Paddington 2: el radicalismo de la amabilidad
Paddington 2 llegó a mí en 2018 después de su ola de ovaciones. Recién había leído una entrevista de Pier Paolo Passolini sobre Teorema (1968) en la que describía la trama de su película como “la llegada de un visitante divino a una familia burguesa. Una visita que llega a destruirlo todo”. No sin una risa de por medio, ese osito peruano viviendo en Inglaterra y transformando las vidas de una familia burguesa me recordó a la enigmática figura de “El Visitante” de esa película de 1968, traído a la vida por Terrence Stamp. Aquella idea ridícula inspiró un sentimiento extraño derivando en una lectura específica de la aclamada película reciente: ¿Es Paddington un visitante divino? ¿Es su amabilidad una forma de filosofía revolucionaria?

En sus Manuscritos económicos y filosóficos de 1844, Karl Marx dice que “el producto es la objetivación del trabajo”, y que, bajo el yugo del sistema de producción capitalista, donde los intereses del Capital toman prioridad sobre la satisfacción de las necesidades sociales, y el trabajador se ve obligado a laborar bajo la amenaza de la hambruna, este se “relaciona con el producto de su trabajo como un objeto extraño” y enajenante.
Al principio de Paddington 2, el oso introduce a los Brown, su familia adoptiva. Mary (Sally Hawkins), madre, esposa, e ilustradora de cuentos de aventuras, buscando épica propia, se prepara para nadar el Canal Inglés hasta Francia. Henry (Hugh Bonneville), padre y esposo, ha caído en una crisis de la mediana edad después de perder un ascenso en el trabajo a un colega más joven. Los hijos, Judy (Madeleine Harris) y Jonathan (Samuel Joslin), sufren sus propios estragos de la adolescencia: búsqueda de identidad, propósito y la negación de ese yo-niño. Finalmente, la señora Bird (Julie Walters), la ama de llaves de los Brown, queda relegada al segundo plano.
En cambio, la introducción en Teorema no podría ser más diferente: los tonos apagados, la esterilidad de las tomas y el silencio abrumador reflejan el vacío existencial de aquella familia milanesa cuyos nombres apenas conoceremos. Sin embargo, existen dos similitudes: la presencia de los mismos roles que conforman la familia nuclear burguesa, padre, madre, hijo, hija, ama de llaves; y su enajenación del mundo, su labor y los otros a causa del sistema capitalista.
Mientras que en la obra del italiano la apertura poética permite interpretar los silencios y distancias como evidencia de la frívola y enajenada existencia, en Paddington 2 existe una perspectiva más cruel: el vacuo intento de trascender la enajenación. La desierta búsqueda por el significado está matizada de colores brillantes, composiciones casi perfectas y una comedia que no la puede esconder.
En el caso de Mary y su nado hay un claro ejemplo de la labor presentándose como externa y la necesidad de combatir esa enajenación a través de labor individualizado y no-productivo. En el caso de Henry, uno de los ejemplos más obvios de la lógica enajenante del Capital –y quizá por eso el último en caer bajo los encantos de Paddington (otra cosa que comparte con su contraparte en Teorema) –, hay un ser cuya identidad como ‘trabajador’ esta tan arraigada a su persona que una situación laboral negativa lo lleva a una crisis existencial.
Específicamente, este es un ejemplo de la forma en la que el Capital pone a humano contra humano y transforma al trabajador en un bien más, cuyo valor se determina por su habilidad para producir, en este caso ejemplificado en la diferencia de edad entre Henry y el colega que recibió su ascenso. En un montaje se ilustra que “licuar su comida, pintar sus canas y tomar clases de yogaerobics” son sus soluciones a esta crisis que representa la búsqueda por significado en un mundo cosificado: la ilusión de una juventud comprable, la salud, y el camino a través de prácticas no-capitalistas que han sido exotizadas y mercantilizadas.

