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Star Wars: Episodio III – La venganza de los Sith y por qué debemos huir de las profecías

Escrito el 18 agosto, 2022 @ECinematografo
Esta es la sexta entrega del ciclo retrospectivo de la épica espacial más grande de todos los tiempos: Star Wars.
Ewan McGregor y Hayden Christensen en Star Wars: Episodio III – La venganza de los Sith. Dir. George Lucas. Lucasfilm.2005.

En mayo de 2005, leí por primera vez una leyenda que decía, “Hace mucho tiempo en una galaxia muy, muy lejana. Luego, me sorprendí cuando unos títulos gigantes de color amarillo llenaron un fondo negro lleno de estrella acompañados de una fanfarria majestuosa. La música de John Williams anunciaba que estaba conociendo a mi franquicia favorita: Star Wars.

Star Wars: Episodio III – La venganza de los Sith resonó en mi mente de nueve años, no solo por esas naves espaciales que volaban y hacían sonidos que jamás había escuchado, sino porque era la primera vez que presenciaba la caída de un héroe. Ninguno de los protagonistas que había conocido hasta entonces se había pasado al lado oscuro o se había desviado de su propósito en la vida. Anakin Skywalker (Hayden Christensen), el protagonista de esta película, parecía un tipo virtuoso que, de repente, preso por la ansiedad, se convirtió en un genocida.

Siendo la primera película de Star Wars que veía, a primera vista, Anakin me pareció un amigo dedicado que enfrentaba la más grande confusión en su vida, atrapado entre sus maestros arrogantes y la posibilidad de perder a la mujer que amaba. Ignoraba que este chico había sido presentado en las películas anteriores como un esclavo liberado que había sido alejado de su madre y obligado por extraños a no verla jamás si quería convertirse en un guerrero extraordinario.

Luego de expresarle su desconfianza, estos ancianos, maestros del Consejo Jedi, le dijeron a Anakin que el amor que sentía por su madre era una desventaja que lo llevaría a sentir inseguridad en el futuro. Jamás se le explicó cómo algo tan simple como el apego se convertiría en su ruina. Lamentablemente, negarse a confortar a un pequeño con sentimientos inmensos de soledad, sujeto a sentirse indigno de la confianza de sus maestros, resultó en la ruina de todos los involucrados y de una galaxia entera.

Hayden Christensen en Star Wars: Episodio III – La venganza de los Sith. Dir. George Lucas. Lucasfilm. 2005.
Léase Star Wars: Episodio I – La amenaza fantasma = un ambicioso, pero mediocre esfuerzo

Este niño creció para convertirse en un muchacho arrogante e impulsivo que evitaba escuchar las lecciones que intentaba darle su maestro Obi-Wan (Ewan McGregor), alguien que tampoco estaba preparado para educarlo porque seguía estrictamente el dogma del Consejo Jedi. Anakin tendría que entender el límite de sus pasiones por su cuenta. Cuando su madre murió en sus brazos, el joven Jedi se dejó llevar por la ira y cometió faltas graves que jamás discutió con sus maestros, tal vez por temor a sus juicios.

Léase Star Wars: Episodio II – El ataque de los clones = conspiraciones y malos romances

Aquí es donde el ingenio de George Lucas, que parecía marchito después de dos películas de pobre ejecución, tuvo sentido. Anakin no es un héroe convencional como su hijo Luke Skywalker, más bien posee un trastorno de personalidad caracterizado por cambios de ánimo y comportamiento, y una visión inestable de sus relaciones. El chico que todos llaman El Elegido, esperando que pueda devolver el equilibrio a la galaxia, es una persona que, desde el principio, acumuló heridas que jamás cicatrizaron. Su dolor fue dejado a la deriva por aquellas personas que lo criaron.

Años después de ponerme al día con esta franquicia (y repetirme estas películas con devoción), entendería que el componente emocional de esta trilogía resultaría ser un sermón sobre obsesionarse con el futuro, una lección que todavía es importante para mí. Anakin niega que la mortalidad es un hecho innegable y se obsesiona con sus propias capacidades. Si bien el futuro y unas cuantas profecías están en su contra, no permitirá que las personas que ama fallezcan o sufran.

Es extraño sentirse identificado con Anakin Skywalker, alguien con una caracterización histriónica que fue rechazado por no inspirar el heroísmo convencional de los protagonistas de siempre. Hablo por mí al decir que, si bien los niños que crecimos con él como modelo de héroe no estamos destinados a cometer sus errores, si aprendimos a sentir su experiencia y miedo al fracaso cuando nos convertimos en adultos. Ya sea con las expectativas relacionadas con nuestra educación, futuro laboral y económico, y relaciones, Anakin muestra que nuestro deseo de resolver nuestros miedos por el camino fácil podría llevarnos a ser presos del peso que cargamos y, en efecto, caer en el lado oscuro.

Natalie Portman y Hayden Christensen en Star Wars: Episodio III – La venganza de los Sith. Dir. George Lucas. Lucasfilm. 2005.

