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Elvis: cuando el autor supera al género

Escrito el 14 marzo, 2023 @BadLuckCharls
Elvis. Dir. Baz Luhrmann. Warner Bros. Pictures. 2022.

En la vida hay tres cosas seguras: la muerte, los impuestos y las biopics sobre gente famosa nominadas a los Premios Óscar. Este subgénero popular entre gente de industria siempre encuentra un espacio en las películas nominadas en varias categorías. El año pasado, por ejemplo, tuvimos Los ojos de Tammy Faye (basada en la figura popular de TV evangelista en los 70) llevándose las estatuillas a mejor maquillaje y mejor actriz, y Todo sobre los Ricardo (sobre Lucille Ball y Desi Arnaz) con nominaciones a mejor actriz, mejor actor y mejor actor de reparto. A su vez, encontramos entre las películas nominadas a mejor película Rey Richard: una familia ganadora (sobre Richard Williams, padre de Venus y Serena Williams) y Belfast, el tan nuevo y desgastado renacimiento de las películas semi-biográficas que terminó llevándose el Óscar a mejor guion original.

El punto cúspide de las biopics de famosos probablemente fue la ceremonia en la que Bohemian Rhapsody, la biopic que ha recaudado más dinero en la taquilla global, se llevó cuatro premios de sus cinco nominaciones. La victoria de Rami Malek como Freddie Mercury, una versión caricaturesca y estereotípica del vocalista de Queen, dejó su marca al recibir todos los premios televisados de la temporada (Golden Globe – Drama, SAG, BAFTA, Óscar) y ser alabada por el público que disfrutó la película. Sin embargo, ¿cuál es el verdadero significado de este logro? Quizá un recordatorio de que a los miembros de la Academia les gusta ver a figuras famosas en pantalla, ya sea Freddie Mercury, Ray Charles o Stephen Hawking, manteniéndose lo suficientemente fidedignos a la imagen que tienen sobre ellas o incluso engrandeciendo su visión por medio de superaciones personales.

A pesar de ser tan celebrados en estos círculos fílmicos, estas biopics suelen venir dentro de un molde, convirtiéndose en guiones genéricos que ya se han visto una y otra vez:  los inicios, las caídas y las superaciones de una persona famosa (Bohemian Rhapsody), la exploración de los días de una figura mítica y admirada enfocándose más en sus logros que en su persona (The Darkest Hour) o la imagen sanitizada de una persona controvertida (American Sniper). La cantidad de manos involucradas en estos proyectos, provenientes de personas cuya máxima preocupación es la recaudación de dinero en taquilla y/o el respeto de la figura del sujeto principal, llevan a estas películas a rendirse ante la mínima expresión artística, rechazando la presentación de historias con una estética única. Así es como llegamos a las mismas historias, contadas una y otra vez, con estilos similares y proyectos que terminan mezclándose entre sí, dando una sensación de déjà vu.

Entonces llega Baz Luhrmann. El director australiano es reconocido por el maximalismo de sus películas. Desde la producción moderna en contraste con los diálogos Shakespearianos en Romeo + Julieta, de William Shakespeare (1997), los escenarios extravagantes de Moulin Rouge, amor en rojo (2001), y el derroche presentado en las fiestas del personaje titular en El gran Gatsby (2013), lo que menos hace Luhrmann es dejar que sus historias sean reciclables desde sus perspectivas narrativas y visuales.

Es por eso por lo que su involucramiento en Elvis (2022), la película sobre el cantante, significó un paso nuevo y prometedor para las biopics sobre figuras prominentes en la cultura pop. Por primera vez en mucho tiempo, un director con un sello artístico reconocible tomaba las riendas en un subgénero que, comúnmente, se recarga en el tradicionalismo y la convencionalidad. Y, para bien o para mal, la marca del director se encuentra por todos lados en este filme. Elvis no es como cualquier otra biopic. Ante todo, es una película de Baz Luhrmann.

A pesar de tener que sacrificar los excéntricos, fantasiosos y peligrosos escenarios con los que suele pintar sus mundos (una Long Island digital en Gatsby, una París hecha en sets en Moulin Rouge y la Ciudad de México en Romeo + Julieta), la extravagancia del director no se pierde en Elvis. En cierta manera, parece que la escasez de elementos como los sets estrafalarios o las exageradas ubicaciones reales de Luhrmann  hace que la película explote en momentos centrales, por ejemplo, en la primera presentación de Presley (Austin Butler).

