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Mujercitas: cómo dos líneas de diálogo justifican una nueva adaptación

Escrito el 26 abril, 2021 @palmurcio

En la última ilustración cinematográfica de Mujercitas (Louisa May Alcott, 1868), libro que ha acompañado e inspirado a generaciones de mujeres y escritores, es meritorio centrarnos en la adaptación del guion para entender cómo es que Greta Gerwig ha conseguido que su versión sea recordada. Gerwig conectó con una historia de hace más de doscientos años y la convirtió en un retrato feminista millennial en donde expresa nuestros miedos como jóvenes, recién salidos de la universidad y enfrentando un mundo que sentimos que no nos comprende.

“Las mujeres tienen mente y alma, así como corazón. Tienen ambición y talento, además de belleza. Estoy harta de que la gente diga que las mujeres solo viven por amor…pero me siento tan sola.” Este monólogo de Jo March (Saoirse Ronan), la protagonista de Mujercitas – la adaptada un total de más de catorce veces entre cine y televisión –, se inventó diez minutos antes de grabar la escena en la versión a cargo de Gerwig.

Todo empieza con esa frase: “Me siento tan sola”, la cual articula elocuentemente no solo el calvario que tuvo que pasar la propia Gerwig para ser reconocida en 2017 como cineasta con Lady Bird– después de una década trabajando delante y detrás de cámaras – sino que también encapsula los sentimientos de la propia May Alcott, recogidos en diversas cartas en donde los lectores le preguntaban cómo es que los personajes femeninos iban a alcanzar sus sueños si tenían que casarse. ¿Cómo configurar el triunfo laboral con la plenitud sentimental?

A la hora de adaptar la obra, es relativamente sencillo pasar diálogos y situaciones de la página original al libreto cinematográfico, pero Greta fue un paso más allá y construyó una dualidad ideológica entre los personajes de Jo y Amy March (Florence Pugh). Intercaló pensamientos propios con reflexiones de la autora sobre la posición de las mujeres de ese tiempo y descubrió por el camino que, la dualidad cartesiana éxito/amor sigue siendo un estereotipo impuesto y sangrante sobre las mujeres.

Como ella misma reconoce, “Es una obra que leíamos todas de niñas, pero no nos planteábamos quién estaba detrás de las páginas. […] que la propia hermana de Louisa May Alcott había muerto de fiebre amarilla y otra de sus hermanas se había acomodado en el matrimonio. Que ella vivió esa guerra que retrata.” Tras estudiar a la autora, Gerwig le dio a esta adaptación lo que otras tantas necesitaban y los que leímos la obra en nuestros años pubescentes carecíamos para entenderla: contexto. Y justamente ese contexto la hizo más cercana.

La perspectiva moderna en Amy March

Alejándose de la visión simplista de héroes y villanos que empleamos automáticamente para esquematizar un relato, Gerwig entendió que odiar tanto a un personaje por expresar en voz alta lo que quiere es algo sintomático de la sociedad del siglo XX y, desgraciadamente, de la del siglo XXI también. Amy March debía ser entendida como una niña y como una adulta en el contexto de sus acciones, beneficio de la duda que ninguna adaptación cinematográfica le había propiciado.

Amy es la hermana menor y caprichosa, que se gana la repudia del espectador en casi todas las recreaciones en pantalla de la obra por decir en voz alta que se quiere casar con un hombre rico. Superficial y vanidosa son algunos de los adjetivos que más se han utilizado para describirla. Pero, el filme de 2019 se pregunta, “¿Por qué Amy March solo quiere casarse con un hombre rico?” y fabrica un monólogo inexistente en el libro original, pero que refleja entre líneas la obra de May Alcott y su consciencia de que no tenía otra opción.

