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A Radiant Girl (Cannes 2021): la dicha de vivir y la tragedia de lo inevitable

Escrito el 8 julio, 2021 @alessandra_kr

Sección: Semana de la crítica.

Dirección: Sandrine Kiberlain.

Guion: Sandrine Kiberlain.

Elenco: Rebecca Marder, André Marcon, Anthony Bajon, Françoise Widhoff, Lucie Gallo, India Hair, Ben Atal, Cyril Metzger.

País: Francia.

Palomómetro:

Más información de la película: https://www.imdb.com/title/tt13328732/

La actriz Sandrine Kiberlain ha hecho el salto a detrás de cámaras de manera asombrosa con A Radiant Girl, una película que plasma la dicha de vivir, a la vez que ofrece una nube de oscuridad para aquellos que sabemos la historia europea del siglo XX. La cinta, que ha tenido su estreno durante la Semana de la crítica del Festival de Cannes 2021, sigue a Irène (Rebecca Marder), una judía francesa en la ciudad de París de 1942.

Irène rebosa de gozo e hiperactividad por doquiera que va. El título de la película bien refleja el alma y espíritu de la protagonista: ella irradia felicidad y ansias por vivir. La cámara la sigue de cerca durante sus ensayos con su amigo Jo (Ben Atal) para su audición al conservatorio de París, o cuando llega a su trabajo en un teatro local. En sus momentos en casa, Irène hace travesuras blancas mientras comparte momentos con su abuela progresista (Françoise Widhoff), su hermano (Anthony Bajon) impaciente de sus teatralidades y su papá (André Marcon) solapador.

La introducción a la película se hace a partir de los ensayos de actuación de la joven actriz, quien parece tener un plan concreto sobre su futuro, así como una existencia apacible apenas descubriendo la vida. Una vez que se deja este escenario neutro, Kiberlain nos lleva por un París indefinible. Bien podríamos estar en los ‘40, ‘80 o la actualidad. El hecho de que el vestuario, los peinados y las decoraciones sean discretas y neutrales aumentan el misterio. Aunque la música original compuesta por Marc Marder y Patrick Desreumax es hermosa y atemporal, la cineasta ocupa canciones de todas las épocas, más bien atendiendo las necesidades de su narración y no una precisión histórica.

Al respecto, esta película trae a la mente lo hecho por Christian Petzold en Transit (2018). Los escenarios son indefinidos y más bien son pequeñas pistas en los diálogos y los sucesos del filme las que nos hacen entender en qué época está situada la historia. Esto refleja el principal objetivo de la directora: presentar el inicio de una vida, la cual tiene inquietudes y emociones como todos, sin importar la época a la que pertenezca (y que, de hecho, bien podría reflejar la juventud de nuestra directora como actriz incipiente en Francia). No obstante, conforme avanza la cinta, hay una amenaza que va apareciendo lentamente.

Primero, su papá debe lidiar con la exigencia de que sus credenciales de identificación incluyan la información de que son judíos. Después llegan miradas furtivas y sospechosas de extraños en la calle. No pasa mucho tiempo para que a la familia se le exija renunciar a su radio, teléfono y bicicletas, además de portar una señal en su ropa. Todo esto es abordado a través de los ojos inocentes – y reticentes a ver – de Irène, quien externaliza su ansiedad silenciosa a través de desmayos misteriosos. Las señales están ahí, pero la joven se rehúsa a ver la manera en que su propia nación la está alienando.

En este sentido, la historia se distingue por no ser la típica narración de la Segunda Guerra Mundial o el Holocausto. En vez de reflejar la invasión alemana o los crímenes cometidos, A Radiant Girl se enfoca en el “antes” de los cambios masivos en la vida de las personas normales y corrientes. Kiberlain plasma la existencia cotidiana – pero, a la vez maravillosa – de una adolescente francesa.

Aunque quizá, esto es precisamente lo más doloroso: Irène hace planes, descubre el primer amor con un doctor de ensueño (Cyril Metzger) y disfruta de las pequeñas maravillas que conforman su existencia (besar a su novio mientras practican sus líneas, bailar con su abuela mientras le cuenta secretos, o estresarse por la escena que tiene que perfeccionar para su audición), completamente ignorante de lo que está a punto de pasar. Así, la audiencia es quien sufre por ella. Nosotros nos quedamos con la congoja de su ingenuidad y los eventos que están destinados a pasar.

En la que es su ópera prima, Sandrine Kiberlain demuestra una elegancia y delicadeza admirables. El guion (también escrito por ella) es paciente en revelar la historia. Nos enseña con acciones la realidad y manera de vivir de la familia, sin exposición innecesaria. Cada integrante de este clan vive los cambios de manera diferente, algunos cediendo a la presión (el papá), y otros respondiendo con furia y desamor (el hermano).

Mientras tanto, hay una dicha contagiosa de seguir a Irène. Kiberlain nos hace sentir las emociones de su joven protagonista con decisiones creativas inspiradas, ya sea close-ups que permiten sentir su calidez y energía, o escenas inocentemente románticas que plasman la emoción por la que pasa la chica (una de mis favoritas del año es igualmente romántica como elegante).

Por su parte, cada actor conquista con su personaje. Sería complicado escoger a un rotundo favorito. Rebecca Marder enamora con su luz e inocencia, Cyril Metzger crea rápidamente un interés amoroso digno de suspiros, Françoise Widhoff hace querer tener una abuela como ella, y Anthony Bajon inspira empatía con su personalidad contrastante a la de Marder. Incluso India Hair, con un pequeño, pero importante rol como amiga de Irène, ofrece una reacción inolvidable en el momento más tenso de la cinta.

Acompañada por los tonos románticos de la banda sonora (que a momentos recuerda a la compuesta por Dario Maranelli para Atonement) o las canciones de artistas como Metronomy (Love Letters), Tom Waits (All the World is Green), René Aubry (Happy Voices) o Charles Trenet (Que reste-t-il de nos amours?), A Radiant Girl asombra con su vitalidad y luminosidad. Kiberlain refleja ágil y sencillamente la dicha de la vida antes de la tragedia.

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