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Punto de encuentro (FCIU 41): cuando la cuarta pared jamás existió

Escrito el 13 abril, 2023 @StarcoVision

Dirección: Roberto Baeza.

País: Chile.

Duración: 90 minutos.

Palomómetro:

Más información de la película: https://www.imdb.com/title/tt21933728/

“La memoria es fundamental. Esas cosas no fueron sueños, esas cosas pasaron y pueden volver a pasar”.

 Silvia Vera Sommer

Punto de encuentro. Dir. Roberto Baeza. 2022.

El término “cuarta pared” es una alocución que se utiliza para referirse a una suerte de –valga la redundancia– pared imaginaria que separa al espectador de todo aquello que está viendo, ya sea en un escenario, una pantalla de cine o cual sea el medio. De un tiempo a acá han ganado notoriedad aquellos realizadores que rompen con esa pared y se dirigen al público de manera frontal, casi que obligándolo a ser parte del espectáculo. La pared siempre está, aun cuando uno esté viendo un documental, porque se sabe de antemano que hay cosas del proceso que uno no está viendo, emociones, frustraciones, lo que sea. Punto de encuentro quita esa percepción, pero más que rompiendo la pared, directamente jamás construyéndola.

En el medio del estallido social de 2019, Alfredo y Paulina, dos cineastas chilenos, se embarcaron en la travesía de reconstruir lo atroz que vivieron sus padres, Alfredo y Lucho, cuando estuvieron detenidos en un centro de tortura en los años 70. Mientras que Lucho sobrevivió, el paradero de Alfredo padre –o de lo que haya quedado de éste– continúa siendo una incógnita. Con la ayuda de sus madres, Silvia y Ginny, así como valiéndose de los recuerdos de Lucho, Alfredo y Paulina van uniendo las piezas de un rompecabezas que devela un oscuro, pero nada nuevo panorama. Mientras más piedras se les ponen en el camino, el afán por mantener la memoria

“Mi hijo quería tener una foto con su padre”, dijo Silvia –la ¿viuda? de Alfredo–  en un Q&A a posteriori de la segunda proyección del documental en el Festival de Cinemateca, ya que mientras que Silvia tiene recuerdos de su esposo y Lucho de su compañero de encierro, Alfredo hijo ha pasado toda su vida intentando dar vida a la imagen de un hombre que le fue arrebatado desde pequeño. El afán de Alfredo por revivir a su padre es tan conmovedor como desgarrador. Para ello, él y Paulina se valen de la ayuda de jóvenes actores a quienes les encomiendan la tarea de interpretar a sus padres y recrear los momentos previos y durante la represión. Le dan vida a los últimos recuerdos que tienen con el que ya no tiene voz, Alfredo.

Así, la película se vuelve una suerte de mockumentary que no tiene otro objeto que hacer ver al espectador todo aquello que muchas veces podría perderse en un corte final. Aun cuando pareciera que es un exceso de información, termina encajando a la perfección sin dejar ningún cabo suelto. Es casi como si a un niño se le pidiera que llevara una maqueta y él cayera al colegio con el producto acabado, los dedos pegados por el pegamento y una bolsa con el resto de los materiales.

Es sabido que los relatos sobre la dictadura siempre son removedores, independientemente de si uno ha vivido en esa era o no, porque son parte de la identidad de muchos pueblos. Uno va con cierta predisposición a ser sensibilizado. Aquí, los realizadores van un paso más allá, para lo que se alejan del típico relato del protagonista (directo o indirecto) sentado frente a la cámara contando su historia mientras llora o deja entrever que se le corta la voz. Acá se ve todo, sin tapujos, al desnudo.

Uno ve a Silvia riéndose al tiempo que recuerda la última morisqueta que le hizo Alfredo y también ve a una actriz quebrándose mientras busca la emoción en su interpretación. La ficción es utilizada para dar vida a todo aquello que no tiene registro más que la frágil memoria. Incluso, en la búsqueda por dar vida a lo que nada tiene de vívido, protagonistas y actores reconstruyen el cubículo donde Lucho y Alfredo estuvieron recluidos. Sacude ver a un Lucho conmovido y vivo, pero ¿a qué costo? A diferencia de una ficción, cuando este hombre se quiebra, la cámara posa sobre él dejándolo ser para luego verlo llenarse de emoción al mostrarle a la nieta de Alfredo el dominó de papel que fabricó para hacer más llevadero el peor momento de su vida ¡Qué temple hay que tener para este desafío! La escena más difícil de digerir se convierte en el ave fénix de una historia tan dolorosa como maravillosa.

Punto de encuentro es un relato de sanación, jamás de venganza. No se buscan culpables porque estos ya están identificados. Termina la proyección y uno tiene que tomar un respiro para procesar lo que vio, así como dejar pasar esa sensación que hace sucumbir los huesos y helar la sangre. Ni Alfredo o Paulina, mucho menos Silvia o Lucho, transmiten al espectador un dolor, no hay tampoco bronca, sino más bien resiliencia. Tanto así, que sorprende ver a Silvia rompiendo el hielo con el público al decir que ya ha perdido la cuenta de la cantidad de veces que ha visto la cinta. Ahí uno entiende todo, nunca hubo tal pared. Un documental que nos llevará tiempo procesar, Punto de encuentro es una invitación a hacer nuestra la historia de ellos.

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