Simón: cuando los idealismos de rebelión se desmoronan
Dirección: Diego Vicentini.
Guion: Diego Vicentini.
Elenco: Christian McGaffney, Jana Nawartschi, Luis Silva, Roberto Jaramillo, Franklin Virgüez, Prakriti Maduro, Edward Tovar, Sallie Glaner, Conlan Kisilewicz, Carlos Guerrero, Sofia Riba, José Ramón Barreto, Arianne Giron, Isairis Rodríguez, Pedro Pablo Borras.
País: Venezuela.
Palomómetro:
Más información de la película: https://www.imdb.com/title/tt13580840/

En todo país ocurren eventos históricos que marcan y definen la visión de la población. Hay un antes y un después de una situación sociopolítica que se asienta en la mente del pueblo, dejando cicatrices imborrables y la necesidad de valorar la historia para no olvidar ni repetir las tragedias.
El caso de Venezuela es excepcional no solo porque no es un evento específico, sino una colección de estos, los que han marcado al país y la visión del mismo que tienen los venezolanos. Asimismo, a diferencia de otras revoluciones sociales alrededor del mundo, el terror aún acecha al país y los autores de las infames desgracias que yacen en las pesadillas de los venezolanos no se han hecho responsables por sus crímenes, incluso continuando en el gobierno.
La década de 2010 fue definitiva para Venezuela porque marcó un punto de inflexión en relación con el agotamiento de problemas sistemáticos gestados desde la década anterior durante la presidencia de Hugo Chávez. La inflación, escasez de alimentos e insumos médicos, y la crisis del sistema hidroeléctrico eran los principales conflictos que perturbaban la paz de la nación y, como un todo, motivaron protestas progresivas que tuvieron su punto álgido en 2017.
Mientras los líderes opositores del momento llenaban de valentía a la juventud, proclamando hasta el cansancio la inspiradora frase de Simón Bolívar, “Cuando la tiranía se hace ley, la rebelión es un derecho”, jóvenes de todo el país salieron a las calles a protestar contra el régimen, en busca de cambios. Más de 160 personas fueron asesinadas por la Guardia Nacional Bolivariana durante las protestas y cientos de otros fueron heridos, detenidos y torturados, catalogados como “terroristas domésticos”.
Aproximarse a realidades sensibles de un país es siempre un riesgo, más con hechos que ocurrieron recientemente. Simón, largometraje debut de Diego Vicentini, es la primera película no documental que se hace sobre el tema. Afortunadamente, tiene la consciencia suficiente para evitar manipulaciones y sensacionalismos, siendo prevalente el foco del trauma individual, simbólico al trauma colectivo del venezolano.
La película sigue a Simón (Christian McGaffney), venezolano viviendo en Miami, Florida, que migró de su país con visa de turista luego de los acontecimientos relacionados con las protestas, a la espera de solicitar un asilo en Estados Unidos alegando persecución política. Chucho (Roberto Jaramillo), su amigo, sirve tanto como una contraparte cómica a la introversión del protagonista, como una manera de sacar a flote los secretos que Simón ha sepultado en su inconsciente.
El filme empieza astutamente con una secuencia onírica. El personaje titular se encuentra en Venezuela, celebrando un cumpleaños. Mientras el júbilo del canto cumpleañero típico del país se desvanece, otras imágenes aparecen: Simón protestando en la calle junto a compañeros contra el régimen venezolano, mientras son agredidos por la Guardia Nacional. De manera consecuente, el resto de la historia encuentra a Simón tratando de conciliar las cicatrices de su pasado y la memoria traumática que tiene sobre un país que dio por perdido.

¿Cómo podemos hacer que en nuestra mente convivan recuerdos alegres de nuestro país junto con imágenes de horror y trauma? Diego Vicentini no ofrece respuestas fáciles porque no las hay y permite que la empatía fluya a través de personajes intentando reacomodar su vida.
Simón encuentra conexión en Melissa (Jana Nawartschi) una estudiante de derecho que se ofrece a ayudarle con su solicitud de asilo político. Es a través de las conversaciones entre Simón y Melissa que entramos a la mente de Simón para dimensionar los hechos que desencadenaron un trastorno de estrés postraumático. La película es una efectiva representación del TEPT, enfocándose no solo en ataques de pánico y pesadillas, sino en la aversión física y psicológica de Simón por todos los recordatorios de Venezuela.
Mientras las realidades comunes del migrante se plasman en la cotidianidad de Simón, Vicentini configura una historia paralela a través de flashbacks que cuentan una crónica anunciada. Los venezolanos sabemos el desenlace de las protestas y la indolente realidad actual de nuestro país. La película no pretende ser excesivamente didáctica con el tema de la crisis en Venezuela y los horrores perpetrados por el gobierno de turno; sin embargo, brinda suficiente contexto como para que espectadores de otros países puedan comprender el origen de los traumas profundos de los venezolanos.
Simón muestra secuencias inquietantes y viscerales exponiendo los atroces crímenes de las autoridades venezolanas contra los manifestantes detenidos. Oportunamente, las escenas no se convierten en un espectáculo grotesco y explotador, sino en una inteligente representación de la crueldad y las estructuras de poder en el régimen venezolano, mostrando la autoría de los militares en la trágica historia del país.
Franklin Virgüez en una interpretación de una escena es escalofriante como un teniente de mirada fría que reflexiona de manera pesimista sobre la inutilidad de la protesta y la manipulación de la oposición para enviar a civiles al frente de una revolución. Es cruel, pero realista, como Vicentini comprende la sensación de agotamiento ante la inefectividad de las manifestaciones, y como el “darse por vencido” es un mecanismo de defensa en respuesta al trauma.
McGaffney ofrece una actuación emocionalmente potente que va de menos a más. Mientras que en Venezuela Simón comandaba grupos estudiantiles para hacer frente al gobierno, en Estados Unidos está indefenso y atormentado por recuerdos traumáticos. La culpa de no quedarse en su país y el resentimiento contra quiénes lo traicionaron, lo carcomen. Los momentos de catarsis y explosión son oportunos porque llegan después de una acumulación pasiva de tensión.
Simón es una dedicatoria pura a los caídos, humanizando a las víctimas de las protestas, exponiendo que no hay escape para los venezolanos del trauma acarreado, ni para los que se quedan, ni para que los que emigran. Termina en una nota inquietante y desoladora. Para un país agotado de las falsas promesas de políticos de todos los bandos, de idealismos hipócritas de lucha y rebelión que solo han dejado muertes y del autoengaño optimista de que nuestro país mejorará, la amarga dosis de realidad expuesta en la película resulta revolucionaria.

Psicólogo desde 2018, cinéfilo de toda la vida. Se graduó en 2018 en Maracaibo, Venezuela. Tiene 24 años. Apasionado por el cine independiente y los documentales. Entre sus cineastas favoritos se encuentran Richard Linklater, Ken Loach, Kelly Reichardt, Michael Haneke y Céline Sciamma, los cuáles aprecia por su sinceridad y humanismo al entender a las personas con sus complejidades.
La película Boyhood (2014) le hizo darse cuenta de la capacidad de belleza que tiene el cine, aunque su fascinación por escribir y leer historias que le transporten a otros lugares viene desde su infancia. Le gustaría conocer cine de todas partes del mundo y especializarse en psicología clínica infantil, y quizá, algún día, escribir un guion inspirándose en sus ídolos del séptimo arte.