A House Made of Splinters: el dolor y la esperanza coexistiendo bajo un mismo techo
Dirección: Simon Lereng Wilmont.
Guion: Simon Lereng Wilmont.
Países: Ucrania, Dinamarca, Suecia, Finlandia.
Palomómetro:
Más información de la película: https://www.imdb.com/title/tt16377920/

En Lysychansk, este de Ucrania y a 20 kilómetros de la frontera con Rusia, los conflictos bélicos que empezaron en 2014 han dejado cicatrices socioeconómicas imborrables. El paneo que hace la cámara en el documental A House Made of Splinters indica que la desolación de la ciudad es más que física por las migraciones y aquellos que han decidido servir a su país en el frente armado. Esta también es moral y psicológica, creando hogares desestructurados y agravando conflictos familiares en los que las víctimas principales siempre son los niños.
El ‘Centro Lysychansk para la rehabilitación social y psicológica de los niños’ es el punto focal de A House Made of Splinters, documental filmado con delicada poesía lírica que explora una cara oculta de la devastación de un país en guerra: el quiebre de las familias y la vulneración de la infancia. Alejado de necios debates políticos, el populismo de los líderes y los esfuerzos de los soldados, el foco de la destrucción de la guerra y la desintegración social del país yace en la vulneración de la infancia. El hogar de acogida recibe a niños y adolescentes víctimas de familias disfuncionales: alcoholismo, violencia y abandono. Llegan al centro Lysychansk guiados por trabajadores sociales a la expectativa de qué será de su futuro.
Como la estadía en Lysychansk no es permanente (dura un máximo de nueve meses mientras el tribunal toma una decisión), la incertidumbre recorre los pasillos del hogar, pues ni los niños ni el personal saben si serán enviados a hogares de adopción, buscados por sus familiares o ninguna de las opciones anteriores. A través de tres niños residentes del hogar en diferentes periodos, el director Simon Lereng Wilmon traza un relato sombrío y complejo que busca la autenticidad pura de una vivencia infantil sin rumbo y se aleja de explotar su miseria.
Es inminente que un documental sobre niños abandonados resulte doloroso; sin embargo, lo que hace triunfal a A House Made of Splinters es la búsqueda de humanidad y esperanza en un mar de miseria y desolación, evitando golpes bajos y regodearse en tragedias ajenas. Dignifica a los protagonistas, comprendiendo la raíz del dolor a través de la empatía. El director comprende a los niños como seres complejos, dedicando escenas contemplativas que hacen un balance prudente entre la pesadumbre de la sensación de abandono con sus actividades cotidianas y la vivencia de su infancia en condiciones extraordinarias. La diferencia entre lástima y empatía se define porque los niños no son vistos solo como víctimas de un hogar desestructurado, sino que también se explora su personalidad y sus estilos de afrontamiento.
Lereng Wilmon consigue la difícil labor de hacer que emociones opuestas convivan en las escenas. Esto se evidencia perfectamente en diversas secuencias, por ejemplo, cuando unos niños hacen una pijamada bajo una tienda de campaña, alumbrados por una lámpara de caleidoscopio, contando de manera amena y jocosa lo que parecerían ser historias de terror. No obstante, estos no son relatos ficticios, sino son sus vivencias familiares. Los chicos se escuchan con tranquilidad, incluso encontrando gracia en sus trágicas y espantosas experiencias.

Estas escenas permiten comprender lo normalizada que está la violencia en la vida de estos niños y que, desde su visión inocente del mundo, no dimensionan la gravedad de los hechos. El humor, la negación y las amistades son sus mecanismos de defensa. Estas realidades coexisten y el brillante trabajo de cámara permite contemplarlas en un mismo plano. En esto también destacan los reencuentros parentales que unos niños tienen, mientras que otros observan con nostalgia algo que saben que es completamente ajeno a su realidad.
La música de Uno Helmersson es preciosa y delicada, y no fuerza el sentimentalismo. La fotografía del mismo Lereng Wilmont es íntima sin ser invasiva, respetando los espacios personales de las personas, pero logrando que convivan la ternura inherente a la infancia y el distrés emocional. Maneja un lenguaje cinematográfico elegante para crear momentos de fuerte carga simbólica capaces de transmitir tristeza sin necesidad de diálogos que exponen sentimientos.
Lysychansk se convierte así en un microcosmos de Ucrania y básicamente de cualquier país en situaciones humanitarias deplorables. Realidades paralelas conviven bajo un mismo techo en las que siempre los más perjudicados son los menos privilegiados a nivel socioeconómico. La línea entre el juicio hacia los padres de los niños y la comprensión es delgada porque al conocer varias historias es difícil no sentir indignación. Se trata de paternidad imprudente, abusiva y egoísta que deja a los niños a la deriva, adquiriendo independencia a temprana edad y llevándolos a situaciones precarias.
Si algo se reafirma con excelencia en el documental, es que el hogar Lysychansk está dotado de pureza y amor. Entre paredes descorchadas, el personal se las ingenia para hacer de éste un sitio puro de contención emocional. Aun sin las mejores condiciones, los esfuerzos por crear un idilio infantil que haga del proceso de los niños más llevadero son notorios. No es un trabajo fácil, por lo cual resulta oportuno ver el desgaste emocional de las trabajadoras ante un dolor que no pueden mostrar.
La tragedia puede aparecer en los momentos menos esperados, pero la esperanza también. Sin condescendencia, A House Made of Splinters cierra con un epílogo que plantea a Lysychansk como una casa hecha de astillas: un hogar, a fin de cuentas, que, desde sus posibilidades, brinda amor y cuidados, pero que está recubierto de dolor y tristeza que no puede taparse con optimismo vacío.
Lo que mantiene vivo a este lugar es la esperanza y la sensación de que los esfuerzos de las trabajadoras sociales de velar por el bienestar psicosocial de los niños valen la pena. Es una reflexión tan dolorosa como real que invita a ser conscientes del mundo, especialmente ahora que la situación general de Lysychansk es precaria, y de lo indispensable que es velar por la protección de las infancias.

Psicólogo desde 2018, cinéfilo de toda la vida. Se graduó en 2018 en Maracaibo, Venezuela. Tiene 24 años. Apasionado por el cine independiente y los documentales. Entre sus cineastas favoritos se encuentran Richard Linklater, Ken Loach, Kelly Reichardt, Michael Haneke y Céline Sciamma, los cuáles aprecia por su sinceridad y humanismo al entender a las personas con sus complejidades.
La película Boyhood (2014) le hizo darse cuenta de la capacidad de belleza que tiene el cine, aunque su fascinación por escribir y leer historias que le transporten a otros lugares viene desde su infancia. Le gustaría conocer cine de todas partes del mundo y especializarse en psicología clínica infantil, y quizá, algún día, escribir un guion inspirándose en sus ídolos del séptimo arte.