12 películas para explorar el cine de terror latinoamericano
Ya transcurren los primeros días de octubre y las redes sociales se llenan de memes con referencias cinematográficas de la temporada más aterradora del año. Durante este mes es costumbre armar largas listas con cintas de terror para entrar en el mood del miedo y apreciar obras cinematográficas que varían de lo ridículo, pero entretenido, a lo genuinamente escalofriante y que motiven a dejar las luces prendidas a la hora de ir a dormir.
Si bien ninguna lista estaría completa sin algún clásico como El resplandor (Stanley Kubrick, 1980), películas de culto como The Rocky Horror Picture Show (Jim Sharman, 1975) y éxitos recientes como Midsommar (Ari Aster, 2019), es desmotivador ver que el cine latinoamericano que apuesta por este género constantemente se queda fuera. Por décadas, en la región se han creado grandes obras cinematográficas a partir del folclore nacional y la “apropiación” de los “géneros europeos” que, con mucha creatividad, han construido un repertorio impresionante que se puede ubicar dentro de lo mejor en sus filmografías nacionales.
Por eso, en esta ocasión, el equipo de Palomita sumó esfuerzos para destacar 10 obras de terror latinoamericano ideales para esta temporada.
Buey rojo sangre (Dir. Rodrigo Bellott, 2021)
Independientemente de la reacción que se tenga con Buey rojo sangre, sea fascinación o desprecio, no se puede sino admirar el riesgo del director boliviano Rodrigo Bellott al romper las convenciones del terror, construyendo una pesadilla lynchiana en la que abunda la abstracción, lo onírico, símbolos diabólicos, hombres en ropa interior y litros de sangre falsa. La película fusiona el thriller y el terror experimental en una premisa inicialmente engañosa: en las selvas bolivianas, el periodista Amir (Mazin Akar) regresa a su tierra junto a su novio Amat (Kaolin Bass) para visitar a su vieja amiga Amancaya (Andrea Camponovo). Aquí se entera de cómo la industrialización ha afectado la biodiversidad de la jungla, especialmente, el agua.
Bellot es inteligente porque nos engaña haciéndonos creer que veremos una película de home invasion cuando los lugareños tratan con hostilidad pasiva a la pareja, o un thriller críptico en el que la muerte y los rituales son una constante al acecho. La realidad es que, a partir del segundo acto, la cinta se convierte en una experiencia inclasificable e inmersiva. Hay una visceralidad caótica que recuerda a The Outwaters (Robbie Banfitch, 2022). Resulta más entretenido tratar de atar los cabos en la dispersión narrativa de Bellot que todo el subtexto sobre la explotación natural y la salud mental en sí. Al final, Buey rojo sangre es una obra grindhouse de atmósfera sucia y confusa, como un sueño febril en el cuál simplemente hay que dejarse llevar para sentir el horror del sinsentido y las propias maquinaciones mentales. – Cesar Guedez
La cara oculta (Dir. Andrés Baiz, 2011)
La cara oculta es un thriller psicológico con un giro interesante sobre la figura de la casa embrujada. Adrián (Quim Gutiérrez) es un joven español que recientemente se ha mudado a Bogotá para asumir el cargo de director de la orquesta sinfónica, pero en el cambio tuvo un distanciamiento en su noviazgo con Belén (Clara Lago), quien termina por abandonarlo sin dejar rastro. Una noche ebrio conoce a Fabiana (Martina Garcia) y empiezan una relación, mudándose juntos a su casa a las afueras de la ciudad, pero pronto una presencia extraña empieza a manifestarse cuando surgen preguntas sobre la partida de Belén.
Esta es una de esas películas que se sostienen en gran parte por su plot twist y si bien no es un trabajo que trascienda más allá del entretenimiento, es agradable saber que el cine latinoamericano tiene esas opciones con trabajos bien logrados desde lo técnico y actoral. Andi Baiz ejecuta la premisa con ligereza y con algunos toques de comedia, por lo que fácilmente atrapa a sus espectadores.
