La batalla de Chile: una clase de historia en carne viva
Dirección: Patricio Guzmán.
Países: Chile, Francia y Venezuela.
Duración: trilogía de películas divididas en La insurrección de la burguesía (97 minutos), El golpe de estado (88 minutos) y El poder popular (80 minutos).
Palomómetro:
Más información de la trilogía: https://www.imdb.com/title/tt0072685/?ref_=nm_flmg_t_26_dr (La insurrección de la burguesía), https://www.imdb.com/title/tt0074187/?ref_=nm_flmg_t_25_dr (El golpe de estado) y https://www.imdb.com/title/tt0078831/?ref_=nm_flmg_t_24_dr (El poder popular)
“Aquellos que no pueden recordar el pasado, están condenados a repetirlo”.
-Jorge Agustín Nicolás Ruiz de Santayana y Borrás

La historia es intrínseca a la vida. Toda persona, todo ser vivo y en sí todo lugar tienen una historia, un pasado común, algo que los hace ser quiénes son, aun cuando no tengan mucho de qué enorgullecerse. Quién carece de historia, carece de vida, puesto que hasta el recién nacido tiene un pasado que lo precede y que lo define. La [nueva] democracia chilena (y la latinoamericana en sí) es joven, demasiado joven, y su supervivencia dependerá de jamás olvidar su pasado.
La segunda mitad del siglo XX fue una de las épocas más oscuras para la humanidad. Mientras las dos primeras guerras mundiales trajeron, en cierta forma, repercusiones positivas en América Latina, la bonanza duró poco. La colonia independizada es una amenaza para cualquier conquistador. Años después, la batalla librada entre las grandes potencias enfrentadas en la Guerra Fría tendría un epicentro en este lado del mundo, donde se buscó quitar lo más sagrado que tenían: la capacidad de autogobernarse.
¿Qué tiene que ver esto con el cine? Todo. Costa-Gavras, quizás el más influyente foráneo que retrató la dictadura latinoamericana, dijo en 2008 que, en la historia del cine, “…las películas más importantes han sido socio-políticas”. Él mismo hizo la aclaración de que la audiencia debe ser independiente, nunca imponiendo ideas y tampoco cayendo en ser un entretenimiento vacío. ¿Entretiene? Sí, exacto, el documental, como cualquier película o producto artístico, tiene que atraparnos, incluso cuando nos escandalice lo que veamos. La batalla de Chile cumple con esa premisa, aun cuando el rato que pase pegado a la pantalla lo deje con un dolor de cabeza infernal. La verdad asusta.
Teniendo como común denominador el planteo de Costa-Gavras, Patricio Guzmán se muestra tal cual como lo que es: un realizador político. Su trabajo es incisivo y desafiante, buscando que el espectador saque sus propias conclusiones, pero jamás cayendo en academicismo alguno. La no ficción tiene el doble trabajo de educar y entretener. Pese a que la obra de Guzmán parece que nada tiene en común con The Exorcist de William Friedkin (1973) o Titane de Julia Ducournau (2021), despierta una actividad sensorial similar. En La batalla de Chile no hay lugar para el regocijo o el alivio, sino más bien para el horror y la más absoluta incomodidad. La obra de Guzmán es cine hecho para la consciencia por sobre todas las cosas.
Dividido en tres partes, La Batalla de Chile retrata la estrepitosa caída del líder Salvador Allende en septiembre de 1973. No obstante, lejos de ser un simple relato político de cómo un mandatario ve su popularidad volverse cenizas, Guzmán muestra una seguidilla de sucesos que dieron paso a una de las mayores lastimaduras del continente americano: la dictadura. Allende no terminó su mandato, sino que lo terminaron.
El documental tiene algo que todos los demás géneros carecen: una auténtica originalidad. La batalla de Chile está lleno de material real, de primera mano, un desarrollo que comienza como periodístico y termina en el más absoluto horror. El trabajo es muy cercano al espectador, con Guzmán narrando los sucesos que son ilustrados con un sorprendente archivo en blanco y negro que sigue a los protagonistas. A todos. Todo aquel chileno, civil o militar tiene su momento de fama. La cámara se puede posar en Allende desfilando ante las masas en su coche presidencial, como ante la votante anónima de clase baja y hasta el más infame político de la oposición. Guzmán los muestra a todos, mejor aún, los acerca a todos hasta un primer plano que oficia casi de detector de mentiras.