En esta escena, una simple presentación musical se convierte en un fenómeno, magnificando el resultado de las proezas físicas y vocales que el joven Presley demuestra en el escenario con reacciones eufóricas del público femenino junto con una fotografía que ensalza cada movimiento pélvico del cantante y cada reacción de su audiencia. Luhrmann utiliza estos momentos de furor para, por medio de todos los recursos cinematográficos posibles – montaje, fotografía, sonido, guion – conectar a Elvis, los orígenes de su música y el fervor que causaba por su personalidad exuberante en el escenario, con el mundo actual, en el que la mera presencia de un artista representa un culto a su personalidad y a la revolución de masas en forma de fandoms y stans.

Elvis. Dir. Baz Luhrmann. Warner Bros. Pictures. 2022.

Así como Elvis es presentado como “El artista”, una clase de salvador cuyo propósito es entretener al público y amarlo, la película también crea un personaje que representa lo contrario, dándole más complejidad argumentativa a la historia que las biopics que cuentan cómo un artista necesita recordar su vida entera antes de subir al escenario. Este personaje es presentado no solamente como un antagonista temático, sino como el narrador de la historia, la persona cuya visión retorcida del mundo plantea el marco diegético de la película: el Coronel Tom Parker (Tom Hanks), el mánager del cantante, quien lo descubrió y quien termina siendo su perdición.

A través de la visión del coronel Parker, el mundo de Elvis está repleto de visiones de casinos interminables, montajes que muestran el impacto de Presley y las reacciones positivas y negativas que recibía por parte de la sociedad estadounidense del momento. No obstante, especialmente, pone al cantante bajo un reflector que lo muestra como una figura rebelde, un artista que reconoce su arte como el objetivo de su vida y a su audiencia como la razón por la que puede vivir a través de lo que crea. Es el coronel, intentando engañar a la audiencia en su rol de narrador poco confiable, quien solamente ve a Elvis y sus talentos con los ojos de una empresa: un objeto al cual puede exprimir una y otra vez, como si fuera un juego de feria o una máquina tragamonedas en un casino, hasta que pierda su valor monetario.

Al centro de la película se encuentra este conflicto, la eterna batalla entre la visión artística y la empresarial. De esta manera, Luhrmann posiciona a su Elvis como la figura del artista que intenta sobreponerse ante un sistema que lo único que le pide son resultados sin salirse de las líneas previamente marcadas, tanto por el mismo sistema como por sus consumidores, un rol que el director intenta cumplir al irrumpir en el mundo de las biopics.

Aunque se pierden elementos teatrales presentes en sus películas anteriores, la energía característica de Luhrmann se mantiene. Como suele suceder en sus películas, la labor de montaje mantiene un ritmo frenético durante las secuencias musicales y se ralentiza en momentos dramáticos, dándole espacio a los actores, en especial a Butler, para flexionar sus labores interpretativas, para después volver a escenas donde la música y el caos controlado se manifiestan en pantalla.

Al dinamismo entre cortes se le une la labor física de un actor principal que evoca la energía, la pasión y la humanidad de Elvis en el escenario. No obstante, Butler, nominado al Óscar, no podría llegar a esto sin el trabajo de los departamentos de maquillaje y vestuario, quienes lo transforman en Presley, y el departamento de fotografía, cuyo objetivo es hacerlo ver como una verdadera estrella.

El filme se sobrepone ante otras películas de su subgénero debido a la demostrada originalidad de su director, ilustrada a través de un guion que le da un enfoque diferente al filme, una historia específica sobre el artista en vez de una generalización, un trabajo de producción distintivo y una labor de postproducción que agrega los elementos característicos de la figura autoral detrás del filme. Elvis está llena de momentos que capturan la grandeza del personaje titular, de elementos que rayan lo ridículo y de decisiones que terminan siendo más meme que algo serio (véase “He’s White!”, “Lord have mercy” y “Santy Claus”).

Incluso en su disparidad, esta película construye algo alejado del marco de una biopic sobre un famoso, y más bien cercano al cine de Luhrmann: un circo, un espectáculo, una experiencia que sobrecarga los sentidos, una película cuyo objetivo es establecer sus propias reglas en un subgénero con reglas homogéneas. En un mundo donde las biopics de famosos son regidas por un orden corporativo predeterminado, el caos distintivo que Baz Luhrmann proyecta en Elvis es la excepción que ofrece una bocanada de aire fresco en un espectáculo desgastado.

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