muerte entre cualquiera, independiente de su procedencia social. Que posean el poder para someter o destruir psicológicamente a pueblos enteros es un hecho escalofriante que el director explota con sumo cuidado.

Justo cuando unos payasos intentan aliviar la tensión de un pueblo expectante de la llegada de la Muerte Negra, Bergman desencadena una procesión de fieles que se autoflagelan y se dañan entre sí y un público que cree su discurso sobre la pandemia como una consecuencia esperada por los pecados de la humanidad y un castigo merecido del cual no se puede escapar. Estas palabras y acciones violentas contrastan con Block en el sentido de que su miedo jamás lo lleva a herir a otros tanto como él se hiere a sí mismo con su falta de certeza.

El séptimo sello transmite que un aspecto trágico de la cognición humana es sabernos mortales y no poder hacer nada al respecto. Así juguemos a estar vivos, nuestro final es certero. Si lo mínimo que podemos hacer es reírnos de que la muerte sea una amiga tan constante, Block es implacable en su propósito de encontrar alternativas para derrotar el paso del tiempo. Bergman incluso lo tienta con la posibilidad de recurrir al Diablo a través de una muchacha poseída que también es abandonada a su suerte por su Señor. Entonces, si ni siquiera alguien tan astuto y desamparado por Dios puede derrotar a la muerte ¿qué esperanza queda para los demás?

La luz a través del túnel

Nils Poppe, Bibi Andersson y Max von Sydow en El séptimo sello (1957). Dir. Ingmar Bergman. Svensk Filmindustri.

En uno de los múltiples encuentros de Block con la Muerte, el caballero le expresa que quiere redimirse antes de morir. Por décadas, su vanidad le llevó a asesinar infieles y deteriorar la relación con su familia para después sentir que no ha logrado algo con el tiempo que se le brindó. Si este caballero es la personificación de lo que sentía Bergman en ese entonces, el autor encuentra la forma de burlarse de sí mismo y concluir que tanta duda es un despropósito para la vida.

El desasosiego del protagonista es insignificante comparado con la forma en la que dos actores y nómadas, Jof (Nils Poppe) y Mia (Bibi Andersson), enfrentan su vida. Ambos tienen un hijo, inocente de la catástrofe, y del cual solo quieren que crezca para convertirse en una mejor persona que ellos. Su forma de lograr la inmortalidad es sencilla: amar a su hijo, sin proyectarle propósitos o dogmas basados en la culpa, o expectativas para el futuro. El nivel de preocupación de esta familia es bajo y Bergman los bendice con el don de vivir en el presente. Jof es tan capaz de percibir visiones de la Virgen María como de ser consciente de la devoción, el respeto y el humor de Mia.

Estos personajes son un ejercicio creativo interesante por parte de Bergman si nos atrevemos a compararlos de forma morbosa con la vida personal del artista. Durante su vida, el aclamado director prefirió la soledad y el exilio antes que la serenidad evidenciada por creaciones suyas como Jof y Mia, una pareja completamente ajena a sí mismo y a quienes fueron sus padres. Ingmar llegaría a describirse a sí mismo como un familiar perezoso, que no se esforzó con ninguna de sus familias; en cambio, Jof y Mia son su antítesis al rechazar la protección de Block, pero jamás la sombra de la muerte. Ambos encuentran confort no en la astucia de un hombre incapaz de aceptar su destino, sino en la unión de su familia como una manera de soportar la incertidumbre inherente a su existencia.

***

El séptimo sello es la película que resume mejor las capacidades de Bergman para construir narrativas existencialistas sin necesidad de recurrir a explicar la vida como un despropósito caracterizado por un final predecible. Que la película sea intimidante para el espíritu, no implica que sus temas sean estrictamente fatalistas u optimistas. Block sabe que morirá, pero eso no le impide desear que su vida valga la pena, sin importar el final. Del mismo modo, Jof y Mia renuncian a que sus últimos días se caractericen por una preocupación incapacitante sobre un hecho obvio de la experiencia humana.

Armado con una máquina de escribir y una sensibilidad visual extraordinaria, Bergman desmitifica el hecho de que moriremos, convirtiendo a este “adversario” en un conversador no lúgubre, sino travieso y estratégico, que es testigo de nuestros errores, así como de nuestra perseverancia y creatividad. En El séptimo sello, así la Muerte tenga todas las de ganar, no es la dueña de nuestro espíritu.

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