Al finalizar esta escena se revela que el voice over es parte de una carta que Paddington escribe a su tía Lucy, cuyo cumpleaños 100 se acerca. Consecuentemente, Paddington sale a las calles y esparce esa brutal amabilidad que lo caracteriza para llegar a una tienda de antigüedades a buscar un regalo para su tía.[1] Ahí, encuentra un libro desplegable de Londres y lo compra con la idea de que la tía Lucy podrá conocer así la ciudad.[2] Cuando Paddington intenta pagar el libro con una moneda que la señora Bird “encontró en su oreja” y le dice al vendedor que quizá ahí “habrá más” es un claro ejemplo de la poca comprensión que tiene sobre el valor cristalizado en el dinero o de donde proviene.
En cuanto el vendedor le explica que va a necesitar más dinero para pagar el libro, Paddington decide unirse a la fuerza laboral. Su primer intento es barrer el piso de una barbería, lo cual lleva a una escena en la que uno de los clientes pide un corte de cabello y Paddington intenta hacerlo, rapándole la mitad de la cabeza. Más allá de la risa que esta escena provoca, Paddington logra un acto discreto de rebelión: al no aceptar la idea de que el trabajador debe cumplir con una sola tarea, se rehúsa a ser enajenado de su potencial y convertirse en una simple tuerca en la maquinaría capitalista.
Tristemente, una vez que consigue suficiente dinero para comprar el libro, Phoenix Buchanan (Hugh Grant), actor narcisista y antagonista de la historia, se lo roba. Paddington es señalado como el culpable y es enviado a la cárcel.[3] Más tarde queda claro que el libro es en realidad un mapa de un tesoro que Buchanan lleva buscando toda su vida. Las razones por las que ambos personajes valoran el objeto demuestran la forma de pensar capitalista y socialista, respectivamente. Para Buchanan, el libro no es más que un medio para obtener un tesoro, un mapa que guiará su alma a perderse en la ambición y una metáfora de la búsqueda de riqueza del hombre enajenado, cuya inútil misión lo sega del mundo: el dinero no es el antídoto, sino el comienzo de la enajenación. Para Paddington, la interacción con la forma mercantil es el obsequio, buscado no por su valor de cambio sino por su valor de uso, y un medio para encontrar la conexión social a través del amor.
En la cárcel se ve el poder de la filosofía Paddingtoneana transformarse en la praxis colectiva. Después de que Paddington se queja con Nudillos McGinty (Brendan Gleeson), cocinero de la prisión, sobre la pésima calidad de la comida, este lo amenaza a muerte. Sin embargo, cuando Paddington le da a probar un sándwich de mermelada, Nudillos queda convencido de que las cosas se pueden hacer mejor. Al otro día, Paddington es llamado a la cocina para hacer mermelada, pero falla, ya que su labor está limitada por la individualidad de su cuerpo. Así convence a Nudillos de que lo ayude y, a partir de la labor colectiva, hacen suficientes sándwiches de mermelada para toda la prisión.
Con mejor comida y el potencial del cambio en sus mentes, los reos preguntan si es posible modificar el menú de forma radical. Nudillos se niega. Sin embargo, en lo que es quizá el momento más fundamental de la película, Paddington le dice a Nudillos que “hay que cambiar todo el menú, trabajar con lo que tenemos”. Esto convence al gruñón cocinero y lleva a la creación de un sistema socializado de producción dentro de la prisión: no solo es producir mermelada y postres, sino producirlos de forma comunal y con el único fin de saciar las necesidades de todos.
La importancia de esta escena y las palabras de Paddington derivan de su simplicidad. A pesar de que la socialización de los medios de producción muchas veces se entiende como un concepto complejo, en la revolución Paddingtoneana vemos la simplicidad del sueño socialista y sus posibilidades en acción. El cambio en las relaciones de producción dentro de la prisión deriva de la capacidad de Paddington de recordar a los prisioneros que son seres cuya naturaleza es la socialización y que, si crearon el sistema previo, también son capaces de cambiarlo. Más tarde, la naturaleza colectiva de su labor es el medio por el cual escapan de la cárcel.

Al final de la película, Paddington limpia su nombre y captura a Buchanan con ayuda de los Brown y sus amigos de la prisión. No obstante, Paddington termina en coma y el libro es confiscado por la policía como evidencia. Afortunadamente, la comunidad se une y compra un boleto de avión para que la tía Lucy conozca Londres con su sobrino, quien, por suerte, despierta justo a tiempo. Con la desaparición del libro y la presencia de la tía Lucy, la película recuerda la razón real del regalo frustrado: el amor.
Finalmente, vale la pena mencionar una interacción que ejemplifica la filosofía de amabilidad revolucionaria de Paddington. Cuando el oso comenta que va a trabajar para comprar el libro de la tía Lucy, el señor Brown le contesta:
— Vivimos en un mundo duro y difícil. Me preocupa que abusen de un osito bueno y bondadoso.
— No puedes confiar en nadie —, agrega Judy.
— Si somos amables y educados, el mundo estará bien — contesta Paddington, negándose a aceptar el mundo capitalista y su ideología falsa que proclama que la avaricia está en el centro de la naturaleza humana, dando un vistazo a su revolucionaria filosofía de la amabilidad.
A pesar de que el dicho podría ser interpretado como el clásico sentimentalismo burgués de “cámbiate a ti antes de cambiar al mundo”, queda claro que, en su inclusión del “somos”, el osito entiende la capacidad del cambio social a través de una acción promovida por el reconocimiento del Otro cuya existencia traza y redefine los límites de nuestro ser como especie.
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No sé qué pensaría Pasolini de Paddington. Sin embargo, mientras medito la manera en que una película comercial para niños tiene algún tipo de mensaje Marxista, recuerdo un verso de uno de sus poemas: “La rivoluzione non e più che un sentimento”. [4]
[1] El rol de la tienda de antigüedades y su relación con la labor deshumanizada en un sistema capitalista es un tema que podría ser explorado.
[2] La importancia del libro desplegable como una mercancía que busca replicar o reemplazar la experiencia vivida y la secuencia en la que Paddington y su tía caminan ‘dentro’ del libro se podría entender como una metáfora sobre la consciencia de Paddington de la labor ‘dentro’ del objeto.
[3] Vale la pena recalcar la crítica que hace la película sobre una fuerza policial y un sistema carcelario cuyo fin es proteger los intereses del capital. Se ve de forma obvia en el juicio de Paddington; sin embargo, esta crítica se presenta desde las primeras escenas en donde aparece el policía local que le tiene un odio irracional a Paddington y a los trabajadores del vecindario (e.j. cuando reporta al recogedor de basura por leer en el trabajo). Es notable también la conversación entre la señora y el señor Brown, en la que este último defiende a Buchanan con base en que es millonario y “un miembro platino” del banco en el que trabaja. Ambos son claros ejemplos de la ideología capitalista que criminaliza la pobreza y exenta de sospecha a los ricos.
[4] Passolini, Pier Paolo. “PROGETTO DI OPERE FUTURE.” Poesia in Forma Di Rosa, Garzanti, Milan, 1964.

Escritor, filosofó y, desde niño, cineasta frustrado, hoy soy, más que nada, un junkie del buen cine. No busco más que aquello que encontré en un VHS de Los cazadores del arca perdida y que quise experimentar hasta destruir la cinta magnética. En ese camino me he encontrado con Almodóvar, Bresson, Sorrentino, Godard, Varda, Marker, Ibáñez y Lynch. De repente, entre mis momentos más atrevidos, me gusta profanar la belleza del cine: dejar de sentirla, para pensarla, analizarla y escribir.