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M20 Matamoros Ejido 20 (FICUNAM 13): bailar frente a la muerte

Escrito el 4 junio, 2023 @bmo985

Sección: Ahora México.

Dirección: Leonor Maldonado.

País: México.

Palomómetro:

Más información de la película: https://ficunam.unam.mx/pelicula/m20-matamoros-ejido-20/  

M20 Matamoros Ejido 20. Dir. Leonor Maldonado. 2023. Cortesía FICUNAM.

Un hombre camina por las calles oscuras de Matamoros hasta llegar a un enrejado de donde proviene un ritmo pulsante. El polvo en el aire da cuenta de la actividad en este espacio. Los tambores raudos marcan el ritmo hipnótico. ¿Es un ritual, una práctica, un festejo, una reunión o simplemente una carne asada nocturna acompañada por música? Es un baile de ningún tipo que haya visto el espectador: filas de hombres jóvenes pisotean la tierra, brincando, esquivándose unos a otros, agitando una especie de sonaja gigante en sus manos, persiguiendo – algunos en vano, otros con éxito – el ritmo marcado por el golpeteo incesante de los tambores.

Esta gloriosa secuencia, realizada en un espléndido primer plano que coloca casi todo fuera de foco, marca el inicio de M20 Matamoros ejido 20, película de Leonor Maldonado. De las películas en competencia en la sección Ahora México de FICUNAM, puedo decirse lo siguiente: esta es la que tiene los mejores primeros cinco minutos. La enérgica coreografía captura la emoción del baile en grupo, de los cuerpos moviéndose al unísono sin otro objetivo más que seguir el ritmo. Podría decirse que recuerda al baile que inaugara Climax (Gaspar Noé, 2018), pero en aquel filme salían a flote la sofisticación y el hedonismo de sus protagonistas, mientras que en este son capturados el brío juvenil, la agresividad masculina, el sentido de comunidad y la solidaridad entre los que se saben marginados.

Las imágenes, en un documental como en una película de ficción, importan, y qué mejor forma de preparar al público que con la embriaguez delirante del baile para contar la historia de un bailarín aficionado y su grupo en la frontera México-Estados Unidos, cuyas vidas no solo transcurren entre contrastes: entre dos países, entre la legalidad y su contraparte y entre la vida y la muerte. Rigo, el que inició todo este merequetengue como una forma de pasar el tiempo con sus amigos, es quien merece la atención de este documental. La cámara lo sigue en su día a día, en los ensayos, en las conversaciones con amigos y en una presentación pública, que, contrario a lo que uno esperaría, no transcurre en un escenario, sino en una peregrinación donde también bailan otros grupos que imitan los ritmos, la estructura y los pasos trazados por Rigo.

La gloria y el pecado, el orgullo de sí mismos y la culpa por lo realizado conviven en los jóvenes que bailan junto a Rigo. A veces no hay de otra, dicen algunos. El cartel, a final de cuentas, paga dinero contante y sonante por trabajos bien realizados. Algún otro aparece a cuadro describiendo la ruta para cruzar a los migrantes al mítico otro lado. Uno más ofrece su testimonio (y muestra sus heridas de bala) bajo el cobijo del anonimato tras cumplir su sentencia carcelaria. El mismo Rigo, cuyas canas denotan una incipiente madurez y quien vela por sus hijos y su esposa al otro de la frontera, confiesa que estuvo a punto de cambiar su línea de trabajo; la oferta fue muy tentadora, pero no lo suficiente.

M20 Matamoros Ejido 20 no es entonces solo un documental sobre el peculiar baile inventado en un terreno de terracería – ubicado en algún lugar entre el falso indigenismo de los bailantes prehispánicos y el baile en línea tipo Caballo Dorado (oscuro capítulo en la vida de todo mexicano mayor de 30 años) –, cosa que hace con creces. Más bien, es un retrato de una ciudad en medio de una guerra por el control de la frontera norte de México que ha dejado su marca en generaciones de matamorenses. Si no es un sicario que busca miembros de grupos rivales en los autobuses que salen de la ciudad o las ofertas de trabajo que exigen poner en peligro la vida o la libertad, o el ejército (ahora Guardia Nacional) que, en su afán de cumplir órdenes, dispara primero y pregunta después, serán entonces la pobreza o las drogas las que consumen sus vidas. Este recuento macabro ocurre cuando Rigo menciona a todos los amigos que perdió en el camino, pareciéndonos que él es el único superviviente de una generación perdida.

Esta realidad nos confronta con una verdad cada vez más necesaria: ¿es posible que las personas que cometen los delitos que ocupan titulares y merecen discursos prometiendo punitivismo, exterminio y combate frontal, lo hacen porque no tienen de otra? (Esto es algo que saben las madres buscadoras de México: no importa lo que hicieron, cada vida perdida merece respeto, así como ser llorada y honrada.)

En esta historia, en fin, no hay buenos ni malos, solo hay una moral grisácea en la cual la máxima es permanecer vivo y hacer lo que haga falta para sobrevivir. Allí están las personas atrapadas en una ciudad donde el viejo adagio de José Alfredo Domínguez tiene más vigencia que nunca: “la vida no vale nada”. Ante este panorama, no hay más que bailar.

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