Las mejores comedias dramáticas de la televisión del siglo XXI
Por años, las comedias dramáticas fueron exclusivas de la gran pantalla, pues era raro que una historia con estas características encontrara su público en la audiencia televisiva. Si bien es cierto que en el siglo XXI la comedia clásica ha tenido ejemplos destacados con series como Arrested Development, Veep, 30 Rock, Modern Family o Broklyn Nine-Nine, la llegada del nuevo milenio representó un auge para las series tragicómicas.
Poco a poco empezaron a surgir propuestas que, con una fachada cómica, narraban una historia dramática que no pareciera prestarse a la carcajada. Así cautivaron a un público ávido de un tono refrescante en el que la tragedia funcionaría como punto de partida para la comedia. Recopilo algunos de los ejemplos más destacados de comedias dramáticas en la televisión.
Barry (2018-presente)

El punto de partida de este programa es tan hilarante que, si fuera otro el contexto, bien podría haber sido una sitcom de acción noventera. La serie tiene como protagonista a Barry Block (un pletórico Bill Hadler), un asesino a sueldo que decide dejar atrás su vida de sicario después de tomar una clase de actuación, decidiendo forjarse una carrera como actor profesional. Eso da pie a situaciones desternillantes gracias a personajes excéntricos y situaciones en las que la vida criminal pasada del protagonista se mezclan con su faceta artística.
Sin embargo, en el fondo, Barry no deja de ser un drama latente debido al oscuro bagaje emocional de su personaje principal. A fin de cuentas, Barry tiene todos los matices de un antihéroe que juega en el mismo plano que Dexter Morgan de Dexter o Walter White de Breaking Bad. Es por ello que el protagonista está en constante lucha con sus demonios internos, razón por la cual algunos de los mejores momentos tienen lugar cuando utiliza al teatro como una vía para expiar sus culpas y fantasmas pasados. Si tuviera que definirla en una frase, diría que es “una versión sombría de The Kominsky Method”.
Desperate Housewives (2004-2012)

Hay una postura – la cual comparto – que destaca que el filme American Beauty (Sam Mendes, 1999) tuvo mayor impacto en la televisión que en el propio cine, y Desperate Housewives es prueba de ello. La serie emula el tono sarcástico que caracteriza a la película dirigida por Mendes y usa una banda sonora juguetona que pareciera burlarse de los personajes cuando, con tonos alegres, acompaña momentos tristes.
Además, ambos proyectos comparten ejes temáticos similares, esbozando una radiografía de una clase media alta cuya única prioridad es que los demás piensen que lleva una vida perfecta, sin importar que su felicidad sea mera apariencia. Este programa fue atrevido al ser protagonizado por personajes acusados de “carencia moral” y por abordar temas espinosos para su tiempo en una comedia, incluyendo suicidio, alcoholismo, aborto, depresión y cáncer. Estos fueron tan sólo uno de los ingredientes de un coctel explosivo que, aunque siempre apeló a combinar el culebrón con un humor agudo y mordaz, se cimentaba en personajes y situaciones preponderantemente dramáticas.
Enlightened (2011-2013)

Serie alabada por la crítica, pero ignorada por el público, fue cancelada tras solo dos temporadas por sus pobres niveles de audiencia. No obstante, ha sido redimida años después, ya que ahora mantiene el título de “pequeña joya olvidada” de la década pasada. Enligthened sigue a Amy Jellico (Laura Dern), una ejecutiva con tendencias depresivas que, tras pasar unos meses en un centro de rehabilitación después de una crisis nerviosa en su trabajo, regresa con la intención de retomar las riendas de su vida.
Como comedia, Enlightened es una propuesta arriesgada, pues tiene intencionalmente de protagonista a un personaje autodestructivo e insufrible – rompiendo con la tradición del género de tener al frente un personaje carismático con el que sea fácil empatizar –, además de que la estética es gris y fría. De hecho, gran parte de lo que se narra es bastante deprimente. Lo cómico se desprende del absurdo con el que se desarrollan las situaciones de Amy, quien no deja de ser una esnob que se autoproclama una “agente de cambio”, suscribiendo causas con el fin de quedar bien con ella misma, pero sin tener un interés real en abanderarlas.
Es loable la manera en que la trama plasma en imágenes la dicotomía que atraviesa la protagonista, desde la contradicción entre lo que dice y hace, o el contraste entre su idealismo interior zen y el ambiente materialista en el que se desenvuelve. Sin ser realmente una comedia de carcajadas, la serie se decanta por provocar en el espectador una risa incómoda a partir del patetismo presente en una mezcla que oscila entre lo indie y lo new age.
Fleabag (2016-2019)

