Dead Ringers: la línea entre la ambición y la locura
Disponible en: Prime Video.
Creada por: Alice Birch, basada en la película homónima (1988) de David Cronenberg, adaptación de la novela Twins (1977) de Bari Wood y Jack Geasland.
Elenco: Rachel Weisz, Britne Oldford, Poppy Liu, Jennifer Ehle y Michael Chernus.
País: Estados Unidos.
Duración: seis episodios de entre 52 a 64 minutos cada uno.
Palomómetro:
Más información de la serie: https://www.imdb.com/title/tt12923632/
“La ambición humana es maravillosa, no es mala, pero cualquier exceso resulta fatal.”
– Gabriel Calderón, dramaturgo uruguayo, en entrevista para Agencia EFE (2021).

Normal, lo que se dice normal, nadie lo es. Hay una fascinación en el ser humano por pretender ser algo que no es, por crear un estándar de comportamiento sobre el cual tienen que erigirse todas las relaciones sociales. Todo aquel que no encaja en ese patrón pasa automáticamente a ser raro, a estar desencajado, a vivir con el miedo constante de que se le mire de costado y que no se le tome con seriedad.
Dead Ringers es un poco eso, es la historia de las hermanas Beverly y Elliot Mantle (Rachel Weisz) que caen fuera de ese patrón, pero cuya inteligencia las vuelve tan atractivas que pueden camuflar esa locura y convertirla en una ambición desmedida. Uno desde afuera se pregunta: ¿vale la pena hacer oídos sordos a esa anormalidad?
A finales de los 80, el maestro de la incomodidad y lo grotesco, David Cronenberg, adaptó la novela Twins (Bari Wood & Jack Geasland, 1977) a la gran pantalla con un magnético Jeremy Irons a la cabeza. Irons dio vida a los gemelos Mantle, dos prodigiosos ginecólogos especializados en problemas de fertilidad. Lo que hoy es casi que una película de culto, fue una piedra en el zapato de Cronenberg, quien estuvo casi una década intentando convencer a productores sobre lo interesante que podría ser este proyecto. Lo cierto es que, cualquier reseña sobre el libro, ya denota lo terrorífico de su contenido.
Twins es una novela que retrata lo grotesco del ser humano, pero lejos de ser una paradoja sobre la autodestrucción, tiene más de real de lo que podemos imaginar. El libro está basado en los hermanos Stewart y Cyril Marcus, también ginecólogos, fallecidos en 1975 y objeto de un artículo en The New York Times respecto a la extrañeza de su deceso. Los Marcus, como los (y las) Mantle, eran dos personas que de normales tenían poco.
Lo más agraviante que siempre tuvo la historia de los Mantle es el hecho de que ambos fueran ginecólogos. Que estos profesionales existan y que no deba haber prejuicio sobre su género es un hecho, pero ¿qué tan curioso es que un retrato de terror ponga a dos hombres en tal posición? A las mujeres algo de terror o incomodidad les genera porque la ginecología es la rama de la medicina que convive de manera íntima con la biología femenina. Quizás este es el primer lío en que se mete Alice Birch con su nueva versión, en quitar el mote del género.
Nunca fue sobre hombres y mujeres, sino más bien sobre personas y ambiciones, locas pasiones inherentes a aquellos cuyo ego es más fuerte que su capacidad de autocontrolarse. Así como Cronenberg y Irons nos revolvieron el estómago, Birch y Weisz nos dejan con una úlcera perforada.

