Amor y muerte: una pasional pérdida de control
Disponible en: HBO Max.
Creada por: David E. Kelley, basada en el libro “Evidence of Love: A True Story of Passion and Death in the Suburbs” de Jim Atkinson y John Bloom.
Elenco: Elizabeth Olsen, Jesse Plemons, Lily Rabe, Patrick Fugit, Krysten Ritter y Tom Pelphrey.
País: Estados Unidos.
Duración: siete episodios de entre 45 a 59 minutos cada uno.
Palomómetro:
Más información de la serie: https://www.imdb.com/title/tt14586350/
“El amor significa nunca tener que decir que lo lamentas”.
– Love Story (1970, dir. Arthur Hiller)
Amor y pasión no son sinónimos, ni en términos lingüísticos ni en la realidad. Se puede amar de múltiples maneras, amar sin pasión y apasionarse por aquello que no se ama. Amor y pasión, en conjunto, pueden relacionarse con algo hermoso, bien intencionado, sano en términos humanos, pero, curiosamente, también como la absurda justificación para actos tan viles como criminales. Las películas y las noticias han sabido montar grandilocuentes espectáculos bajo la premisa de alguien cometiendo una atrocidad, movido por el amor y tildado de pasional. La pasión justifica la demencia, una pérdida de control.
Basada en una sombría historia real, Amor y muerte sigue los pasos de Candy Montgomery (Elizabeth Olsen), una –en apariencia– normal y amorosa ama de casa texana a finales de los años 70. Candy cumple con todos los parámetros que hacen a una mujer decente: es una buena esposa que cuida de sus hijos, es amigable con sus vecinos y ¡hasta pertenece al coro de la iglesia! ¿Qué le podría faltar? Lo cierto es que toda esta estructura no satisface a Candy, más bien la va vaciando cada vez más. En esa búsqueda por (re)descubrirse, comienza a sentirse atraída por Allan Gore (Jesse Plemons), un vecino de la comunidad con poco encanto. Allan y Candy comienzan una suerte de aventura destinada al fracaso, la cual a él le sirve para reconectarse con su poco afable esposa Betty (Lily Rabe), mientras que a ella solo termina por alejarla más de la sanidad.
Hasta aquí, la miniserie transita una cierta normalidad, no es que a alguien le sorprenda lo que ve. ¿Quién puede culpar a estas personas por lo que están sintiendo? El matrimonio de Candy con su esposo Pat (Patrick Fugit) es distante, pero, sobre todo, carece de lo indispensable para ese tipo de relación: pasión. Curiosamente, eso que Pat no puede ofrecerle es aquello en lo que más conecta con Allan. Una pasión tan fuerte que desencadena una locura, una muerte, más bien un asesinato. ¿Fue Candy Montgomery realmente la asesina de Betty Gore? ¿O es acaso la víctima de su propio pecado capital?
A diferencia de lo que sucede con series como las dos primeras entregas de American Crime Story de Ryan Murphy, Amor y muerte está contada desde una perspectiva donde todos son enemigos y todos tienen algún grado de culpabilidad, hasta la propia víctima. Por supuesto que Candy es la peor posicionada, pero, de antemano, ninguna respuesta está del todo dada. ¿Es realmente una asesina? Estamos ante un caso atípico, un poco porque ella no ingresa en los patrones preestablecidos de una criminal, pero su historia genera un morbo tal digno de un espectáculo que da vivacidad a las hienas hambrientas. Candy mata a la esposa de su amante, se trata de un crimen pasional, algo que vende y provoca.
Vivimos en un tiempo donde los personajes de asesinos son la vedette actoral, y si ya no estábamos aburridos de los biopics que ponen personas normales casi que en un estatus de héroe, se nos suma la romantización de los criminales. Para fortuna (y respiro) de los espectadores, aquí la fórmula funciona diferente. Mérito a David E. Kelley, quien acerca más la historia al misterio creado con The Undoing (2020) y lo aleja del sensacionalismo de Murphy.
Esta virtud no es únicamente suya, sino también de la compañía de Lesli Linka Glatter, quien, hoy es una leyenda viva de la dirección de la pantalla chica (The Good Wife, Mad Men, y, sobre todo, Homeland), una habilidosa ventrílocua de la tensión y los cliffhangers. La serie es “buena” porque muestra todas las aristas del caso, la protagonista, su círculo, el qué dirán y, por supuesto, la imparcialidad de los profesionales que libran batalla para ¿ganarle? la guerra a Candy.
Al final del día, Amor y muerte es el espectáculo de Elizabeth Olsen. Es su oportunidad de recobrar aquella chispa que mostró en Martha Marcy May Marlene (Sean Durkin, 2011) hace ya más de 12 años. Olsen tuvo, quizás, uno de los mejores breakthroughs en la industria, no tanto por la fama que precedía por sus hermanas, sino por el desafío en el que se puso delante. Un mérito reducido debido al enorme reconocimiento que ha recogido gracias a su trabajo como Wanda Maximoff.
La Olsen chica ya ha logrado hacerse un nombre por sí misma, incluso se le puede atribuir la hazaña de ser de las pocas actrices capaces de quitar el mito de que los personajes de cómics solo son figuras meramente populares. Aquí, Olsen da un paso más y recupera una versión actoral que más que resultar desconocida, estaba oculta. Todo orbita alrededor de ella, nadie tiene lugar a lucirse o a destacar en demasía, un poco porque así es el cuento, pero otro tanto porque ella los opaca con una fuerza increíble.
Amor y muerte es una de esas series realizadas con el fin de destacar a alguien (Olsen, quizás Plemons si se lo hubiese propuesto más), de esas historias cuyo atractivo no es tan fuerte como para dedicarle una película, pero tampoco tan pequeñas como para no ser contadas. Kelley cumple, solo que peca de una gran ambición que deja a la serie en la total obsolescencia. Quizás ese sea el precio que debe pagar por recrear un cuento contado hasta el hartazgo (A Killing in a Small Town de 1990 y Candy en 2022), nada más por querer hacerlo a su imagen y semejanza. Aceptamos el intento, aun cuando vaya a quedar en los confines del streaming de HBO Max.
Made in Uruguay, a Valentina el corazón le pertenece a sus raíces eslavas como las que retratan Pawlikowski en Cold War y Kusturica en When Father Was Away on Business. Firme defensora del Óscar de Faye Dunaway por Network, fanática del Almodóvar de Tacones Lejanos y fundamentalista de Vanessa Kirby. Cuenta los días para que The Academy salde su cuenta pendiente con Bradley Cooper. Ah, y para entretenerse, un cartón dice que es internacionalista.