La insurrección de la burguesía, primera pieza, comienza con una serie de testimonios de chilenos a los que Guzmán interroga con la sencilla premisa de: “¿por quién va a votar en las próximas elecciones?”. Las respuestas van escalando de clase social y esperanza. Se muestran todos los bandos, desde los humildes, pasando por los escépticos para llegar a los más fervientes detractores del gobierno populista de Salvador Allende. Todos aquí tienen voz (y hasta ese entonces, también voto), sin hacer distinción alguna. ¿Usted es votante? Pues entonces su voz tiene derecho a ser escuchada, sin importar que la respuesta rechine a todo aquel con cabeza de siglo XXI.
Hasta acá, sin importar el lado del espectro político en el que se encuentren, todos concuerdan en algo: solo habrá cambio por el camino de la democracia. Entonces, ¿qué le pasó a Chile? Acá Guzmán se encarga de dar los hechos, mas nunca la verdad absoluta. Él no es juez, apenas es mensajero. Un poco porque el cineasta sabe su rol que él no tiene cabida en el meollo, pero otro tanto porque su obra no tiene explicación y, hasta ese entonces, tampoco desenlace.
La segunda parte, Golpe de estado, da voz a lo injustificable, al tiempo que denota el estilo fílmico del equipo de producción: las imágenes del golpe en sí mismo, el sonido que poco tiene que envidiarle al estruendo de la bomba atómica de Oppenheimer de Christopher Nolan (2023) y el archivo de un comando llamado a reorganizar su casa bajo una consigna meramente destructiva.
Finalmente, El poder popular ofrece una visión más acabada del asunto. La última parte, cuya duración es de algo más de hora y media, bien podría ser una pieza única en sí misma. Dialoga con las otras dos, por supuesto, pero tiene una identidad particular, es el “ahora” de ese entonces, la cuestión medular, el qué se hace ahora que no se puede hacer nada. Quizás se trata de la parte menos informativa y más crítica del asunto, donde se le vuelve a dar voz al que más callado se tiene que estar, el pueblo.
Aquí, Guzmán utiliza un recurso que bien podría decirse que fue de inspiración a otros coterráneos documentalistas, como Roberto Baeza en Punto de encuentro (2022), que es el de compartir todo aquello que quedó en el tintero. El cineasta abre su archivo y brinda sustancia, una avalancha de información, que incluso cuando parece ser la menos procesada, es la más importante. Lo anterior funciona como background porque acá va lo necesario. ¿Por qué los ataques se posaron en Allende? ¿Era él una víctima o amenaza? ¿Para quiénes? Preguntas y más preguntas que luego trascendieron la pantalla. La obra de Guzmán termina siendo un ejercicio por plantear interrogantes que deben ser respondidas por el espectador menos culpable hasta el más interrogado. El resultado es una locura.
Uno termina de ver la obra de Guzmán con un nudo en el estómago, con ese dolor de cabeza transformado en lágrimas a medio completar. No tienen la fuerza para caer, así como tampoco son tan débiles como para no existir. Es un retrato del más absoluto horror, pero también de la tristeza, y también un canto a la esperanza. La batalla de Chile bien ganado tiene su nombre porque es el grito de un pueblo enfrentado a sus propios demonios, luchando porque la tormenta acabe.
La trilogía concluyó en 1979 en un esfuerzo de producción tan temerario como valiente. Chile no volvió a abrazar la democracia y el sentido de un verdadero Estado de Gobierno hasta el 11 de marzo de 1990. ¡17 años duró la película de terror! 50 años después del ataque al Palacio de la Moneda, la clase de historia de Patricio Guzmán debería de interpelar hasta al más escéptico.

Made in Uruguay, a Valentina el corazón le pertenece a sus raíces eslavas como las que retratan Pawlikowski en Cold War y Kusturica en When Father Was Away on Business. Firme defensora del Óscar de Faye Dunaway por Network, fanática del Almodóvar de Tacones Lejanos y fundamentalista de Vanessa Kirby. Cuenta los días para que The Academy salde su cuenta pendiente con Bradley Cooper. Ah, y para entretenerse, un cartón dice que es internacionalista.