“No soy poeta. Solo soy una mujer. Y como mujer no tengo forma de ganarme mi propio dinero. No lo suficiente para sobrevivir o sostener a mi familia. Y en caso de tenerlo – que no lo tengo – pertenecería a mi marido en el momento en el que nos casásemos. Y si tuviésemos hijos serían suyos, no míos. Serían su propiedad. Así que no me digas que el matrimonio no es una proposición económica, porque sí lo es.” Esto le responde Amy a Laurie (Timothée Chalamet) cuando éste se atreve a cuestionar sus decisiones respecto al amor y el matrimonio. Lejos de justificar su sueño infantil que deseaba para tener cosas bonitas, aquí Amy añade una razón de peso a su razonamiento: madurez. Amy se enfrenta al matrimonio como un acto de sacrificio por su familia.

El gran acierto de narrar la novela a través de dos líneas temporales separadas por ocho años de diferencia comuna con el mensaje de que los sueños de las cuatro hermanas (casarse con un hombre rico, ser pianista, ser una escritora de éxito, y casarse por amor y formar una familia) se dieron de bruces contra la realidad. Fuese cual fuese el terreno de juego, para cualquier mujer, cualquier opción, era, y es, un camino difícil.

La batalla sin victoria entre amor y éxito

Mientras que otras adaptaciones se recuerdan como “la de Winona Ryder” o “la de Katherine Hepburn”, ésta ha pasado a la conversación cinéfila como “la de Greta Gerwig”, y es que la autora ha exteriorizado sus propias inquietudes a través del grueso del librero.

Por ejemplo, Gerwig no se ha cortado en reconocer la depresión que atravesó en 2008 cuando era denominada It Girl dentro de los circuitos del mumblecore y el cine independiente a las puertas de su debut Hannah Takes the Stairs. Lo mismo compartirían Issa Rae (Awkward Black Girl, Insecure) y Brit Marling (The OA, Another Earth, The East), algunas de las creadoras, escritoras y actrices más valiosas de la actualidad.

Las tres compartían la ansiedad de haber sido puestas en esa lista (la cual, señalaban, era inexistente para hombres) y las brutales expectativas a las que se enfrentaban. De alguna forma asentarse en una vida “mundana”, casarse y tener hijos, retrasaría sus carreras y sería percibido públicamente como una “traición” al modelo de mujer que ellas – involuntariamente – perduraban. Al mismo tiempo, su éxito profesional estaba condicionado por una industria llena de requisitos injustos hacia las mujeres.

Como lo definiría Marling en 2017, “contar tu historia es algo inherentemente político y debes tener claros tus principios. A veces, cuando das un paso hacia adelante en tu carrera, pero das dos pasos hacia atrás en tu perspectiva y tus valores, estás perdiendo lo más íntimo de ti, digno de ser compartido con una audiencia.” La presión de estas escritoras no dista mucho de ese final en donde a Jo March le proponen casar a su protagonista para que resulte más agradable para los lectores.

¿Son Meg y Amy menos feministas por querer casarse y hacerlo? ¿Es Jo más feminista por priorizar su carrera a costas de su soledad? Preguntarnos esto es esquivar lo que Gerwig intenta retratar a modo de cuento de maduración: la Historia está llena de personajes ambiciosos que, como Jo, se prometen a sí mismos seguir un estricto régimen de rebeliones ideológicas, pero que, conforme van madurando se enfrentan al hecho de que sus valores más férreos pueden tambalearse por su condición humana. La Historia nos ha dejado claro que ser una mujer es duro, pero ser “una mujer adelantada a su época” significa convertirse en el foco de atención de una sociedad que exige más de ellas que de ellos.

Si la adaptación de Gerwig resulta tan cercana es porque, en vez de presentar una escala de arquetipos ordenados de menos a más justificadamente idealistas, retrata a cuatro mujeres cuyo tránsito a la madurez se tropieza una y otra vez a partir de lo que el mundo espera de ellas y de las dudas que ellas mismas arrastran por el camino. Mujercitas de Greta Gerwig invita a la unión, no a la competencia, y en plena época de #MeToo, esto es más relevante que nunca.

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