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Valentina o la serenidad (TIFF 2023): un exceso de serenidad

Escrito el 17 septiembre, 2023 @bmo985

Sección: Discovery.

Dirección: Ángeles Cruz.

Guion: Ángeles Cruz.

País: México.

Elenco: Danae Ahuja Aparicio, Myriam Bravo, Alexander Gadiel Mendoza Sánchez.

Palomómetro:

Más información de la película: https://www.tiff.net/events/valentina-or-the-serenity

Valentina o la serenidad. Dir. Ángeles Cruz. 2023.

En Valentina o la serenidad, el segundo largometraje de la actriz, directora y escritora mexicana Ángeles Cruz, una niña pierde a su padre. Frente a la frustración de los miembros de su familia, transita por su duelo primero escudándose de la tragedia y después retomando la cultura de su papá para reconectar con él.

Valentina (Danae Ahuja Aparicio) es una niña de siete años y su vida transcurre en una humilde vivienda en la sierra mixteca. Sus días están ocupados por los juegos junto a su amigo Pedro (Alexander Gadiel Mendoza Sánchez), la escuela y los bosques de su comunidad. La súbita muerte de su padre marca un antes y un después en su vida y Cruz fija el largometraje en el punto de vista de la niña.

De esta forma acentúa la alienación que Valentina vive durante los primeros momentos de su pérdida. Ella no puede integrarse a los rituales tradicionales de su familia porque se niega a creer que su padre ha muerto. Por lo tanto, muestra una indiferencia frente a todo lo que sucede, su mente transitando por el éter hacia una interioridad que no puede ser más que considerada como extraña para su familia.

La cámara a cargo de Carlos Correa R. juguetea con los elementos del mundo natural en el que Valentina se refugia.  Cuando admite la muerte de su padre, ella se convence de que ahora vive como un espíritu en el río y la cámara se sumerje a su lado en su relación con los insectos, los árboles y el agua. Con frecuencia sucede que esta fijación en la naturaleza distrae del relato, siendo aparente que, a través de primeros planos erráticos y motivos repetitivos, se consolide una poética cinematográfica que no se siente homogénea.

Este es uno de los problemas que identifico: las partes de la narrativa no se conjugan para crear un relato con un lenguaje uniforme. En más de una ocasión, estas distracciones hacen parecer que lo que se está viendo es un largometraje estudiantil, no una obra de lírica poesía visual sobre la vida en la sierra oaxaqueña.

No obstante, en Valentina o la serenidad es valiosa la actuación que Cruz obtiene de su protagonista. La jovensísima Danae Ahuja Aparicio encarna a una niña conflictuada que está dispuesta a confiar más en su imaginación salvaje que en lo que ven sus ojos. Su lenta transformación de la niñez despreocupada a la infante deprimida transcurre generosamente por su rostro. Cuando es adorable en su trágica ingenuidad, la ternura ilumina sus facciones; cuando la tristeza la abruma, su rostro compungido hace creer que ninguna niña ha estado tan triste como ella.

La película se queda a medias tanto en la historia que quiere contar como en la forma en que lo hace. La cámara, curiosa y espontánea, articula un lirismo malickiano, reflejando el interior de su pequeña protagonista, pero su representación del mundo “real” es desangelado con la participación de actores no profesionales cuyas habilidades para recitar diálogos cortos dejan mucho que desear. En general, el filme no es capaz de conjugar ambas perspectivas – la subjetiva y la objetiva, por así decirles – a través de un estilo que se sienta propio.

Los diálogos son otro campo donde la película cojea, pues se entremezclan algunos típicamente mundanos con aforismos poéticos que se sienten fuera de lugar. Es sintomático de una película que no se define del todo, tratando de existir en dos tonalidades narrativas y que por su confusión resulta aburrida y frustrante.

Claro, hay aspectos rescatables, como la actuación ya mencionada de Ahuja Aparicio, así como un tema breve que surge cuando Valentina le pide a Pedro que le enseñe a hablar mixteco para poder comunicarse con el que ella cree que es el espíritu de su padre. Es decir, se trata de una recuperación de su cultura para tender un puente con aquel que está ausente. Desgraciadamente esto no es explotado del todo.

En suma, Valentina o la serenidad se siente más como un ejercicio cinematográfico que como una película terminada. Es incapaz de entrelazar los hilos que presenta a lo largo de la historia, nunca llegando a definir un estilo propio, vacilando entre la poesía interior y el drama familiar y social, y denotando una narración farragosa y repetitiva que, a pesar de su encantadora protagonista, me provocó pensar, “esto pudo haber sido un cortometraje”.

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