En la trama parece irrelevante que su escenario sea Bogotá y esto, irónicamente, le agrega un valor importante a la cinta porque le permite escapar al cine colombiano de los lugares comunes, fijado en el pasado y la violencia. Aquí la ciudad como escenario trasciende la guerra y el conflicto, y es retratada como un espacio sofisticado en el que habitan cientos de historias. – J.A. Rodriguez
La casa del fin de los tiempos (Dir. Alejandro Hidalgo, 2013)
El terror es posiblemente el género menos explorado en el cine venezolano, el cuál en su faceta más mainstream y alejada de festivales de cine, está acostumbrado a poco más qué telenovelas extendidas en largometrajes. Inspirado por clásicos del género como La profecía (Richard Donner, 1976) y Los otros (Alejandro Amenábar, 2001), Alejandro Hidalgo presenta la excepción a la norma con La casa del fin de los tiempos, la cual se convirtió en una de las películas más exitosas en la historia del cine venezolano.
Contada de manera anacrónica, Hidalgo plantea un concepto engañosamente cliché al inicio: la típica seguidilla de eventos paranormales que atormenta a una familia promedio en una casa terrorífica que guarda secretos. En tiempo pasado, Dulce (Ruddy Rodríguez), su esposo y dos hijos pequeños se mudaron a la inquietante casa en cuestión, mientras el malestar familiar y las tensiones salen a flote, en tiempo futuro, Dulce, ya anciana, regresa a la casa para cumplir arresto domiciliario por un crimen que ella dice que no cometió.
Hidalgo maneja con astucia los tropos del género, con pulso para el suspenso y cautela para estudiar las fracturas familiares. Explora astutamente el significado del tiempo, y la manera en la que pasado, presente y futuro se interconectan en la vida, demostrando que no podemos escapar de ninguno. El enfoque determinista de su guion no contrarresta la compasión con la que trata a sus personajes y teje con cuidado discretos elementos sociopolíticos y del folclor venezolano. La casa del fin de los tiempos se nutre de lugares comunes, pero el resultado es auténtico y precioso al final. – Cesar Guedez
Construcción de un sonido (Dir. Cristóbal Arteaga Rozas, 2021)
Si bien la sincronización del sonido con imagen revolucionó la industria del cine, la exploración de las posibilidades que ofrece esa simultaneidad fue lo que transformó el quehacer cinematográfico. Desde los cortes en L o J, la música, los acentos de ciertos movimientos, ruidos, los silencios y la posibilidad única de disociar la continuidad de espacio y sonidos son herramientas que evocan la intención del autor y provocan emoción en la audiencia.
Cristóbal Arteaga Rozas juega con estas posibilidades de forma efectiva en su cortometraje Construcción de un sonido, el cual transforma una situación cotidiana en un evento perturbador. Una pareja se prepara para una cena con unos invitados, pero una salida para comprar una salsa de soja cambia sus vidas por completo. Sin necesidad de acudir a la representación gráfica de la violencia, el director encuentra una forma ingeniosa para generar incomodidad y desespero, apelando a una máxima de la cotidianidad que usualmente ignoramos: nunca se sabe si al salir vamos a volver a casa.
