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The Boy and the Heron (TIFF 2023): cómo vivir como un personaje de Miyazaki

Escrito el 11 septiembre, 2023 @bmo985

Sección: Gala Presentations.

Dirección: Hayao Miyazaki.

Guion: Hayao Miyazaki a partir de la novela de Genzaburo Yoshino, ¿Cómo viven?.

País: Japón.

Palomómetro:

Más información de la película: https://www.tiff.net/events/the-boy-and-the-heron

The Boy and the Heron. Dir. Hayao Miyazaki. Studio Ghibli. 2023.

El cine de Hayao Miyazaki se caracteriza por evocar la nostalgia de la niñez perdida, así como por su cuidadosa labor de animación que se conjuga con temas musicales de melancólica belleza para traer a la vida aventuras en escenarios bucólicos donde la inocencia da pie a la madurez. The Boy and the Heron continúa esta tradición que me remite a El castillo en el cielo (1986), El viaje de Chihiro (2001) y Kiki: entregas a domicilio (1989) que, en cierta medida, contenían alguno de estos elementos.

En esta nueva propuesta, la segunda película que se anuncia como la última de Miyazaki (declaración retractada en los últimos días por Studio Ghibli), Mahito es un niño que pierde a su madre durante los bombardeos de Tokio en la Segunda Guerra Mundial, por lo que su padre se lo lleva a vivir al campo con su nueva esposa. Allí, una mansión en ruinas y una garza gris burlona provocan la curiosidad de Mahito, quien pronto se adentra en un mundo habitado por pericos antropófagos, pelícanos hambrientos y adorables seres redondos que flotan por los cielos.

Mahito es un prototípico protagonista miyazakiano, pues la muerte de su madre – presentada en una flamígera secuencia de exquisita manufactura – pesa en su mente, además de que se encuentra en la edad precisa en la que un niño debe transitar hacia la hombría, utilizando su valentía y determinación para proteger a aquellos a quienes ama.

En The Boy and the Heron el mundo fantástico está poblado por una una multitud de aves parlanchinas, entre las que destaca una raza de pericos antropomórficos que buscan formas de devorar al niño intruso. Su diseño es ingenioso y naturalmente gracioso; tan solo basta con que aparezcan a cuadro ejerciendo sus oficios en su pueblo de pericos o expectantes y armados con cuchillos listos para darse un festín para arrancar las risas entre la audiencia.

Por momentos siento que Miyazaki se repite a sí mismo, retomando motivos de sus propios filmes, o al menos ideas similares. Sin embargo, en vez de considerarlo como un caso de pereza creativa, creo que es un testimonio del proceso creativo de un maestro del arte cinematográfico en su etapa final que rescata aquellos temas, motivos o secuencias que le han ocupado para darles nueva vida (tal vez la madurez se trata de eso, de volver los pasos propios no para corregirse, sino para reinterpretarlos).

El niño protagonista es un personaje que vive circunstancias extraordinarias, pero quien está decidido a seguir adelante y conseguir lo que se propone. Mahito no expresa sus dudas, o al menos las oculta mejor que otros protagonistas miyazakianos. Su tesón parece reflejar aquel de su creador, quien a sus 82 años sigue emprendiendo proyectos de animación tradicional – solo no le pidan que participe en las campañas de promoción –, más lúcido que nunca. Para Mahito, la única forma de enfrentar su pérdida es seguir adelante y proteger a su nueva familia, en el camino encontrando la recompensa de la amistad de un grupo variopinto e improbable, porque sigue siendo cierto que nadie es irredimible en el universo de Miyazaki.

Los protagonistas del cineasta son una idealización del ser humano, representan una especie de manual de instrucciones sobre una vida éticamente valiosa. Reconocen sus propias fallas, no anhelan el poder ni el dinero, demuestran su humildad frente a aquello que no comprenden y nunca cejan sus esfuerzos para retornar o reponer el orden de las cosas. Es un meme que Miyazaki se ha convertido en un viejito quejumbroso y amargado, pero no deja de creer en el espíritu humano: la amistad, la noción de que no hay nada de lo que sus personajes no puedan recuperarse y, sobre todo, un hermoso sentido de maravilla con el mundo natural y fantástico. Estas características las hemos disfrutado en sus películas y se reflejan de nuevo en The Boy and the Heron.

Es casi como si Miyazaki se negara a seguir trabajando porque quiere seguir difundiendo su imaginario moral. (Suena como una teoría aventurada, pero este animador acaba de adaptar una novela llamada Cómo vivir, así que algo puede tener de verdad.) Así es que descubrimos a un Miyazaki en el ocaso de su carrera, un poco repitiéndose, pero no por falta de ideas, sino por convicción en ellas. Ojalá la vejez nos agarre igual de comprometidos.

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