La premisa en miniserie y película es igual: gemelos idénticos trabajan en ginecología y se dedican principalmente a cuestiones de fertilidad y seguimiento de embarazos. Les va bien, podría decirse que son exitosos, pero como cualquiera que ha llegado a un punto de bienestar, anhelan más. En cierto modo, hasta se lo merecen. Por más idénticos que son en cuanto a rasgos (ni que hablar que facilita muchísimo que se utilice al mismo actor en ambos casos), Beverly y Elliot tienen personalidades opuestas, las que por más complementarias que parezcan, simplemente son diferentes.
No son la misma persona, y por más peculiar que parezca, el swap en algunas circunstancias cuesta identificar aún a ojo de buen cubero. Beverly tiene una personalidad efervescente, que oscila entre seguridad y arrogancia, a veces hasta demencia. Por su parte, Elliot es calmada, ensimismada, de esa gente que piensa las cosas mil veces, no tanto por no hacerlas, sino por cuánto tiempo debe lidiar con las consecuencias.
Es muy difícil, por no decir que imposible, disociar la miniserie de la película original, más que nada para manejar supuestos. El espectador, aun cuando sea incrédulo de prevenir acontecimientos, tiene cierta predisposición a juzgar con vehemencia a estos personajes. Las Mantle son muy conscientes de su anormalidad, y en lugar de intentar camuflarse, disfrazan su demencia con altura. Ellas creen que es el precio que pagan por ser superiores al resto. Creen que ser gemelas es un don, una oportunidad de babosear a la raza humana y reírse en la cara al resto. Todo les sirve para hacer sus engaños. Incluso la construcción de sus relaciones se basa en que una haga aquello que la otra no puede. Mientras a Elliot esto le genera un sentimiento de culpa, Beverly parece disfrutarlo, casi que le es como el combustible de su vida.
La trama es peligrosa desde un principio. ¿Hasta dónde puede llegar un ser humano movilizado por la ambición? Mejor dicho, ¿en dónde se termina la ambición? La inmensidad es incompatible con la vida misma. La perfección no existe, eso lo tenemos claro, pero las Mantle creen que entre medio pueden jugar a ser Dios. Sin embargo, su principal falencia son las relaciones humanas; su más grande Talón de Aquiles en todo sentido.
La historia en ningún momento le da tregua al espectador, sino que le hace progresivas revelaciones para incomodarlo cada vez más. La falta de escrúpulos de las gemelas se complementa con una serie de personajes que les alimentan el ego esperando encontrar regocijo. Las Mantle terminan siendo víctimas primero de ellas y luego de un sistema en un final perfectamente cerrado.
Hay una cuestión casi que animal en la interpretación de Rachel Weisz, a la distancia de todo lo que ha hecho con anterioridad. Weisz sigue los pasos de Irons, toma su posta, pero distancia su enfoque del de este y lo acerca más al contrapunteo de Natalie Portman y Mila Kunis en Black Swan (Darren Aronofsky, 2010) o la demencia de Liv Ullmann en Face to Face (Ingmar Bergman, 1976). Lo de Weisz es de una fineza tal que sus gemelas Mantle oscilan entre una completa fusión para luego separarse como el agua en el aceite. El resultado es un espectáculo que agota al espectador por el esfuerzo, pero que es una maravilla de ver. Si bien ella trabaja sola, sus partenaires desarrollan sus historias de manera que contribuyen al todo, algunas auxiliando en la locura (magníficas Poppy Liu y Jennifer Ehle) y otras apelando a la poca racionalidad (Britne Oldford y Michael Chernus).
Dead Ringers no es una miniserie fácil de ver. ¡Por suerte! Casi llegando al final uno termina abatido con el resultado y no sabe si es porque lo que vio es fantástico o porque ha sido un torbellino difícil de digerir. Lo cierto es que la historia interpela a todos desde una manera primaria, nos cala como seres humanos. Uno vuelve al punto de partida: ¿qué tanto estoy dispuesto a hacer para lograr mis cometidos? Después de ver a las Mantle comienza a correr un escalofrío y la respuesta a esa pregunta queda inconclusa. A Shakespeare un poco le encantaría esta alegoría.

Made in Uruguay, a Valentina el corazón le pertenece a sus raíces eslavas como las que retratan Pawlikowski en Cold War y Kusturica en When Father Was Away on Business. Firme defensora del Óscar de Faye Dunaway por Network, fanática del Almodóvar de Tacones Lejanos y fundamentalista de Vanessa Kirby. Cuenta los días para que The Academy salde su cuenta pendiente con Bradley Cooper. Ah, y para entretenerse, un cartón dice que es internacionalista.