Construcción de un sonido es un experimento que encuentra el punto ideal entre el ejercicio de forma y narrativa, remarcado la importancia del sonido dentro del terror, además de recordar que una película no requiere de horas y toneladas de sangre falsa para generar impacto. A veces solo basta con recordar lo aterrador que puede ser este mundo en el día a día. – J.A. Rodriguez
El espinazo del diablo (Dir. Guillermo del Toro, 2001)
Carlos, un niño huérfano, llega a un orfanato administrado por miembros del bando republicano y alejado de toda ciudad durante la Guerra Civil, donde empieza a ver a un niño fantasma. En El espinazo del diablo, su tercera película, Guillermo del Toro centra una historia de fantasmas en el contexto de la Guerra Civil española para explorar la creación de nuevas historias de horror, los complicados sentimientos infantiles ante eventos incomprensibles para ellos y las herencias recientes de legados complejos. Elegante y escalofriante, es una maravilla del cine de horror que vale la pena revisitar cada cierto tiempo. – Oralia Torres de la Peña
Hasta el viento tiene miedo (Dir. Carlos Enrique Taboada, 1968)
Pocos cineastas manejan el terror y el suspenso como lo hace Carlos Enrique Taboada en una de sus mejores cintas, Hasta el viento tiene miedo. La película cuenta la historia de Claudia (Alicia Bonet), una joven que vive en un internado para señoritas en donde la disciplina se toma con excesiva seriedad. Por azares del destino (o no) Claudia y sus amigas quedan castigadas en sus vacaciones. A partir de ahí y de un sueño se comienzan a develar, a veces a través de pequeñas señales o de manera explícita, qué o quién es aquello que perturba la tranquilidad del sitio.
Taboada advierte desde su primera escena, el potencial de su cinta. Soltar desde el principio un susto y mantener el nivel de impacto no es sencillo y el director mexicano lo logra a la perfección. A través del uso de la cámara, da la impresión de que hay algo que observa y acecha a sus personajes, además de que los sonidos ambientales y las sombras, al más puro estilo del expresionismo alemán, juegan un papel esencial en la cinta. – Ale Stardust
Huesera (Dir. Michelle Garza Cervera, 2023)
La maternidad es una experiencia tan romantizada que poco se habla de lo desgastante y horrible que puede llegar a ser para algunas mujeres y personas gestantes. Por mucho que un bebé sea deseado, habrá quienes pasen náuseas terribles, cambios hormonales extremos, depresión y eso que ni qué decir de los cambios corporales tanto internos como externos. En Huesera, Valeria (Natalia Solián), por ejemplo, empieza a ver un ente que la atormenta con el tronar de los huesos de su cuerpo del cual no puede escapar. Valiéndose del diseño de sonido por encima del recurso visual del jumpscare, Michelle Garza Cervera deconstruye la experiencia del embarazo y lo solitaria que puede llegar a ser aun estando acompañada.
Huesera es un retrato de una maternidad a todas luces deseada pero… ¿qué tanto se puede hablar de un deseo de maternidad vis a vis un mandato social de la maternidad? Las decisiones que tomamos nunca existen en un vacío, por lo que la experiencia sensorial de Valeria la hace cuestionar las decisiones que tomó para llegar a su vida actual. ¿Es esa la vida con la que soñaba cuando era adolescente? Para recuperar su identidad, Valeria tendrá que romperse completamente. – Andrea Marín
La Llorona (Dir. Jayro Bustamante, 2019)
La Llorona de Jayro Bustamante revisa el mito popular latinoamericano desde la perspectiva histórica del genocidio guatemalteco. En el filme, somos testigos del proceso penal contra Enrique (Julio Diaz), un general retirado que supervisó el genocidio durante el conflicto armado de Guatemala. De esta forma, vemos una búsqueda de justicia desde el pasado hacia el presente.
Como en las grandes historias de miedo, descubrimos junto a los personajes que el verdadero horror y crueldad se halla en las acciones humanas y no en lo desconocido o paranormal. El personaje de Alma, mediante la actuación de María Mercedes Coroy, enmarca el dolor de la violencia y la búsqueda más esencial de justicia. – Lourdes Yactayo
Pura sangre (Dir. Luis Ospina, 1982)
Dice una leyenda que a mitades del siglo XX, Luis Buñuel, el maestro del surrealismo, compartía con su amigo Alvaro Mutis, escritor colombiano, sobre su gusto en común por la literatura gótica, acordando sobre sus proezas y potencial cinematográfico, pero con una diferencia: para Buñuel lo gótico era algo exclusivamente europeo, habitaba en los castillos desolados y paisajes fríos, y no era posible llevarlo al calor de las selvas tropicales. Mutis, en total desacuerdo, decidió refutar desde los hechos y escribió La mansión de Araucaíma (1973), un relato pionero del subgénero ahora conocido como gótico tropical. Dicen (con un toque de absurdismo muy propio de su cine) que Buñuel se rehusó a adaptar la historia, por lo que pasaría a manos de Carlos Mayolo y con ello al repertorio de Caliwood, el movimiento que cambió la industria del cine colombiano en los 80.
