All Quiet on the Western Front: la guerra como exhibición y búsqueda de poder

El inicio de All Quiet on the Western Front nos ubica en medio de las trincheras de la Gran Guerra (más tarde conocida como la Primera Guerra Mundial). Rápidamente, mediante imágenes explícitas ingresamos en el conflicto, pero, más que eso, entramos en una maquinaria bélica movida por la ambición política, en perjuicio, entre otros, de aquellos a quienes el Estado debe proteger: la juventud, la promesa del futuro de una nación. Vemos cómo el imperio alemán falla a esa promesa y empuja a una generación al cruel mundo de la guerra, indiferentes de las vidas y esperanzas perdidas de miles de jóvenes, quienes pierden su individualidad y libertad ante el sueño efímero de una victoria en el campo de batalla.
Aunque All Quiet on the Western Front se basa en el libro del mismo nombre del escritor alemán Erich Maria Remarque, y se ubica en el tiempo en el que ocurren los eventos que relata – la narración comienza en 1917 –, la película consigue que sus personajes existan en un espacio atemporal y universal donde la violencia consume la vida, las esperanzas y las cotidianidades del mundo y su época. La secuencia de la muerte de un soldado a quien no llegamos a conocer es la introducción a esta historia. Sin saber nada sobre él, solo entendemos que, tras su muerte, se une a una larga lista de placas de identificación y uniformes que no se pueden desperdiciar porque serán utilizados por nuevos soldados que se unirán al devastador aparato de violencia institucionalizada que ya lleva años en marcha.
Así nos encontramos con Paul Bäumer (Felix Kammerer), un joven estudiante quien, junto a sus amigos de la escuela, tiene la ilusión de enlistarse en una guerra iniciada tres años atrás. Debemos tener en cuenta que la sociedad alemana de la época giraba en torno a su organización militar: su dignidad se relacionaba con su poderío armamentístico y las fuerzas armadas eran su orgullo. Elegir la guerra como camino, participar en ella y formar parte del sistema militar no era visto como algo negativo o vergonzoso para sus ciudadanos, por el contrario, era una parte lógica de los planes expansionistas que el Imperio Alemán había comenzado desde el siglo anterior.
De esta forma, la audiencia vuelve entrar a las trincheras, ahora tras los ojos de Paul, quien se enfrenta a la terrible realidad de la guerra. Los discursos patrióticos son sólo retorica vacía que los políticos y militares repiten, mientras jóvenes como él deben luchar (como vemos conforme avanza la historia a 1918) en condiciones inhumanas y humillantes. Para ese momento, los mandos políticos discutían las posibilidades del armisticio y los soldados ya habían sacado de su mente la idea del triunfo; apenas se conformaban con sobrevivir, no sólo a la violencia del enemigo que los quería expulsar de tierras francesas, sino además al desinterés de su gobierno, el cual los veía como parte de un cálculo al perder una guerra que tanto habían deseado.
No obstante, ¿por qué la derrota alemana, algo tan evidente para aquellos en el campo de batalla y nosotros los espectadores, era tan difícil de aceptar para los mandos políticos y militares germánicos? Tal vez haya una pista en el monólogo de la cena del General Friedrichs (Devid Striesow) cuando sabe que la capitulación está cerca, recordando a su padre y el legado del Imperio Alemán en el que las guerras convertían a los hombres en grandes elementos de la sociedad. Friedrichs anhela su propia gloria y, al saber que no la tendrá, arrastra a cientos de jóvenes a una batalla perdida, incluso cuando la paz parece más cercana que nunca.

¿Cómo es que la guerra y el poder pueden entrelazarse de forma tan primaria y visceral entre los políticos y militares al punto de perder el sentido común por la ambición de una “última victoria”? La guerra es una vía para exhibir poder – por medio del armamento y las tropas – en un escenario geopolítico, pero, además, es un camino para buscar poder en un escenario social al darle un nuevo estatus a los mandos militares y políticos que consiguen campañas victoriosas. Irónicamente, tanto las demostraciones de poder como la búsqueda del mismo, ocurren a expensas de aquellos que no ostentan el poder suficiente para cambiar el rumbo de la Historia.
Tal y como el engranaje más pequeño del conflicto, la única forma de poder que tienen los soldados es el de ejercer la violencia contra el enemigo y terminar por convertirla en parte de su naturaleza. Por ejemplo, vemos a Paul atacar agresivamente a un soldado francés en tierra de nadie, para luego buscar la humanidad en su víctima para rescatar algo de la suya. Lo mismo sucede con su amigo Kat (Albrecht Schuch) mientras escucha a Paul leerle la carta de su esposa, imaginando cómo será su vida después de la guerra, sabiendo, en el fondo, que esos días “normales” jamás llegarán.
La guerra es un instrumento cruel de aquellos que buscan el poder mediante la violencia y All Quiet on the Western Front no tiene reparos en demostrarlo. Quizás se diferencia del libro en el que se basa porque no se centra en la introspección del soldado como víctima de la guerra, sino que expone la sistematización del conflicto bélico, la forma en la que un aparato estatal, lleno de políticos ambiciosos o dubitativos y de mandos militares orgullosos y abyectos se amalgaman y están dispuestos a dejar morir a jóvenes que no tienen más control sobre su destino que el uso de sus armas y un poco de suerte.
Puede que estemos lejos de los días de la Primera Guerra Mundial, pero si hay algo que se siente familiar con All Quiet on the Western Front es la forma en la que el aparato político y militar de los estados se aparta tan fácilmente de la búsqueda del bien común para convertir a la ambición por el poder y el anhelo de una gloria efímera en su principal objetivo. Y eso, tristemente, como podemos observar en los conflictos militares actuales, está lejos de ser parte del pasado.

Lourdes Yactayo es una abogada y escritora peruana. Creció leyendo noticias y libros de fantasía. Su amor por el cine y las películas se forjó desde niña por la apasionante descripción de su madre acerca de sus visitas juveniles al cine para ver Lawrence de Arabia, Zorba el Griego, además de otros clásicos.
Motivada principalmente por la literatura de J.R.R Tolkien, empezó a escribir, desde adolescente, editoriales sobre literatura y luego, artículos sobre Derecho.
Entusiasta de la Historia, las películas bélicas y las referencias literarias en cualquier película o serie de televisión. Disfruta ver películas con sus sobrinos y volver a leer Matar a un Ruiseñor de Harper Lee, cada vez que tiene oportunidad. Considera que su mayor logro personal en Internet es la creación de un hilo sobre la serie Succession y las películas nominadas al Óscar 2020.