Los colonos (TIFF 2023): ¿queremos pertenecer a la nación?
Sección: Centrepiece.
Dirección: Felipe Gálvez.
Guion: Felipe Gálvez y Antonia Girardi.
Países: Chile, Argentina, Francia Dinamarca, Reino Unido, Taiwán, Suecia.
Elenco: Alfredo Castro, Mark Stanley, Benjamin Westfall, Camilo Arancibia, Mishell Guaña.
Palomómetro:
Más información de la película: https://www.tiff.net/events/the-settlers

Las naciones no se remontan, como quisieran algunos políticos y sus teóricos populistas, a cientos de años atrás. Estas se formaron, en su mayor parte, durante el periodo que corre entre el siglo XIX y XX. Es durante esta época, en los primeros años del siglo XX, que transcurre Los colonos, película que narra uno de los episodios olvidados de la nación chilena: el exterminio de un pueblo indígena en beneficio de los grandes latifundios que aún hoy dominan la parte correspondiente a Tierra del Fuego.
El wéstern es uno de los elementos centrales de Los colonos y es fácil entender porque Felipe Gálvez, director y co-escritor junto a Antonia Girardi, recurrió a este lenguaje visual para narrar la historia: el enfrentamiento entre hombres blancos e indígenas y entre aquellos y la naturaleza, los largos viajes a caballo, y la violencia implícita de una tierra sin autoridad ni ley más que la que emana de una pistola. Pero Gálvez no retoma las aristas más simplistas de este género, más bien las subvierte en una película de salvajismo civilizatorio visto a través de los ojos de Segundo (Camilo Arancibia), un mestizo de Chiloé que se vuelve cómplice en las genocidas andadas del teniente MacLennan (Mark Stanley), conocido como El Chancho Colorado, una figura verídica de la historia.
MacLennan, un soldado británico convertido en capataz del señor Menéndez (Alfredo Castro), es el encargado por este último de la consolidación de su extensa tierra para garantizar la seguridad de sus rebaños de ovejas desde las montañas hasta el océano. Esta expedición conforma la primera mitad del filme y es en la cual se siente con mayor fuerza la influencia del wéstern. Grandes planos abiertos comunican la vastedad del paisaje transitado por el grupo conformado por MacLennan, Segundo y Bill (Benjamin Westfall), un pistolero texano.
Gálvez los retrata no como héroes en una aventura ni como hombres recios de rectitud admirable. En sus conversaciones y su trato no hay más que desprecio y crueldad, aun entre ellos. La violencia siempre está en la superficie y, dependiendo de a quién encuentren, resulta en una masacre o en inocentes juegos de exhibición y camaradería (se ruega buscar el cameo de Mariano Llinás, director de La flor (2018) y escritor de Argentina, 1985).
El señor Menéndez no los acompaña en aquella misión, pero su severidad resuena a lo largo de esta. La violencia muy humana de sus enviados está apoyada en otro tipo de violencia ejercida por el latifundista, una que suma cifras, dibuja mapas, se reúne con miembros del clero y con representantes del Estado para discutir el progreso de la misión civilizatoria en aquella tierra austral y que, con voz tranquila, pero firme expresa el deseo de la aniquilación de todo ser humano que habite sus tierras.
Gálvez construye la segunda mitad de Los colonos en torno al personaje interpretado por Castro, hallándolo en apagados, pero lujosos interiores, embebiéndose de hermosas melodías cantadas por sus hijas y defendiendo sus derechos a la tierra que el gobierno chileno le otorgó para su explotación. Es el representante del Capital en su refugio apacible quien dicta el destino de hombres y mujeres, quien enarbola la bandera de la civilización con la acquiesencia del Estado. Ya no es una sorpresa que Castro sea casi siempre lo mejor de las películas en las que aparece, pero, después de haberlo visto como un hombre de Dios en El viento que arrasa apenas unos días antes, me siento obligado a refrendar su gigantesca estatura como uno de los mejores actores trabajando hoy.
Gálvez juguetea con un montaje posmoderno que parece más cercano a la novela gráfica que al wéstern clásico, con una tipografía rojiza presentando los capítulos que conforman la narración – en su momento pensé que esto la colocaba más cerca de Kill Bill (Quentin Tarantino, 2003) que de Centauros del desierto (John Ford, 1956) –. Los colonos se aleja de una representación naturalista optando por imágenes de rojos saturados y azules fríos, lo que contrasta con el propósito del filme: retratar un capítulo olvidado de la historia chilena, es decir, ser fiel a los hechos verídicos.
Así, Los colonos juega con nociones de artificialidad, incorporando una reflexión sobre cómo el cine y la fotografía fungen como herramientas de construcción del discurso con claros favorecidos. Quién está detrás y quién enfrente de la cámara y cómo se cuenta una historia tienen eco en la esclarecedora secuencia final. Filmar una historia es igual a robarla y fundar una nación es igual a asesinar a todos quienes se quedaron fuera de ella.

J. Alejandro Becerra es un cinéfilo de opiniones controvertidas. Fundamentalista de Scorsese, se decanta por el cine hollywoodense, pero se empeña por descubrir películas de alrededor del mundo. Aunque estudió Historia en la universidad, le encantaría dedicarse a escribir sobre cine de tiempo completo. No se pierde los Óscares aunque le diga a todos que los odia. Entre sus películas favoritas están Rebecca, Carol, Cléo de 5 à 7, Casino y The Tree of Life. No lo admitirá, pero llora cada vez que mira el final de Porco Rosso. Es un ferviente fanático de Jessica Chastain y Oscar Isaac, y cuenta los días para verlos ganar sus Óscares. Actualmente se dedica a discutir en Twitter con extraños y a aprender sobre marketing digital.