Cuando acecha la maldad: viaje infernal al corazón de la malicia
Dirección: Demián Rugna.
Guion: Demián Rugna.
Elenco: Ezequiel Rodríguez, Demián Salomón, Silvina Sabater, Virginia Garófalo, Emilio Vodanovich, Luis Ziembrowski, Paula Rubinsztein, Federico Liss, Marcelo Michinaux.
Países: Argentina, Uruguay.
Palomómetro:
Más información de la película: https://www.imdb.com/title/tt16300962/

Me gusta comparar la afición por el cine de terror con los deportes extremos. En ambos casos se busca lo mismo: dosis de adrenalina y algo que nos saque de la zona de confort. Como aquél que ha hecho paracaidismo una y otra vez se aburre y busca emociones nuevas en prácticas cada vez más arriesgadas, los amantes del terror estamos constantemente cazando películas que irrumpan con el conformismo contemporáneo del género.
Conformismo explícito no solo en la escasez de ideas, sino en la necesidad de complacer y vender al máximo, simplificando y saneando sus historias en el proceso. Afortunadamente, por cada cinco películas de franquicias que se rehúsan a terminar y remakes desangelados de clásicos del género, hay una película subversiva que ofrece precisamente esa dosis de frescura y visceralidad que se siente perdida en el terror.
La ganadora de la más reciente edición del Festival de Cine de Sitges, Cuando acecha la maldad de Demián Rugna, entra en la categoría del terror subversivo. Se inspira en películas francesas de terror extremo, particularmente Martyrs (Pascal Laugier, 2008), no solo porque ambas son experiencias dantescas de crueldad, reinventando formas de mostrar violencia en pantalla, sino porque son relatos cautivantes sobre los límites de los seres humanos, proponiendo una tesis que explora un concepto; en la de Laugier es el dolor, en la de Rugna es la maldad.
En una zona rural de Argentina, los hermanos Pedro (Ezequiel Rodríguez) y Jimi (Demián Salomon) escuchan disparos durante la noche. Por seguridad, deciden salir por la mañana a investigar, encontrándose con restos humanos. Junto a estos, se encuentran unos artefactos extraños y papeles con la dirección de un pequeño rancho cercano. Allí vive Uriel, o, mejor dicho, lo que queda de él.
Uriel es un “encarnado”, término que plantea la película para las personas poseídas por una entidad maligna que las convierte en demonios sedientos de sangre y destrucción. Físicamente dejan de parecer seres humanos; su cuerpo se encuentra en estado de descomposición con todos los fluidos grotescos que eso implica, y en cuanto a comportamiento, son crueles y extremadamente violentos.
Los encarnados, tanto humanos como animales, no pueden ser simplemente asesinados de un disparo, ya que esto “liberaría” la maldad que posee sus cuerpos y causaría más estragos en los alrededores. Deben ser exorcizados por un “limpiador”. En este mundo anárquico de caos y horror, Pedro y Jimi intentan rescatar a los hijos del primero y encontrar un lugar seguro, sin saber que ese concepto ha dejado de existir.
Resulta difícil clasificar a Cuando acecha la maldad en un subgénero del terror. Algunos la llaman una película de posesiones, otros una de zombis, pero Rugna es artífice de una cinta que sigue su propio trayecto sangriento sin delimitarse en etiquetas. La película se acerca a una fábula distópica horripilante repleta de tragedias que rodean a personajes que buscan la supervivencia básica. La cinta presenta la típica serie de infortunios que circundan en un mundo sin ley.

La mayor diferencia con historias de corte similar es la falta de tapujos y el descaro de Rugna para hacer justicia a su título. Por supuesto que podemos hablar del nivel virulento de violencia plasmado aquí. Los efectos especiales son fantásticos, causando repulsión e impacto al no titubear en llenar la pantalla de cuerpos mutilados y sesos desparramados. Sin embargo, el elemento más astuto de la película es la tesis de Rugna sobre la maldad como un cáncer que carcome todo a su paso.
El director conceptualiza lentamente la existencia de los encarnados como representación de lo que el odio y la maldad causan en las relaciones entre humanos a través de una analogía superficial, pero justa, para lo que demanda su historia. El relato transita en un mundo amparado por la desconfianza y el desamparo casi absoluto de las autoridades. En retazos, comprendemos que la Argentina que plantea Rugna es una de miseria y abandono alimentado por el odio al vecino, el resentimiento mutuo y, especialmente, la desprotección de la infancia.
Los niños juegan un rol clave en la historia, sean los hijos de Pedro o chicos de los alrededores. La entidad en cuestión los merodea porque son presas fáciles de posesión y porque sus padres están más preocupados por necesidades egoístas que por su bienestar. La muestra de esta infancia sin esperanza es tan brillante como impactante, pues Rugna no contiene su dosis de crueldad con los pequeños.
La clásica diatriba de “la violencia genera más violencia” se pone bajo un lente social y psicológico. No hay salidas fáciles para eliminar a los encarnados que representan la maldad como un concepto inalienable a los humanos. Está en los animales, en las palabras crueles que nos decimos mutuamente, en la autodestrucción y en la flagelación emocional por nuestros errores del pasado.
Al agregar matices narrativos, Rugna evita que su película se vuelva un ejercicio provocador vacío. En otras palabras, hace que toda la crueldad de su historia valga la pena. Es cierto que la mitología de la cinta se siente titubeante, como si fuesen previsorias secuelas/precuelas para complementar un relato que fácilmente podía sostenerse solo sin dejar cabos sueltos. Aún cuestionando los vacíos, la película es una clase maestra de tensión cinematográfica creciente, manejando un ritmo impecable y graduando la violencia para no fatigar.
La fotografía de Mariano Suárez es deslumbrante, sostenida por tonalidades opacas de azul y rojo que recuerdan al giallo italiano. Las interpretaciones son consistentes, destacando Ezequiel Rodríguez como un protagonista arquetípicamente dolido de rostro trágico, y Silvina Sabater, interpretando a una “limpiadora” determinada a erradicar la plaga de los encarnados.
Cuando acecha la maldad es, irónicamente, una película contagiosa. Primero te infecta con su torrencial dosis de violencia, sesos y sangre, y luego se apodera de ti por su historia miserable sobre cómo la maldad carcome toda esperanza de vida. No busca el susto fácil, no pretende generar sobresaltos con jumpscares gastados, sino meterse bajo la piel y hacerte parte del infierno que transitan sus desangelados personajes.

Psicólogo desde 2018, cinéfilo de toda la vida. Se graduó en 2018 en Maracaibo, Venezuela. Tiene 24 años. Apasionado por el cine independiente y los documentales. Entre sus cineastas favoritos se encuentran Richard Linklater, Ken Loach, Kelly Reichardt, Michael Haneke y Céline Sciamma, los cuáles aprecia por su sinceridad y humanismo al entender a las personas con sus complejidades.
La película Boyhood (2014) le hizo darse cuenta de la capacidad de belleza que tiene el cine, aunque su fascinación por escribir y leer historias que le transporten a otros lugares viene desde su infancia. Le gustaría conocer cine de todas partes del mundo y especializarse en psicología clínica infantil, y quizá, algún día, escribir un guion inspirándose en sus ídolos del séptimo arte.