Palomita de maíz

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La calle del terror (parte 3): 1666 – Habrá luna llena y la verdad saldrá a la luz antes del ocaso

Escrito el 20 julio, 2021 @Medichiello

Dirección: Leigh Janiak.

Guion: Leigh Janiak, Phil Graziadei, Kate Trefry.

Elenco: Kiana Madeira, Benjamin Flores Jr., Olivia Welch, Sadie Sink, Gillian Jacobs, Randy Havens, McCabe Slye, Ashley Zukerman, Darrell Britt-Gibson, Fred Hechinger, Julia Rehwald, Elizabeth Scopel.

País: Estados Unidos.

Palomómetro:

Más información de la película: https://www.imdb.com/title/tt9701942/

El modelo de Netflix nos ha hecho consumir de una forma inhóspita la trilogía de La calle del terror que, por suerte, está conformada por películas más que notables. Cada semana y vorazmente, hemos caminado a través del terror con Deena (Kiana Madeira), Ziggy (Gillian Jacobs), Josh (Benjamin Flores Jr.) y compañía, a través de diferentes épocas para esclarecer la maldición que asola al pueblo de Shadyside y sus habitantes. Por fin, hemos llegado al final con La calle del terror (parte 3): 1666, en donde se pondrán todas las cartas sobre la mesa y descubrirá la verdadera historia de Sarah Fier (Elizabeth Scopel), la bruja que los tiene aterrorizados.

La historia se sitúa siglos atrás, en 1666. Sarah Fier y su hermano Henry son ganaderos en el pequeño pueblo de Shadyside, que aún no alcanza la magnitud que vemos en las películas anteriores. Tras una noche de juerga y diversión, Sarah es descubierta besando a su novia Hannah (Olivia Scott Welch), y las tachan de brujas. Pronto empiezan a morir los animales, pudrirse las plantas y envenenarse el agua. La única explicación posible es ¡brujería! Así, Sarah Fier se convierte en el punto de odio.

Con apenas un puñado de actores y locaciones que sólo cambian su caracterización para adaptarse a cada momento, se crea un vínculo con el espacio y los personajes que habitan esta peculiar historia. Algo muy divertido de ver es cómo Shadyside ha evolucionado con los años – o involucionado – y la variación de sus escenarios con el tiempo. Dónde antes había un árbol, ahora hay un centro comercial. Gracias a pequeñas pistas nada sutiles, estos escenarios se identifican fácilmente y los sucesos ocurren con más fuerza emocional.

Es notoria la evolución de estas tres películas. La historia avanza hacia delante, con los mismos actores, pero retrocediendo en los años. Esto tiene trampa, pero me limitaré a decir que su sistema funciona como un reloj que comprende el tiempo de forma no lineal y que trasciende más allá de lo cotidiano. La directora de las tres partes, Leigh Janiak, se da a conocer como una gran narradora de historias de terror y, de una semana a otra, tenemos tres filmes que lo confirman.

Una de las mayores sorpresas que nos ha dado La calle del miedo es su evolución a través del género slasher. En Parte 1: 1994, el slasher referenciaba a los clásicos y apenas jugueteaba con lo lovecraftiano. Janiak homenajea a los camp slashers en Parte 2: 1978, mientras que mantiene su propia firma, dando originalidad y frescura a la cinta. En Parte 3: 1666, la última entrega, Janiak logra una especie de antislasher que revitaliza el género.

En este final, y tras metraje donde los protagonistas y espectadores obtienen la información suficiente para saber qué está pasando, los asesinos se convierten en presas peligrosas a las que hay que darles caza. Ahora los adolescentes caminan tras el mal para acabar con él de forma antónima a lo que propone el género.

Me gustaría recalcar el gran trabajo de fotografía que hay detrás, a cargo de Caleb Heymann, acorde no sólo con cada situación sino con cada tiempo y espacio. Mientras que en 1666 tenemos una fotografía marrón y oscura, en 1994 los colores hiper saturados como el verde o naranja nos transportan a la adolescencia nostálgica de los 80 y 90. Es una fotografía que sabe lo que está contando en todo momento y ayuda de forma inconsciente a adentrarse y creer todo lo que se cuenta en pantalla.

Parte 3: 1666 se convierte en un gran final para esta trilogía, llena de denuncia social a la par de diversión, misticismo y terror. Su historia de orígenes es simple, pero efectista. Su terror se aparta de las dos anteriores entregas en donde era más palpable y visceral para convertirse en uno más psicológico y cercano a la sociedad. El miedo a recorrer las calles, al acoso por pertenecer a un grupo socialmente excluido, o a que te peguen una paliza mientras paseas… el miedo que mucha gente siente a diario con sólo pisar la calle.

La calle del terror se ha convertido en lo más destacable de estos últimos años en este subgénero. Lo que la directora propone es un viaje en el tiempo dirigido por el miedo que ha sentido y siente la comunidad LGBTQ+ y otras minorías que han sido maltratadas por la sociedad, no dejando lugar a segundas lecturas. Una historia rematadamente bien construida que sabe lo que quiere contar y cuando acabar, deja con ganas de más, pero con una sensación de satisfacción.

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