Fleabag es muchas cosas a la vez y el simple hecho de intentar definirla metería a cualquiera en aprietos. A grandes rasgos, la trama va sobre una mujer treintañera (una sublime Phoebe Waller-Bridge, quien también creó la serie y escribió varios de sus capítulos) que atraviesa una crisis tras la muerte de su mejor amiga. Esto la lleva a deambular por la vida, rompiendo la cuarta pared, para desafiar al espectador antes de que pueda esgrimir un juicio moral sobre las acciones que lleva a cabo.
El mérito mayor del programa es que está escrito de manera que destila mucha humanidad. El espectador no dejará de reír incluso cuando la historia lo desarme emocionalmente con escenas demoledoras (cuando el drama aparece, la serie no se anda con rodeos). Ver esta obra de arte implica entretenerse a partir de la exploración del sufrimiento de su personaje principal, enganchándote con carcajadas, solo para después revelar la tragedia que hay detrás, situándote en su realidad desoladora. Descuida, no es que seas bipolar, es que estás viendo Fleabag.
Killing Eve (2018-presente)

Oficialmente este programa está catalogado como thriller, pero no sería disparatado definirlo como una sátira de espías o una comedia criminal. Killing Eve narra la mil veces contada “persecución gato ratón”, a partir de la cual, Eve Polastri (Sandra Oh), agente del M16 que siempre había hecho labor de escritorio, es lanzada al trabajo de campo para seguirle la pista a una asesina en serie conocida como Villanelle (una hipnótica Jodie Comer), generándose así una especie de obsesión/relación tóxica entre ambas.
Con Killing Eve tenemos el ejemplo perfecto de cómo el tono hace la diferencia, pues, aunque prácticamente todo lo que sucede en la trama es dramático, la serie no se toma en serio a sí misma, optando por un tono desenfadado y burlándose de todos los tópicos que caracterizan a las historias de espías. A través de un humor políticamente incorrecto consigue que nos mordamos la lengua por carcajearnos ante situaciones que, en teoría, no deberían ser graciosas. El guion es hábil para que ambos géneros coexistan armónicamente, lo cual se alcanza a partir de diálogos irónicos que aderezan momentos crudos, y secuencias violentas en que Villanelle ejecuta asesinatos de manera humorística.
On Becoming a God in Central Florida (2019)

Esta miniserie cuenta con una sola temporada. On Becoming a God in Central Florida es una digna heredera (o hermana menor) del filme The Big Short (Adam McKay, 2015), ya que tomando como premisa el fraude de los esquemas piramidales que tuvieron su auge en los 90, lanza una crítica despiadada contra el sistema financiero estadounidense y el sueño americano, que es de lo que se sostiene el engaño.
Liderada por una Kirsten Dunst soberbia en uno de los mejores trabajos de su carrera, y un Alexander Skarsgard en un registro diferente a lo que nos tiene acostumbrados, la trama sigue a un matrimonio de clase media en Orlando de los 90 que, embaucado por la promesa de “una vida de reyes”, se introduce en un negocio piramidal. Sin embargo, el costo de no distinguir entre el esfuerzo y la obsesión será alto, ya que sacrificarán su límites morales y cordura propia con tal de llegar a una cima diseñada para ser inalcanzable. De paso, esta miniserie aprovecha para llevarle la contraria a esa ola de series que apelan a la nostalgia noventera, gracias a una ambientación entre kitsch y caricaturesca que rescata los excesos grotescos de dicha época. On Becoming a God In Central Florida vale la pena por su mirada impiadosa a los caucásicos de clase baja que, desde la carcajada más amarga, logra que la audiencia se plantee qué tan inmersa está en el laberinto del capitalismo.
Pushing Daisies (2007-2009)

Pushing Daisies es una de las propuestas más arriesgadas que ha dado la televisión, tanto que podría decirse que es uno de los pocos ejemplos de “serie surrealista” al punto que incluso pisa el terreno del realismo mágico. Narra la historia de un repostero (Lee Pace) que tiene el don de regresar a la vida cosas muertas con un simple contacto; sin embargo, no las puede volver a tocar, pues volverán a morir. Esto representa un inconveniente cuando no puede volver a tocar a la mujer (Anna Friel) que ha amado toda su vida después de que la revive para resolver su asesinato.
Es difícil pensar en la muerte como punto de partida de una comedia, pero esta serie funciona como un canto a la vida a partir de un tono que mezcla nostalgia con melancolía. El tecnicolor se adueña de la televisión gracias a una estética que se encuentra a medio camino entre Amélie (Jean-Pierre Jeunet, 2001) y Big Fish (Tim Burton, 2003), sorprendiendo con una especie de fábula que mezcla el encanto de los cuentos de hadas, la oscuridad de las novelas policiacas y la complejidad de la naturaleza humana con personajes que tienen varias capas de profundidad.
Russian Doll (2019-presente)

