Esto no es un entierro, es una resurrección: tenacidad ante la muerte del hogar

Mantoa (Mary Kuksie Twala), perteneciente a la tradición mosotho de una aldea de Lesoto, es una mujer de 80 años con un físico que transmite cercanía con su final. Es muy lenta para caminar y sus ojos están parcialmente ocluidos por el peso de dos párpados pesados. Su primer plano en Esto no es un entierro, es una resurrección presenta lo que podría ser su última sonrisa. Esta expresión se convierte en un lamento porque se entera de que el último miembro de su familia ha fallecido y que enfrentará el último periodo de su vida sola.
Esto no es un entierro… es la culminación de la primera etapa de la carrera del director, escritor y editor Lemohang Jeremiah Mosese, natural de Lesoto. Su trabajo previo a su ópera prima está compuesto por cortometrajes y video ensayos sumergidos en un dolor inmenso debido a su experiencia como exiliado en Europa (Mossongoa [2014], Behemoth o el Juego de Dios [2016] y Madre, me estoy sofocando. Esta es mi última película sobre ti [2019]). En esta útlima obra, Mosese expresa ira y vergüenza ante el recuerdo de su país cuando su protagonista dice que rechaza su rostro en el espejo porque le recuerda el legado de su tierra natal.
Esto no es un entierro… evidencia un salto en la pena de su director y la posibilidad de retratar la esperanza que tiene para su país, pese a sus reservas respecto a su cultura y política. La cotidianidad de Nazareth, la aldea representada en la historia, está al filo de ser arruinada por el “progreso” promovido por la capital. Mientras Mantoa, un ícono de la tradición cultural, no puede salir de su casa por la pena, los líderes del pueblo son incapaces de defender a su comunidad del fin de los tiempos. Nazareth será inundada en aras de aprovechar el agua de sus montañas; sus habitantes serán trasladados a la ciudad sin recibir nada a cambio.
En la primera parte de la película, Mantoa está encerrada en su choza. Mary Kuksie Twala, la actriz veterana que interpreta al personaje, no emite ningún sonido durante minutos hasta que el diseño de producción y las acciones silentes de Mantoa gritan la subjetividad del personaje. La mujer está petrificada porque no fallece. La sombra de la muerte se aparece en los obituarios que escucha en la radio: varias personas en el país mueren a diario, pero ella no, así se vaya a la cama en su traje fúnebre. Parece que Twala, presentando su físico envejecido, representará a una mujer que se reducirá hasta desvanecerse por la pena. No obstante, la historia la saca de la tumba que quiere para sí misma y la hace partícipe de un momento que la necesita por su edad y experiencia.
La fotografía de Pierre de Villiers es organizada por Mosese en un sistema visual que expresa el lugar que tiene que tomar Mantoa para empoderar a su comunidad. Cuando la anciana no encuentra un rumbo para sus últimos instantes, el cielo la hace ver más minúscula y frágil. En el momento en que Mantoa se entera de que ninguno de sus ancestros será respetado por la industria gubernamental, la cual busca sepultar el cementerio de la comunidad e inundarlo con el agua de una represa, Mosese hace que sea la tierra y no el cielo la que invada el espacio personal de Mantoa. Aun sin morir, ella ha de tomar su lugar para la comunidad como un ancestro más, enterrado en la tierra con su memoria y ejemplo, viviendo por siempre dentro de ellos, incluso si pierden su tierra natal.

Mantoa es un acontecimiento como personaje. Lemohang Jeremiah Mosese reemplaza su fragilidad con decisión al colocarla en la tarea de negociar con el patriarcado de su país para proteger Nazareth. Ni el sacerdote del pueblo ni el líder de la comunidad la ayudan a apelar a la razón de su representante legislativo, por lo que Mantoa explota el poder de su voz para cantar las canciones de su tradición y movilizar a su pueblo para proteger su integridad y la de los ancestros en el cementerio.
De igual forma, Mosese no recurre a presentar a su protagonista como una persona que será respetada simplemente por su valentía. Al contrario, Mantoa sufre por la epifanía de que todavía tiene mucho que perder así ya no tenga familia. En público, su tenacidad no conoce límites, pero en privado, el nivel de agotamiento emocional es insoportable. Los eventos de la película transcurren en una semana y, cada noche, esta mujer se recoge dentro de sí misma para meditar lo vivido sin que sepamos otros detalles sobre lo que la atormenta más allá de lo que su rostro revela.
Finalmente, Esto no es un entierro… hace evidente un lenguaje narrativo y visual refrescante. Mantoa es muy orgullosa como para compartir su intimidad con el público, consecuentemente, Mosese recurre a un narrador que no expone contexto, sino que da claridad a la intimidad de la protagonista y su relación con su entorno. Incluso, el narrador llega a interrumpir su canción (y por tanto la película) cuando tanto él como Mantoa quedan petrificados ante los eventos expuestos. Mosese presenta particularidades de la cultura de su país a través de sus personajes sin detenerse a explicar sus motivos, pero permitiendo que estas acciones fortalezcan la experiencia de desconcierto e intriga que ofrece la historia.
Esto no es un entierro, es una resurrección subvierte la fragilidad que esperamos de una protagonista anciana y la resignifica a través de actos de resistencia. La presentación del director Lemohang Jeremiah Mosese señala la vulnerabilidad de una comunidad sin negar su fortaleza al enaltecer la ira y la voluntad de una mujer que se convierte en un ancestro viviente para su pueblo.

Carlos es un médico y profesor colombiano. Descubrió su amor por el cine a los 7 años, cuando su papá le consiguió un reproductor VHS y varias cintas. Luego de ver Star Wars – Episodio III se enamoró para siempre de las salas de cine. Más adelante, se obsesionó con coleccionar películas en DVD y Blu-ray. Durante el curso de su carrera de medicina, sus amigos le convencieron de escribir sobre las cintas en su colección y henos aquí…