No obstante, antes de Araucaíma, el gótico tropical hizo su salto al cine con Pura sangre (1982) de Luis Ospina, un relato de vampírico en el que el que un viejo empresario es diagnosticado con una extraña enfermedad que requiere constante transfusiones de sangre de jóvenes y niños, por lo que su hijo chantajea a tres de sus empleados, involucrados en una serie de crímenes sexuales, para que procuren a las víctimas.
La cinta audazmente se alimentó de la crónica roja de la época, con el mito del monstruo de los mangones, y de referencias a clásicos como Citizen Kane (Orson Wells, 1941) para crear una mordaz crítica social de la alta sociedad caleña y su control de la población por medio del terror y la violencia. Aunque ya pasaron más de 40 años desde su estreno, Pura sangre se mantiene fresca como una de las grandes cintas del cine colombiano y que no está de más recordar ahora que los vampiros regresaron al cine latinoamericano. – J.A Rodríguez
Trabalhar Cansa (Dirs. Juliana Rojas y Marco Dutra, 2011)
El mercado laboral es una pesadilla, así como las tensiones crecientes entre clases sociales. En la fábula de terror social Trabalhar cansa Juliana Rojas y Marco Dutra plantean inquietudes reales con pulso, inteligencia e incluso perverso humor negro. La historia sigue a la pareja de Helena (Helena Albergaria) y Otávio (Marat Descartes). Él perdió recientemente su trabajo y se siente frustrado e incompetente, ella invirtió sus ahorros en rentar un almacén abandonado para convertirlo en tienda de víveres. Entre roces incómodos con empleados que recuerda a La Nana (Sebastián Silva, 2011), la película se acerca lentamente a terrenos inquietantes cuando una mancha negra corroe las paredes de la tienda, un hedor nauseabundo impregna los pasillos y productos desaparecen.
Las metáforas son claras, exploradas con cautela y en lo rutinario. Al estar desprovista de banda sonora, la película se gana la construcción del suspenso a pulso. Las jerarquías entre empleadores y empleados son manejadas con realismo, así como las dinámicas patriarcales que asume la figura masculina como proveedor.
Al momento de volverse más sórdida, Trabalhar cansa hace uso de la fantasía y el terror para jugar con la mente de Helena y los espectadores ¿Es la macabra presencia en la tienda de Helena una alegoría para la explotación laboral, las crisis humanas causadas por el capitalismo y la indolencia sádica de los empleadores o simplemente la conciencia de una mujer estresada jugándole bromas pesadas? Descubrirlo resulta en un viaje fascinante por la austeridad de un cine astuto y naturalista, con ambición de convertirse en algo más que un simple retrato social contemporáneo. – Cesar Guedez
Veneno para las hadas (Dir. Carlos Enrique Taboada, 1986)
Me gusta ver Veneno para las hadas como una contraparte de terror de The Florida Project (Sean Baker, 2017), claro que, realizada tres décadas antes y con la idiosincrasia pura de la infancia latinoamericana. Esto porque la película entiende el mundo de los niños con precisión inquietante, así como las consecuencias de su soledad. Carlos Enrique Taboada sabe perfectamente cómo evocar sensaciones y emociones, al más puro estilo de Víctor Erice, observando cómo la austeridad, el naturalismo y la contemplación de la vida misma son lo suficientemente aterradores, especialmente en la infancia, en donde las líneas entre la crueldad y la inocencia se borran.