Siguiendo la línea de personajes cínicos, la protagonista de Russian Doll es la suma de una vida de malas decisiones, ajena a tomar responsabilidad por sus consecuencias y dejando que los demás sean quienes resuelvan los problemas. Las historias de loops temporales se han usado infinidad de veces, prestándose tanto para comedias como Palm Springs (Max Barbakow, 2020) y Groundhog Day (Harold Ramis, 1993), o thrillers como Looper (Rian Johnson, 2012), pero no es impedimento para que este show sorprenda con una nueva lectura a este recurso.
En Rusian Doll se narran las peripecias de Nadia Vulkalov (Natahsa Lyonne, también creadora/guionista), una joven que, tras quedar atrapada en un bucle temporal, deberá morir una y otra vez en la noche de una fiesta en su honor. Hasta ahí todo parece simpático, pero conforme vamos conociéndola, iremos descubriendo la conducta turbulenta con la que lastima a sus seres queridos, acompañándola en una suerte de condena mientras revive el dolor que ha causado una y otra vez.
De hecho, los primeros capítulos son pura comedia, construyendo un universo excéntrico habitado por personajes a cuál más hípster y alternativo se pueda uno imaginar. Sin embargo, conforme avanza la trama y se introduce un personaje que trae consigo el plot twist, el programa se transforma en una especie de comedia existencial en la que el humor negro se tiñe de tonos oscuros, dejando ver que, lo que en un principio parecía una trama bizarramente graciosa, en realidad esconde los cimientos de una narración demoledora.
The Flight Attendant (2020-presente)

The Flight Attendant desarrolla una historia del mejor suspenso que funcionaría a la perfección como mero thriller. Sin embargo, la comedia sirve como una demostración del cinismo que acentúa lo excéntrica de la propuesta. La protagonista es Cassie (Kaley Cuoco), una sobrecargo que despierta con resaca en la habitación de un hotel con un hombre (Michiel Huisman) muerto a lado. Tras huir de la escena del crimen e incapaz de recordar nada, comenzará a preguntarse si es la responsable del asesinato.
Más allá de que el guion lleva exitosamente un tema tan turbio como “la lucha contra la mente de uno mismo” al terreno de lo gracioso, el programa no tiene reparo en mostrar escenas violentas que salpican la pantalla. La serie es lo suficientemente oscura para sustentar su premisa, pero a la vez no deja de ser liviana y alocada de manera que funciona como un “coctel de diversión veraniega”. Gracias a un estilo visual característico que recuerda a un videoclip musical y que, en varios momentos, nos interna en la mente de Cassie, los capítulos se desarrollan con una energía que convierten al espectador en un partícipe más de este festín de narración noir.
The Great (2019-presente)

Durante años, Hollywood se aferró a la máxima de “mientras más dramática una historia biográfica, mejor”, por lo que son raros los biopics que se narren desde un enfoque cómico. Uno de los pocos ejemplos, además reciente, es The Favourite (Yorgos Lanthimos, 2018), la cual se convirtió rápidamente en un referente.
Tony McNamara, guionista detrás de esa película, es el creador de The Great, quien utiliza el mismo tono tragicómico para relatar el ascenso de una joven Catalina II (Elle Fanning) como la emperatriz que gobernaría Rusia durante 67 años, embarcándose en una guerra contra un sistema patriarcal, encabezado por Peter, El Grande (un Nicholas Hoult sublime). Hay que empezar aclarando que, al igual que The Favourite, esta serie se toma licencias para impulsar su trama, ya que no se propone ser históricamente fiel, sino explorar la figura de Catalina. Esto lo consigue de manera sobresaliente, resultando en una propuesta innovadora al tomar como eje un contexto deprimente y a personajes marcados por la tragedia. El guion es inteligente e irreverente, pero sin perder el respeto para la solemnidad de la figura, dando pie a una crítica retorcidamente entretenida contra la aristocracia.

Víctor López Velarde Santibáñez es un abogado, amante del arte y las letras en sus diferentes manifestaciones. Uno de sus grandes intereses es analizar la relación entre cine y literatura, comparando las adaptaciones cinematográficas con las respectivas novelas en las que se basan. Alivianado, pero amante de los enfrentamientos de opinión dentro de un marco siempre respetuoso, nunca se cansará de debatir con aquellos que difieren en gustos u opiniones cinéfilas. Aunque celebra el Óscar a Mejor película otorgado a Moonlight por sus implicaciones discursivas, su lado amante del cine musical sigue asegurando que la verdadera ganadora era La La Land. En un futuro le gustaría ser un juez geek que incluya en sus sentencias referencias a la cultura popular.