Silo: la burocracia de la (no)democracia
Disponible en: Apple TV+.
Creada por: Graham Yost, basado en la serie de libros Silo de Hugh Howey.
Elenco: Rebecca Ferguson, Common, Tim Robbins, Harriet Walter, Billy Postlethwaite, Ferdinand Kingsley, Rashida Jones y David Oyelowo.
País: Estados Unidos.
Duración: 10 episodios de entre 43 a 62 minutos.
Palomómetro:
Más información de la serie: https://www.imdb.com/title/tt14688458/

“El hombre es el lobo del hombre.”
– Thomas Hobbes (El Leviatán, 1651)
Dicen que la democracia es el mejor tipo de organización política para que los seres humanos vivan en sociedad. Quizás es cierto. La historia ha probado que aquellos países en los que la democracia ha sido corrompida cuentan los días y miden sus estrategias para recuperarla. Una democracia, con sus defectos y virtudes, es una garantía, brinda a las personas la seguridad de que serán escuchados. Su ausencia, llámesele dictadura o el vocablo que se quiera, pone a los ciudadanos en una situación de desconfianza, aterroriza e impide ver más allá del hoy porque el mañana es incierto y todo lo que se conoce no satisface. En Silo no hay democracia, en consecuencia, nada es lo que parece.
Basada en la serie homónima de novelas de Hugh Howey, Silo es la adaptación de la primera parte de la trilogía. Ambientada en un aterrador futuro distópico donde miles de personas presumen ser los sobrevivientes de la raza humana, pero están condenadas a vivir (o sobrevivir) en los confines de una especie de domo en el medio de la nada. En el silo, la vida se divide en una suerte de anillos casi que alegóricos de los círculos del infierno de Dante Alighieri y la organización, aunque precaria, sigue existiendo en apariencia. Hay un orden jurídico, poderes más o menos definidos, obreros, una fuerza policial, ¡una burocracia completa!
Entonces, ¿qué podría fallar? Si esta es la realidad a la que están condenados a vivir, ¿qué les hace ruido? Un pasado conjunto y un afán por coquetear con lo desconocido.
La historia comienza con el sheriff Becker (David Oyelowo), un hombre incorruptible, quien junto con la Alcaldesa Ruth (Geraldine James), está a cargo de mantener la paz y la estabilidad en las fronteras del círculo. Becker interrumpe dicha estabilidad al decirle a uno de sus colegas que quiere ir afuera, una alocución que se usa para expresar el deseo de abandonar el silo y que los condena a explorar (y eventualmente a morir) en un mundo exterior que les es ajeno. Bajo las reglas del silo, una vez que alguien pronuncia ese deseo es irrevocable, incluso para el sheriff. Es su pena de muerte.
A medida que el espectador se adentra en la historia, aprende que la decisión de Becker no ha sido en vano. Imposible cuestionarle algo a un hombre que lo ha perdido todo. Tres años antes a que comience la historia, el sheriff vivía una vida más o menos alegre, casado con la mujer que amaba, Allison (Rashida Jones), pero luchando con el deseo de tener un hijo. En este régimen, hasta para formar una familia hay que pedir permiso, casi como si fuese una copia de la política de natalidad de la China moderna, pero más que con el objetivo de controlar la superpoblación, directamente para evitar la población en sí. No todos están habilitados a tener hijos. ¿Qué pasaría si alguien desafía esa regla? ¿Qué futuro le espera a un niño deseado por sus padres, pero indeseado por el poder supremo?

El deseo de Becker de formar una familia es imposible de concretarse, y cuando la misma Allison descubre el engaño, comienza su rápido deceso. Ira, rabia, impotencia, signos claros de una falta de justicia. Silo sería el terror de cualquier normativa de derechos humanos que la Organización de las Naciones Unidas se ha encargado de estructurar. En este lugar, estos derechos no existen. No son derechos, sino privilegios concedidos a algunos. Como cuando uno no recibe aquello que tanto anhela, Allison se vuelve desconfiada. En medio de esa testarudez, conoce a George Wilkins (Ferdinand Kingsley), un programador confinado en los túmulos quien, al igual que ella, no cree en el poder supremo y quiere desafiarlo. El problema es que mientras ellos se condenan a la muerte, arrastran a los que más quieren con ellos: ella al sheriff y él a la ingeniera Juliette Nichols (Rebecca Ferguson).
Silo está estructurada en un formato fidedigno al literario, en un viaje por todas las aristas del cuento, deteniéndose en dar los detalles necesarios y tomándose su tiempo para mostrar la doble cara de los personajes. A partir del segundo capítulo, la historia se vuelve menos impersonal, poniéndonos del lado de Nichols, quien asume el rol de sheriff en circunstancias dudosas y con poca gana. Ahí uno va conociendo al personaje, quien no esperaba nada y lo poco que la mantenía viva se le pierde. Diría Ted Lasso, lo que mata no es la esperanza, sino la falta de esta, y a Nichols le matan la esperanza sin darle tiempo de hacer luto.
En el transcurso de 10 capítulos, Silo nos introduce en un submundo que es más que una mera oda distópica, pues retrata cuán horroroso podría ser el vivir cuando carecemos de la capacidad de autogobernarnos. La serie muestra que los enemigos están a la vuelta de la esquina, casi que haciendo un paralelismo político con el término de two-faced person que se utiliza como referencia a aquellos corruptos o deshonestos. En Silo el poder corrompe a las personas, dando a entender que las instituciones no son independientes, mucho menos garantes de sus propias enmiendas. Nadie confía en sus gobernantes, pero obedecen porque le temen más al destierro que a la muerte en sí. El espectador ve esto a medida que se le corre la gota de sudor del escalofrío.
En términos actorales, Silo no tiene desperdicio. Necesariamente unidimensional de a ratos, el personaje de Juliette Nichols es la representación de la heroína de carne y hueso, torpe y obstinada, sin nada que perder, pero mucho que reflexionar. Rebecca Ferguson es protagonista sin ser acaparadora con una actuación que se construye de menos a más y que enriquece a sus colegas. La escena es mejor cuando Ferguson actúa como directora de orquesta, ordenando a los demás y poniéndolos al servicio de la historia. Su personaje es una Juana de Arco moderna que grita cuando se ve acorralada, pero jamás se falta a la verdad. Plantarse ante un Tim Robbins (en uno de sus mejores roles), por ejemplo, no es trabajo fácil, pero ambos van a tono.
Englobar qué es la serie puede dejar gusto a poco. No se trata de una historia del gusto de todos, pero sí interesante aún para el más escéptico. Silo es el miedo de todos, el escenario más temido recreado en un formato para aficionados. Hay algo que atrapa, sean los planos de la mirada pérdida de Ferguson o la incertidumbre por saber quién será el Judas de la historia. Nada está puesto ahí por azar, mucho menos porque resulte lindo. Elegir no verla nos deja vivir en una ignorancia necesaria, pero no por ello más segura. Quiénes asuman el desafío, se quedarán un largo tiempo reflexionando acerca de cuán lindo es vivir en un mundo imperfecto, pero aún sanable.

Made in Uruguay, a Valentina el corazón le pertenece a sus raíces eslavas como las que retratan Pawlikowski en Cold War y Kusturica en When Father Was Away on Business. Firme defensora del Óscar de Faye Dunaway por Network, fanática del Almodóvar de Tacones Lejanos y fundamentalista de Vanessa Kirby. Cuenta los días para que The Academy salde su cuenta pendiente con Bradley Cooper. Ah, y para entretenerse, un cartón dice que es internacionalista.