Neptune Frost: afrofuturismo cibernético desde las montañas de Burundi
Dirección: Saul Williams y Anisia Uzeyman.
Guion: Saul Williams.
Países: Ruanda, Estados Unidos.
Elenco: Cheryl Isheja, Bertrand “Kaya Free” Ninteretse, Eliane Umuhire, Rebecca Mucyo, Tresor Niyangabo.
Palomómetro:
Más información de la película: https://www.imdb.com/title/tt11873472/

Un minero es asesinado. Un hombre camina al lugar donde podrá renacer como mujer. Una mujer con un brazo biónico despierta en un lugar desconocido. Los sistemas cibernéticos del mundo sufren un ataque devastador desde un escondite en las montañas de Burundi, cuya preocupación primordial es dar un mensaje poético al mundo. Estas son algunas de las imágenes que denotan la imaginación desbocada detrás de la cinta ruandesa-estadounidense Neptune Frost, estrenada en el Festival de Cannes 2021, donde recibió reconocimiento como parte de la programación de la Quinzaine des realisateurs, para culminar en las salas de cine estadounidenses.
Un joven activista universitario (Elvis Ngabo) se convierte en Neptune (Cheryl Isheja) tras la represión violenta del movimiento estudiantil, mientras que otro muere a manos de las fuerzas de seguridad de la mina donde labora frente a la mirada impotente de su hermano, Mata (Bertrand “Kaya Free” Ninteretse). El nacimiento y la muerte simultáneas de ambos personajes marcan el inicio de este musical de ciencia ficción con tintes cibernéticos en el que Neptune y Mata, junto a un grupo de personas como ellos, fundan una especie de comuna desde la cual buscan expresar su descontento con la opresión del Estado, las normas sociales del género y la explotación colonial.
La resistencia coloca a Neptune Frost de lleno en el afrofuturismo, el cual fue definido en 1993 por el crítico cultural Mark Dery como “la ficción afroamericana que coloca sus preocupaciones e historias dentro del contexto tecnocultural del siglo XX”. Como ejemplos claros de esta tendencia en las artes podría citarse el cómic – y su adaptación a la pantalla grande – de Pantera negra, cuya madre patria, Wakanda, es una utopía ultra tecnológica; o la música del colectivo afroamericano de funk Parliament/Funkadelic, cuya estética orgullosamente estrambótica los hacía descender de naves espaciales y jurarle lealtad a los Estados Unidos de Funkadelica.
La intertextualidad de Neptune Frost nos compele a mirar hacia la dirección en que la ficción producida por hombres y mujeres afroamericanos imagina utopías, por definición, los lugares que no existen, en las cuales la liberación racial viene acompañada de un rechazo de las normas estéticas occidentales. La cinta de Saul Williams y Anisia Uzeyman construye un lugar tal en las colinas de Burundi (la película fue grabada en Ruanda, pero está ambientada en Burundi), donde convergen los jóvenes que escapan de la represión y la explotación bajo la guía de Neptune y Mata, creando el reino Martyr-Loser o Matalusa.
Esta reapropiación de los términos mártir y perdedor constituye una suerte de manifiesto de esta banda de alienados que buscan poner fin a la explotación colonial de los recursos y los cuerpos. A través de discusiones al aire libre y números musicales multitudinarios, así como de un ataque al internet mundial, el reino Matalusa se posiciona en la geografía de la resistencia al capitalismo y la blanquitud del Norte global.

Lo primero que llama la atención de este peculiar musical es que no se ve como ninguna otra cosa previa. Los elementos que conforman el diseño de producción, el diseño de vestuario, la dirección de arte, y el maquillaje y peinado revelan una vasta imaginación. Una chaqueta hecha de teclas de computadora, un antebrazo y mano que señalan la unión entre carne y máquina, secuencias oníricas dominadas por la fosforescencia despertada por la luz ultravioleta, y pinceladas de rojo, azul cobalto y otros tonos brillantes adornan los rostros de sus protagonistas, mientras que mechones de cabello, teñidos de rojo brillante y anaranjado brincan al compás de la música de los tambores. En términos puramente visuales, es como si juntáramos Batman & Robin (Joel Schumacher, 1997) con Mad Max: más allá de la cúpula del trueno (George Miller, 1985).
Es por ello que resulta decepcionante que la mayoría de los elementos que conforman Neptune Frost no resulten en una gran película, sino en un experimento fallido. Las secuencias musicales adolecen de una cualidad estática que hace que la frecuencia de estos sea reiterativa y que a la hora el espectador ya esté a la coronilla de una cámara que se rehúsa a tener cualquier tipo de juego con lo que captura.
Asimismo, la historia resulta confusa, pues queda la impresión de que se extiende en demasiadas direcciones, con múltiples motivos a la vez. Los diálogos revelan este desorden generalizado, pues la mayoría se caracterizan por aforismos propios de la poesía slam, denunciando el colonialismo, a la autoridad, etc., pero resultan insostenibles a lo largo de los más de 100 minutos de duración de la cinta, además de que representan una contradicción con la voz en off que se escucha durante todo el filme. Podría uno aventurarse a opinar que esta contradicción, aunada a lo caótico de la narrativa (que no deja de ser lineal), constituye un espíritu vanguardista de innovar la forma cinematográfica, pero es más probable que se trate de una falta de familiaridad con la misma.
A menudo suceden cosas a cuadro, no a través de las imágenes, sino porque uno u otro personaje las comunica, como el extraño ataque a las redes globales de internet, que surge de la nada y cuyas consecuencias se comunican a través de cortes a segmentos informativos que repiten lo que se acaba de decir a cuadro. Parece que la audacia de Williams y Uzeyman se agota al momento de plasmar sus ideas, pues más allá del espectáculo deleitable del diseño de la utopía, Neptune Frost ofrece pocos placeres a su espectador, en su lugar creando repetición y confusión.
Curiosamente, es en los momentos en que sigue a un personaje solitario, ya sea Neptune o una paloma rosada en pleno vuelo, que la puesta en escena está mejor lograda, pues cuando trata de relatar la vida en comunidad, parece perder el hilo narrativo, cayendo en declamación tras declamación, número musical tras número musical hasta llegar a una conclusión que deja lugar a la esperanza a pesar de su carácter lúgubre.
Neptune Frost es de esos filmes que suenan mejor en papel; pero, por otro lado, ¿cuándo tenemos oportunidad de ver una película proveniente de África central?

J. Alejandro Becerra es un cinéfilo de opiniones controvertidas. Fundamentalista de Scorsese, se decanta por el cine hollywoodense, pero se empeña por descubrir películas de alrededor del mundo. Aunque estudió Historia en la universidad, le encantaría dedicarse a escribir sobre cine de tiempo completo. No se pierde los Óscares aunque le diga a todos que los odia. Entre sus películas favoritas están Rebecca, Carol, Cléo de 5 à 7, Casino y The Tree of Life. No lo admitirá, pero llora cada vez que mira el final de Porco Rosso. Es un ferviente fanático de Jessica Chastain y Oscar Isaac, y cuenta los días para verlos ganar sus Óscares. Actualmente se dedica a discutir en Twitter con extraños y a aprender sobre marketing digital.