En Episodio III, la ansiedad patológica es el principal enemigo de Anakin Skywalker. Anakin tiene premoniciones dolorosas, sueños en los que ve a su esposa Padmé (Natalie Portman) fallece en el parto. Mientras, el Consejo Jedi, la institución que fue testigo de sus hazañas durante la Guerra de los Clones, le deja claro que no le valoran como individuo. Lo obligan a espiar a su amigo, el Canciller Palpatine (Ian McDiarmid), y le impiden avanzar como maestro. Vulnerable, Anakin se derrite ante la condescendencia de Palpatine, quien se aprovecha de su desilusión, angustia y ego para convencerle de que ha sido manipulado por los Jedi para obrar mal y que solo él va a ayudarle a evitar la muerte de su Padmé.

Preso por la incertidumbre, pero impulsado por la posibilidad de rescatar a Padmé de una muerte segura, Anakin toma el camino más drástico e irreversible posible y se transforma en Darth Vader, el nuevo aprendiz de Palpatine y Señor de los Sith. Aun reconociendo que Palpatine ha estado detrás de ambos bandos de la Guerra de los Clones, el joven cae en las profundidades de sus propias inseguridades. Los Jedi no fueron capaces de aprovechar sus talentos, pero Palpatine sí. Vader queda incapacitado por su propia mano, comprometiendo el destino de millones solo por la esperanza de salvar a su esposa de una amenaza que ni siquiera se ha materializado.

Habiendo traicionado a sus maestros y a sus ideales de altruismo, Anakin ve fragmentada su identidad. Después de un decisivo encuentro con Obi-Wan Kenobi, el maestro que lo crió como a un hermano, Anakin termina mutilado e incinerado. Con su vitalidad destrozada y requirente de vida artificial, las ambiciones juveniles y la capacidad de amar de Skywalker quedan sepultadas bajo la intimidante presencia de una máquina vestida de negro y poderosa, pero esclava de las maquinaciones de su nuevo maestro.

La otra tragedia que concluye esta trilogía es la muerte de la democracia. La arrogancia y fragilidad de un solo hombre facilitó que una conspiración arruinara la República y creara una sociedad llena de miedo, presta a renunciar a sus libertades para sentirse seguros ante las amenazas manufacturadas por Palpatine. Anakin y los ciudadanos del recién fundado Imperio Galáctico se merecen entre sí, presos por las expectativas de un futuro ideal que tiene sus variables controladas. El plan maestro del Emperador Palpatine funcionó, pues envenenó con paranoia tanto las instituciones garantes de derecho como la religión de los Jedi. Por suerte, su visión horrible será contrarrestada por el amor de un joven Skywalker que sueña con ver la bondad de su padre restaurada.

Léase El regreso del Jedi: Ositos de felpa y un hombre redimido.
Hayden Christensen en Star Wars: Episodio III – La venganza de los Sith. Dir. George Lucas. Lucasfilm. 2005.

Es así como George Lucas culmina el preludio de su trilogía original, explotando al máximo la historia que debió contar con más seguridad en sus entregas anteriores. Aquí no solo el drama político resulta ser un subtexto interesante, el drama personal de Anakin Skywalker eleva la narrativa a niveles cautivadores, incluso si el desarrollo de este arco narrativo en Episodio III está compuesto de eventos y realizaciones abruptas. Por ejemplo, Obi-Wan Kenobi jamás se realiza como personaje a pesar de su importancia tan crucial en el arco de Anakin. Tendríamos que esperar 17 años para que una serie de televisión mostrase la decepción de este maestro ante los eventos que llevaron a la galaxia a la ruina.

Léase Obi-Wan Kenobi: la historia que llegó tarde

Episodio III, a pesar de su historia tan oscura, provee secuencias memorables como la persecución que hace Obi-Wan al general Grievous y la épica batalla final con sables de luz entre Anakin y Obi-Wan, a través de un océano de lava, montada en simultáneo con la confrontación entre el maestro Yoda (Frank Oz) y el Emperador Palpatine que resulta con la destrucción literal de espacios democráticos como el Senado de la República.

La secuencia que más duele es la inmolación de Anakin y la aparición del icónico traje de Darth Vader. Como audiencia somos testigos de las consecuencias de su ira cuando su cuerpo destruido es armado de nuevo con piezas artificiales. El compositor John Williams guía nuestros sentimientos y nos hace entender que el joven que conocíamos ha fallecido y ha sido reemplazado por una máquina monstruosa e intimidante. Un recipiente de metal que derrama dolor.

***

Ian McDiarmid en Star Wars: Episodio III – La venganza de los Sith. Dir. George Lucas. Lucasfilm. 2005.

La Venganza de los Sith, mi primera película de Star Wars, continúa siendo una experiencia vital para mí después de tantos años, siendo desgarradora y visualmente alucinante. Su historia llena de traición y decepción trae consigo los cimientos que hacen de la totalidad que la saga sea una historia sobre recuperar la unión de una familia pues, más adelante, los hijos de su protagonista tendrán la posibilidad de ser una nueva esperanza para la galaxia y para su padre.

A pesar de pertenecer a una trilogía que no encontró una voz propia y reconocible, Episodio III es imprescindible tanto para la maquinaria de la saga, como para mi corazón de cinéfilo. Después de todo, ¿cuáles películas te invitan a detener el ritmo de tu propio estrés y hacerte pensar que todavía tienes la posibilidad de parar y elegir sobre cómo reaccionar ante tus circunstancias? Anakin no pudo hacerlo, pero, con mucha paciencia, tal vez yo sí.

 

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