Verónica (Ana Patricia Rojo) es una niña huérfana viviendo en una casa en ruinas junto a su abuela y niñera. Desde el inicio, se presenta como una niña marginada por su extrañeza, y es que Verónica encuentra confort en macabras historias de terror y brujerías contadas por su niñera supersticiosa. La llegada de Flavia (Elsa María Gutiérrez), una niña de familia rica y afectuosa, ofrece inicialmente una compañía para Verónica. Sin embargo, entre el resentimiento y la inocencia, Verónica convierte el idilio amistoso en una dinámica de intimidación y manipulación, usando su prodigiosa imaginación y conocimientos de fantasía a su favor.
La brillantez de la cinta recae, principalmente, en el punto de vista absoluto de la infancia y cómo se posiciona la cámara para jugar con la mente del espectador, difuminando las barreras entre la realidad y lo místico. Las actuaciones infantiles de Ana Patricia Rojo y Elsa María Gutiérrez son extraordinarias, sumadas a una atmósfera inquietante y esbelta.
Veneno para las hadas es un estudio formidable y perverso sobre la fuerza de las creencias, una tragedia hipnótica sobre el abandono de las infancias, una fábula sobre la crueldad y la tristeza del mundo de los niños. De aquí se nutren los patrones actuales del ya famoso “terror elevado”, tan en auge en el cine estadounidense actual. – Cesar Guedez
La venganza de Jairo (Dir. Simón Hernández, 2019)
Ahora que vivimos en el furor del “terror elevado”, parece que se ha olvidado que el terror se fue abriendo camino en la industria con el cine de serie B o de bajo presupuesto, producciones que a la luz de hoy contienen cierto encanto por la estupidez de sus argumentos y ridiculez de los efectos especiales, consagradas con los años como “cintas de culto”.
En Latinoamérica hay un caso particular, un “Ed Wood colombiano” cuya filmografía, embargada por el gobierno por una deuda, fue digna de su propia película. El documental La venganza de Jairo sigue al prolífico y controversial director Jairo Pinilla, pionero del terror en Colombia, mientras se prepara para rodar su última película, El espíritu de la muerte: poder satánico, la cual sería el primer largo en 3D hecho en el país. Al tiempo se hace un recorrido por su extensa filmografía y el origen de la infame deuda que lo llevó a la ruina.
Con un material de archivo que resulta más risible que aterrador, se van rescatando fragmentos del trabajo de Pinilla y se observa su persistencia por hacer cine a pesar de las críticas destructivas y contratiempos de producción, con una determinación que puede resultar incómoda por su megalomanía, pero que en esencia es inspiradora por el amor al oficio. La venganza de Jairo es un relato que, si bien no es propiamente terrorífico, resulta profundamente desolador por la condena de su protagonista al olvido en los anales del cine latinoamericano – J.A Rodríguez
Vuelven (Dir. Issa López, 2017)
Tras la desaparición de su madre, Estrella, una niña de 10 años, desea que vuelva y se da cuenta que pidió más de lo que esperaba. La quinta película de la directora mexicana Issa López destaca por su escalofriante narrativa que entreteje el horror cotidiano de la guerra contra el narcotráfico y la manera en que afecta a las infancias periféricas, partiendo desde el punto de vista de una niña que carga con más de lo que debería. Con una visión firme que se toma en serio el contexto y que reintroduce elementos del realismo mágico, Vuelven es una terrorífica historia que parte de puntos que, quizás, muchas quisieran olvidar. – Oralia Torres de la Peña

Antropólogo en formación y cinéfilo de corazón. Su pasión por el cine comenzó después de sentir que no podía moverse de la silla E-3, en la sala 5, el 16 de noviembre de 2016, cuando terminó la función de una peli donde Amy Adams descubre cómo hablar con aliens.
Su director favorito es Denis Villenueve y estaría dispuesto a ver hasta un comercial sobre caries si es dirigido por él (o por Julia Ducournau). Dedica una gran (y absurda) cantidad de tiempo a leer y analizar la temporada de premios, haciendo predicciones sobre películas que ni siquiera se han producido. Cuando la pereza no le gana, hace recomendaciones en su perfil de Insta @j.andres.rt y en el de @subtitulados.co.