Venom: Carnage liberado – el encanto discreto de la autoconsciencia
Disponible en: cines.
Dirección: Andy Serkis.
Guion: Tom Hardy, Kelly Marcel.
Elenco: Tom Hardy, Woody Harrelson, Michelle Williams, Naomie Harris, Stephen Graham.
País: Estados Unidos.
Palomómetro:
Más información de la película: https://www.imdb.com/title/tt7097896/

Venom: Carnage liberado, dirigida por Andy Serkis (efectivamente, ese Andy Serkis), y desprovista de toda la seriedad de la primera parte, es al cine de superhéroes lo que Maligno es al de terror: un ejercicio meta de autorreferencia y consciencia de los lugares comunes del subgénero. Incluso comparten plano inicial (uno exagerado de situación con un hiperbólico hospital psiquiátrico con aspecto de mansión encantada) y estructura, elevando los elementos formales al paroxismo paródico, forzando y confrontándolos para reírse de ellos.
La cinta es tan exagerada, y abraza de manera tan descarada la comedia con un tono deliberadamente camp, que resulta una experiencia maravillosa con un diálogo divertidísimo tan solo por lo nulamente que se toma en serio a sí misma. Pagas por lo que recibes: una comedia romántica de acción sorprendentemente entrañable por la relación de amor (sí, amor) y necesidad mutua que se crea entre el simbionte alienígena y Eddie Brock (Tom Hardy). Venom no requiere de Eddie por la simple necesidad fisiológica de alimentarse, sino para sentirse querido. Venom 2 es una historia de amor envasada al vacío como una grandísima broma.
La mayoría de los encuentros, que sobre el papel se supondrían épicos, están encuadrados y sobreiluminados en planos medios largos como si se tratase de una sitcom televisiva. No hay plano en las escenas de peleas que dure más de 10 segundos, pero se recrea y distiende el tempo en las secuencias cómicas para asegurar que todas las bromas aterricen y recordar al espectador qué es lo realmente importante en esta cinta.
Esto crea a propósito una disonancia con la composición musical, serena y operística, de Marco Beltrami. Su trabajo superpone la seriedad de sus partituras para 3:10 to Yuma (James Mangold, 2007) o A Quiet Place (John Krasinski, 2018) sobre el sobreactuado antagonista encarnado por Woody Harrelson para enrarecer todavía más el tono e incidir en que estamos viendo un sketch de SNL de hora y media montado en su mayor parte como un tráiler.

Lo mejor de la broma es que todos forman parte de ella: Tom Hardy está en su ambiente; Woody Harrelson está desatado, full Nicolas Cage; Naomi Harris recupera los tics maniacos de su personaje de Piratas del Caribe y los exagera; y Michelle Williams, a diferencia de la primera entrega, se la pasa bien, exhibiendo una vis cómica solo presente anteriormente en I Feel Pretty (Marc Silverstein, Abby Kohn, 2018) porque, esta vez, sí que está en una comedia romántica. Ojo con el siempre excelente Stephen Graham, desorbitando su acento neoyorkino, para caricaturizar aún más la figura del detective torturado y duro de la ciudad que nunca duerme.
Clásica en su realización (salvo un breve instante de experimentación plástica con la animación, la película está plagada de planos torcidos, holandeses, picados y contrapicados que gritan quiénes son los “buenos” y los “malos” al ritmo de una partitura operística), pero posmoderna en espíritu, Venom: Carnage liberado es una metaburla sobre el cine de superhéroes de autor de principios de los 2000, especialmente del Spider-Man de Sam Raimi. La cinta deconstruye la figura del alienígena aterrador como una suerte de Ratatouille (Brad Bird, Jan Pinkava, 2007) del infierno. Un fracasado como el propio Eddie que comenta la obra con el espectador, rompiendo constantemente la cuarta pared con su voz en off, diegética o no.
Pocas veces exponer el subtexto al espectador funciona tan bien como en esta reformulación cómica. Las observaciones de Venom no aportan absolutamente nada a la trama, te la repiten, la reiteran y son el equivalente a ir acompañado al cine con un amigo que no deja de comentar lo que acaba de pasar en una pirueta de antiguion hecha a propósito para romper con la mitología solemne del personaje. Por suerte, en el guion de Tom Hardy (efectivamente, él ha escrito los diálogos de su criatura) y Kelly Marcel, el amigo extraterrestre caníbal que está comentando su propia película es ocurrente y sabe de lo que habla.
Al final, la secuela de Serkis es una historia de amor. Amor entre Brock y Venom, y amor a los blockbusters de superhéroes de principios del siglo, donde el desnudo narrativo para quemar trama (pasan MUCHAS cosas en muy poco tiempo) y el tono desinhibido de aventuras sin pretensiones eran la norma. El humor no se empleaba cómo transición, sino que se disolvía hasta formar parte integral de todas y cada una de las secuencias.

Juan Sanguino puntualizó hace años que las películas del Mundo Cinematográfico de Marvel están tan aterrorizadas del exceso de drama y comedia que se ven instancias como la que sucede en Spiderman: lejos de casa (Jon Watts, 2019), “cuando los amigos de Peter son secuestrados, él sufre un ataque de ansiedad que el montaje corta abruptamente a los tres segundos para pasar a una escena en la que está gastando bromas con su mentor que a su vez es interrumpida por un montaje de él entrenando para salvarlos.”
En Venom: Carnage liberado existe una cierta nostalgia hacia una época donde el cine de superhéroes abrazaba lo camp sin tener idea de la existencia de los memes o intenciones de viralización. Dónde el humor del conjunto nunca se notaba forzado y respiraba con la naturalidad de la libertad creativa. Por ello, piezas de arte tan desvergonzadas como esta, son pequeños milagros dignos de ser celebrados.
Venom: Carnage liberado crea un universo diegético donde un simbionte alienígena, que se alimenta de carne humana y chocolate, se va a un concierto de Little Simz a bailar una canción con su nombre mientras la policía argumenta que la situación es “bananas”. Nunca se contemplan salidas de tono porque todo el conjunto habita en una hiperrealidad maravillosamente absurda donde estas tonterías son la norma. Es una parodia. Y es genial.