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Queens of the Qing Dynasty: la catarsis silenciosa de una amistad hospitalaria

Escrito el 3 mayo, 2023 @CesarAndreZzZ

Dirección: Ashley McKenzie.

Guion: Ashley McKenzie.

Elenco: Sarah Walker, Ziyin Zheng, Xue Yao, Nidhin K.H., Wendy Wishart, Rony Robson.

País: Canadá.

Palomómetro:

Más información de la película: https://www.imdb.com/title/tt13368192/

Queens of the Qing Dynasty. Dir. Ashley McKenzie. Factory 25. 2022.

Queens of the Qing Dynasty es un espléndido estudio de personajes que se adentra (en más de un sentido) en el viaje introspectivo de dos personas en los márgenes de la sociedad y a la deriva de sus propias angustias. Las protagonistas son almas solitarias de la isla canadiense Cabo Bretón, ensimismadas y aparentemente desvinculadas de la sociedad por un sentido personal de rechazo e incomprensión.

Starlet (Sarah Walker), apodada “Star”, despierta después de un intento de suicidio en una cama de hospital. Su mirada divaga entre la confusión y la tristeza, algo que se ve a menudo en la actuación de Walker para crear con autenticidad un personaje de pocas palabras, pero de emociones palpables que no necesitan ser descritas. Conocemos que este no es el primer intento de suicido de Starlet, pues el personal del hospital la conoce y la trata como si pensaran “aquí vamos de nuevo”.

Entre diagnósticos y pastillas, los problemas de salud mental de Star se presentan de manera orgánica y humana, sin depender de la lástima y el sensacionalismo para crear empatía. Star es inteligente, astuta y con un sentido del humor seco y peculiar. Se siente cada vez más preocupada porque a sus 19 años está cerca de terminar en una institución mental para adultos. Sus únicas vías de escape en la monotonía del hospital y el incierto paso de los días es perderse en su teléfono de pantalla rota, viendo mensajes, fotos y videos que sacan a flote su historia familiar, y conversar con An (Ziyin Zheng), quien la vigila en los turnos nocturnos como parte de un programa de voluntariado.

An es migrante de China, esperando obtener la ciudadanía canadiense mientras hace voluntariados en hospitales y afrontando angustias respecto a su identidad de género. Es de género fluido, y comenta su incomodidad por tener un cuerpo masculino. A diferencia de Star, quien se conforma con evitar ir a una institución para adultos, An tiene más aspiraciones, empezando por legalizar su estatus en el país casándose con un nativo y convirtiéndose en una “esposa trofeo”. Aunque proclama esto entre gracia y picardía, se asoman sus frustraciones.

La directora y guionista Ashley McKenzie sabe a la perfección el tipo de historia que quiere hacer, alejándose de las tendencias prosaicas de productos adolescentes recientes al abordar los problemas de salud mental en la adolescencia. Algo que de inmediato destaca en Queens of the Qing Dynasty, y que personalmente agradezco, es el retrato de la neurodiversidad. Alejada radicalmente de la caricatura con la cual se suelen representar personajes considerados mentalmente inestables, en Star se encuentra un retrato humanista que no la reduce a sus “síntomas”.

Star tiene un inenarrable pasado de traumas y abusos familiares que influyen sobre ella, pero no la condicionan. No hay necesidad de regodearse en la miseria de su historia porque la película no la ve como una mártir o una heroína, sino como un ser humano acomodando su vida a su manera, con dificultades para socializar y entender las relaciones interpersonales, operando a su propio ritmo e intentando aplicar aquello de “vivir un día a la vez”. Aquí, los clichés se dejan a un lado y la empatía surge con naturalidad porque se comprende de manera honesta y visceral lo que es estar atrapado en una mente atormentada, intentando alcanzar el máximo potencial a pesar de tener todo en contra.

Queens of the Qing Dynasty. Dir. Ashley McKenzie. Factory 25. 2022.

Durante las pláticas nocturnas, la conexión surge entre quienes parecerían ser extremadamente opuestas en las gélidas habitaciones del hospital. An aprende a escuchar y Star aprende a hablar, lo cual necesitaban para mejorar sus habilidades comunicativas. Al tener un vínculo de afecto genuino, posiblemente el primero en su vida, Star imagina un futuro con An. Las líneas entre el amor de amistad y el amor romántico a menudo se diluyen en sus pláticas, dando a entender que, en cierto punto, ni siquiera ellas mismas saben cómo definir su vínculo.

Este estudio de personajes resulta abrasador porque permite el espacio para el autodescubrimiento de Star y An, quienes buscan una forma propia de emancipación de las jaulas mentales y sociales con las que lidian. Star afronta el prejuicio ante las personas con problemas de salud mental y el funcionamiento ineficaz del sistema hospitalario. An enfrenta las complicadas políticas migratorias canadienses respecto a los trabajos a los cuales los migrantes pueden acceder, la no conformidad con la identidad sexual y el tratar fusionar la identidad de su país de origen con la del país en el que vive.

Constantemente, la necesidad de estar libres se manifiesta en secuencias de inteligencia lírica. Las imágenes hablan por sí mismas y el uso del sonido crea un ambiente hospitalario realista. La fotografía cuadrada (1.37:1) de Scott Moore es analógica a la sensación de estar atrapados en un ambiente ya de por sí claustrofóbico. La experimentación se ve en escenas que nos lleva literalmente al interior de Star, en un punto de vista de una endoscopia u otra que muestra un juego de realidad virtual con avatares de Star y An flotando. No son secuencias azarosas y, claramente, van de la mano de la búsqueda de autorrealización de las protagonistas y el constante miedo a quedarse atrapadas en sus propias vidas.

Cuando la historia sale de los confines del hospital, las dimensiones de los personajes, tanto de manera individual como en su vínculo, son llevados a otro terreno. La falsa sensación de escape y la ilusión de un final feliz se sienten en una especie de película de carretera. Si la película de McKenzie genera frustración, incomodidad y agotamiento está cumpliendo su cometido. La búsqueda de lo que Star y An consideran es libertad y catarsis resulta intencionalmente errática e incluso desconcertante. La empatía construida a partir de personalidades bellamente ensambladas y actuaciones genuinas genera un compromiso hacia el viaje que hace que la experiencia valga la pena.

Tal y como Lost in Translation de Sofia Coppola dio un significado a las habitaciones de hotel, retratando en ellas la soledad y la esencia de estar perdido en un mundo abrumador, Queens of the Qing Dynasty hace los mismo con los cuartos de hospital, los cuales encierran los anhelos y la incertidumbre ante un futuro que no parece prometedor. McKenzie plantea que el dolor, el trauma y el abandono son y siempre serán parte de la vida. No se puede huir de lo desagradable, fingir que nada nos afecta, ni autoconvencernos de que todo está mejorando.

Sin embargo, esta no es una película miserabilista, impersonal o aséptica. Su realismo es admirable porque no dice lo que queremos escuchar, sino que retrata las realidades turbias de la experiencia migrante, las complicaciones de sentirnos conformes con nuestra sexualidad y la lucha diaria con la enfermedad mental. Al igual que la vida misma, estos elementos crudos y angustiantes no impiden que la luz de la esperanza entre.

Al final, Queens of the Qing Dynasty crea un relato emotivo sobre lo angustiante de sentirse en un limbo y la belleza de conectar con el otro a través del trazo delicado y compasivo de sus personajes. Es hermosa, melancólica e inusualmente esperanzadora, reflexionando en cómo a través de encontrar a otros podemos reencontrarnos a nosotros mismos.

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